—Haces bien, «hermana». Sin embargo, debes corregirte.
—¿Yo? ¿Una futura marquesa? ¿Cómo osas, plebeya? ¿Cómo te atreves a rectificar a un miembro de la aristocracia? Ja, ja, ¿has visto lo pronto que se me han subido los humos? Que conste que estoy de broma.
—Desde luego, Alicia. Siempre tuviste un buen sentido del humor.
—Ya. Pero… ¿qué era eso que debía corregir?
—¿Acaso aún no te has dado cuenta? Lo único que tienes que modificar es lo que dijiste hace un instante: no estás sola y tú lo sabes. Mientras que me tengas a mí, jamás sentirás la soledad. Yo soy algo más joven que tú y si Dios me lo permite ¿qué importan los lazos de sangre? Tu padre me adoptó al nacer; seguro que un buen espíritu o quién sabe si tu madre le indujo a ello. Y él acumuló con su acto más méritos ante el Creador. Y tú y yo, más allá de la carne, somos hermanas. Ve acostumbrándote, que no resta mucho para que adoptes a mi crío. Que Dios la bendiga, su ilustrísima —afirmó Rosario mientras que realizaba una ligera inclinación ante Alicia.
—Es verdad, je, je, qué divertido. Pues esa «ilustrísima», como tú has dicho, te pide desde el corazón un abrazo, como todos esos que yo te he dado desde que correteabas por los pasillos de «Los olivares».
*******
—«Bip, bip, bip…» —se escuchó en el monitor instalado en la sala de control de aquel hospital.
—Parece que el paciente de la ocho está dando señales —comentó la enfermera—. Por favor, Luisa, avisa al doctor. Hay que examinar a ese hombre.
Al cabo del rato…
—Bien. Tomen asiento, por favor —indicó el doctor Galván a las dos mujeres—. Voy a resumir en un lenguaje sencillo la situación actual de su marido y de su padre. Recapitulemos. Comenzamos con su terrible accidente de tráfico en el que sufrió una serie de lesiones, entre ellas un traumatismo craneal. Logramos traerlo aquí en estado de coma y ha permanecido así más de una semana. Los daños recibidos, gracias a Dios, no han sido severos. En cualquier caso, le haremos más pruebas para comprobar si el paciente está volviendo a la normalidad. Usted, Lola, sabe de esto porque es enfermera.
—Dios mío, parece que ya se va viendo un poco de luz al final del túnel —resopló la esposa de Alejandro tras oír las palabras del galeno.
—Aunque parezca mentira, ahora nos enfrentamos a una etapa delicada. No sabemos con exactitud cuánto se prolongará esta nueva etapa de recuperación y luego, porque esto es importante, si podrá recobrar todas sus capacidades al cien por cien. En principio, yo soy optimista. Por los análisis realizados, este proceso de vuelta a la normalidad será progresivo, pero efectivo. Bien, ahora te dejaré hablar con él, pero durante un breve espacio de tiempo. No hay que agotar a nuestro enfermo por muchas ganas que tengáis de comunicaros. Así comprobaremos su reacción cuando vea a sus seres más queridos. Recuerden una cosa: es muy posible que él haya olvidado aspectos o que presente lagunas de memoria. Les ruego que no se asusten. Dado el diagnóstico, estoy en condiciones de asegurarle de que, con el tiempo, se irá centrando. Ojalá que así sea.
—Muchísimas gracias, doctor —expresaron casi al unísono madre e hija.
—Lola, llevo ya años tratando a diversos pacientes aquí en la UCI. Su marido, por fortuna, ha tenido suerte. Digámoslo con claridad. He visto a personas que, con ese tipo de accidentes, ha estado más tiempo en coma y han salido malparados. Me estoy refiriendo a las secuelas, bastante graves. Yo, con Alejandro, estoy ilusionado. El resto de la atención y de los buenos cuidados, una vez que le demos el alta, les corresponderá a ustedes. Pues venga, vamos a verle. Yo les acompaño.
Minutos después…
—Ale, cariño, soy yo, Lola. ¿Cómo estás? Mira, he venido con Begoña, tu niña.
Aunque el paciente lo intentó, no pudo articular palabra, aunque tras unos segundos, logró esbozar una sonrisa que provocó la aparición de las lágrimas en las dos mujeres, en este caso un gesto de ilusión porque daban fe de que el hombre había despertado de su letargo de días y días y de ansiedad para ellas. Al menos, se sentían reconocidas y eso ya suponía algo.
A la mañana siguiente, la escena volvió a repetirse.
—Ya les adelanto que hoy he hallado mejor al paciente. Será curioso observar cómo reacciona hoy Alejandro —comentó el médico con una ligera sonrisa.
—Buenos días, mi amor. Creo que hoy podrás dedicarme alguna palabra. ¿Es posible, cariño?
—Sí, sí, eso quiero —logró decir el hombre con alguna dificultad.
—Si supieses lo que te queremos. Estoy deseando abrazarte, pero dicen que aún es pronto. ¿Sabes por qué estás aquí?
—No. Solo sé que esto es un hospital porque me lo han dicho.
—Y ¿no recuerdas nada del accidente? —preguntó Lola.
—No, nada.
—Vaya por Dios. Y solo una cosa, cariño. ¿Sabes quién soy yo?
—Claro —afirmó con seguridad Alejandro—. Tú eres Alicia.
—¿Cómo dices? Pero… no entiendo nada.
—Tranquila, mujer. Ya le he dicho que estos fenómenos son frecuentes. Pueden producirse en el paciente desconexiones con su pasado más reciente. Tenga un poco de paciencia. Siga preguntando a su marido, por favor.
—Y… esta joven que está a mi lado… ¿la reconoces?
—Pues claro, ella es Rosario, mi ahijada.
…continuará…