—¡Ay, por favor, Rosarito! Dilo ya. ¿Con quién te encontraste?
—Con el señorito Carlos.
—¿Con mi hijo? Ese idiota. Su comportamiento es imperdonable… Y ¿puede saberse por qué te pego? —preguntó el marqués mientras que se mordía su labio inferior en un gesto de rabia.
—No lo sé, padrino. Yo entré hacia la biblioteca. Escuché música por el pasillo, pero no sabía que él estaba allí. Estaba fumándose un puro y bebiendo no sé qué en una copa grande. Eso sí, olía un montón a alcohol. Nada más verme, empezó a quejarse y me echó fuera. Yo lo único que quería era coger un libro nuevo y marcharme rápido del salón. Entonces, se enfadó muchísimo, se puso de pie y me arreó un tortazo. Lo siento, me puse a llorar porque me dolía mucho y salí corriendo porque no me gusta que me peguen.
—Claro, mi niña. Tienes toda la razón. ¡Qué abuso con una cría de doce años! Se va a enterar ese listillo de quién manda aquí. Anda, ve a tu casa y échate un poco de agua fría en la cara. Así se te quitará esa rojez. Ah, y toma esto. Son tus caramelos, pero no te los comas todos de golpe. Bueno, lo importante es que se te quite el disgusto. No te preocupes, ya hablaré yo con Carlos. Te aseguro que esto no va aquedar así.
Tras darle un beso cariñoso a la cría, la chiquilla se fue andando ya más tranquila hacia la vivienda de sus padres, al lado de las caballerizas, justo donde la parieron con grandes dificultades doce años antes. El aristócrata, por su parte, muy enojado por lo acontecido, se puso de pie y tras ascender algunos escalones, atravesó el porche y penetró en la mansión. Ni siquiera se lavó las manos, como solía hacer siempre que llegaba a casa. Tras dejar en el recibidor una cartera grande llena de documentos, se dirigió raudo al salón principal.
—Anda, padre ¿qué hace usted aquí? Pensaba que regresaría más tarde —saludó Carlos mientras que se levantaba del sillón y apagaba de nuevo el fonógrafo.
—Ya. La reunión fue más breve de lo que se esperaba. Veamos, dejémonos de rodeos, que voy a ser claro. ¿Por qué le has pegado a la niña? ¡Cómo se te ha ocurrido perpetrar esa barbaridad!
—¿Eh? —comentó sorprendido el joven al darse cuenta de que su padre ya tenía información sobre el incidente—. ¿Te refieres a esa malcriada a la que consideras tu ahijada? Ha venido justo aquí a molestarme con sus tonterías cuando yo estaba reflexionando. Supongo que hay que enseñarle modales, que ya tiene una edad para comprender las cosas. Tampoco hay que dramatizar ¿no es cierto? Un buen azote a tiempo cura muchos males futuros.
—Pero, hombre ¿quién te crees que eres? ¿Su tutor, su profesor o simplemente su padre? Te acercas por «Los olivares» a pasar el día, porque en verano tienes menos asuntos de trabajo, porque aquí hace menos calor que en la ciudad y no sabes hacer otra cosa que emborracharte con el brandy de tu padre, fumarte uno de mis puros habanos y para colmo, rematar la faena golpeando a una chiquilla que no tiene culpa de nada. Caramba, venía alegre de Badajoz y ha sido llegar aquí y gracias a ti, ponerme de mal humor.
—¿Ya ha acabado?
—Sí.
—Menos mal —respondió Carlos esgrimiendo una sonrisa irónica—. Pensaba que también me iba a abroncar por escuchar la música de Wagner. No exagere, padre. Esa niñata es un ser caprichoso y se da unos aires que vaya, vaya. Creo saber quién tiene la culpa de todo: usted, que la ha educado más que sus padres.
—Te lo expliqué el mismo día que Rosarito vino al mundo. Recuerda que, al final, nació de auténtico milagro. Aquella tarde firmé un compromiso con mi conciencia y por supuesto, lo estoy cumpliendo. Los hombres de verdad cumplen con sus promesas. ¿Acaso lo desconoces?
—Pero, ¿qué compromiso? Eso está en su imaginación. ¿Sabe usted de la locura que le habrá provocado en la cabeza a esa cría? La hija de un simple mozo de cuadras, que solo sabe ensillar y limpiar caballos y usted, que la cuida como si fuese su Alicia, como esa segunda hija que no pudo tener.
—No te permito que me hables así. El que yo deseara tener más descendencia, cosa que todos mis íntimos saben, no tiene relación con la educación que le he dado a la hija de Antonio y de Consuelo. Cuando tu hermana vino al mundo, el destino se cobró su deuda llevándose a tu madre. De eso hace ya diecinueve años y todavía me acuerdo de mi Teresa como si la acabase de perder.
—Eso fue una desgracia tremenda. Lo que no comprendo de usted es ese afán por perjudicar a esa adolescente.
—¿Perjudicar? No lo entiendo. ¿Es que has perdido el juicio?
—Pues está claro, padre —afirmó Carlos mientras que apuraba el brandy que restaba en su copa—. Esa niña pertenece por su sangre a una clase analfabeta y ruda como es la trabajadora y, sin embargo, se ha criado como la hija de un rico aristócrata, como si fuese la marquesita de una historia novelesca. ¿No comprende la de conflictos que le va a crear en cuanto acceda a su adultez? ¿Con quién se va a identificar la niña? ¿Con la clase de sus padres que viven entre animales y suciedad o con su padrino de rancio abolengo? Se lo digo yo: lo siento, pero esa jovencita está condenada a sufrir alguna enfermedad mental. Veremos ni no acaba ingresada en un sanatorio para chiflados.
—No sabes ni lo que dices, Carlos. Tú sí que estás chiflado. Se ve que la bebida te nubla la mente.
…continuará…
Penso que Dom Afonso soube escolher livros que correspondiam ao interesse de Rosário, o que despertou o interesse da menina pela leitura.