—Bien, acerque usted ese documento al secretario para que conste, señor abogado. Veamos, don Alfonso, ¿observa cómo la mitad de los personajes que aparecen en la referida foto tienen puestas unas cruces sobre sus rostros?
—Sí, señoría.
—Debo entender que quien hizo la foto o quien la conservaba iba tachando a aquellos miembros que fueron ajusticiados durante o después de la guerra por su pertenencia a esa subversiva organización. ¿Confirma usted que conocía a esos individuos que aparecen con esa señal en la imagen?
—Así es. Me trataba con ellos, pero quiero recalcar que esa foto tiene casi veinte años de antigüedad. Yo estoy completamente desligado de cualquier actividad relacionada con ese grupo.
—Como entenderá —añadió el juez—, cualquier observador podría interpretar que usted se dio de baja como masón porque preveía un clima de guerra en el futuro y que eso le causaría graves problemas en el caso de que se abriese una investigación.
—Señoría, me di de baja por criterios estrictamente personales. Quedé defraudado por el giro que iba tomando la agrupación y me di cuenta de que aquello no estaba hecho para mí. Además, en esa época, era imposible que yo supiera que se iba a producir una guerra en España y más aún, ¿cómo iba yo a saber el desenlace del conflicto, es decir, qué bando iba a ganar y a gobernar nuestra nación?
—Entonces, caballero, ¿manifiesta con rotundidad que en la actualidad usted ya no conserva ningún vínculo con la masonería, con ese grupo y su ideología que tanto daño infligieron a nuestra querida patria?
—Lo confirmo, señoría. Desde hace años, ha desaparecido cualquier rasgo de doctrina en mi mente referida a la masonería. Todo ello pertenece a un tiempo pasado que vive en un completo olvido.
—Señoría —intervino el abogado de don Alfonso—, mi cliente desea que se haga constancia de que, con motivo del glorioso Alzamiento del dieciocho de julio de 1936, el señor marqués realizó una donación voluntaria de apoyo a nuestra Cruzada Nacional por valor de veinticinco mil pesetas.
—Sí, letrado. Estoy al corriente de ese gesto —asintió el magistrado.
—Sí, señoría. Le entrego a su secretario copia compulsada del cheque por ese importe que mi cliente generosamente donó para la causa de los vencedores.
—Secretario, no copie lo que le voy a decir ahora mismo al imputado.
—Desde luego, don Luis.
—Veamos, don Alfonso. Hay algo aquí que no acabo de entender. Estoy hablando de la contradicción que supone haber pertenecido a la masonería y posteriormente, entregar esa cantidad de dinero para la causa nacional. ¿Cómo es posible que usted, un aristócrata con siglos de historia a su espalda y tan respetado se dejase embaucar por las terribles mentiras de esa organización clandestina que siempre ha tratado de manejar a su antojo a los gobiernos de las naciones para alcanzar sus inconfesables objetivos?
—Señor juez, por mi debilidad como persona, porque antes de noble soy un ser humano con sus errores y torpezas. Créame, la gente de mi clase, aunque posea estudios y cultura, también comete fallos. Señor, cuando perdí a mi esposa con ocasión del nacimiento de mi hija, creí volverme loco y caí en una fuerte depresión. Me quedé en soledad, pues había perdido al gran amor de mi vida. Me dejé arrastrar por la desesperación. Fruto de esa tortura que supuso la definitiva ausencia de mi amada esposa, fue como empecé a interesarme por esa ideología.
—No puedo creer que sea usted tan sentimental, señor marqués… un hombre de su talla.
—Así es, señoría. Sin embargo, cuando fui organizando mi vida con el paso del tiempo, tomé conciencia de mi equivocación y de dónde me había metido. Fruto de la meditación y de la vuelta al sentido común, me di cuenta de lo que había hecho y resultó entonces una negación de mis actos, en concreto de que el motivo de asociarme con esas personas solo era atribuible a la aflicción en la que se veía envuelta mi espíritu con ocasión de la muerte de mi mujer. De ahí surgió una intensa repulsa por los principios de la masonería que aún guardo en mi recuerdo como una de las peores decisiones de mi existencia. Ahora entenderá a la perfección por qué me di de baja como masón y por qué ya no quería tener ninguna vinculación con ese siniestro grupo de conspiradores.
—Entonces, usted me está indicando que su asociación a los ideales masónicos fue producto de una grave crisis emocional tras quedarse viudo y que, en la actualidad, no resta en su cabeza ningún recuerdo o vínculo con esa ideología tan nefasta.
—Absolutamente, señoría. Ya no hay huellas en mi alma de mi paso por la masonería. Es una etapa ya superada. Se lo puedo asegurar.
—Señoría —tomó la palabra el letrado—, si se diese el caso, el señor marqués podría presentar testigos que ratificarían la desvinculación total de mi cliente con la masonería.
—¿Testigos? Querrá usted decir personas previamente seleccionadas para orientar mi investigación hacia el punto convenido del imputado, es decir, que confirmen su total inocencia respecto a este asunto.
—En absoluto, señor juez. Solo lo propondría si usted desease salir por completo de dudas.
Más de dos horas después de iniciarse el interrogatorio por el magistrado Cebrián y en el que también participó el fiscal de la causa…
—Por último, mi cliente desea añadir que jamás se habría sustraído a la acción de la justicia pues cree firmemente en ella y que por supuesto, se halla a disposición de la misma para aportar cualquier dato o hecho que se le requiera.
…continuará…