LOS OLIVARES (41) Cuestión de carácter

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—Y usted, señorita Alicia, ¿vive aquí, junto a su padre?

—No, don Antonio. Hace ya tiempo que me independicé de esta finca, pero creé la mía propia. A unos kilómetros de distancia hice construir «La yeguada» y va entender con rapidez por qué le puse ese nombre.

—Seguro que tiene relación con los caballos, señorita, si me permite la broma fácil.

—Por supuesto que sí, caballero. Se trata simplemente de mi pasión por esos nobles animales. Me dedico a ello y hay que tener mucha vocación para desarrollar y mantener ese negocio. Me implico y por eso no me gusta delegar, sino hacer las cosas por mí misma. Ya no es una cuestión económica, sino un mundo que me apasiona y que me aporta satisfacción.

—Me fascina, doña Alicia —respondió el militar—. No deja de ser sorprendente que una mujer gestione ese tipo de actividad cuando estamos hablando de una profesión más propia de hombres. Créame, es usted admirable.

—Ja, ja, si usted supiera de lo que es capaz mi hija —admitió don Alfonso—, seguro que se sorprendería, teniente coronel. Ya sé que soy su padre, pero es que mi niña es cultísima, de hecho, se licenció en Madrid en la facultad de Letras obteniendo las mejores calificaciones en la universidad. Ya ve que no se ha conformado con vivir de las rentas. Pero es que, además, debe ser de las pocas mujeres que tienen permiso de conducir. Y ella, porque posee un carácter independiente, prefiere vivir en su propia casa antes que aquí, con su padre. Yo, la verdad, respeto su decisión. La conozco y sé que es fuerte, tanto como para salir adelante ante cualquier obstáculo.

—Mi hermanita pequeña es «diferente» en casi todos los aspectos, don Antonio —intervino su hermano mayor con cierta ironía—. Mi padre ha sido muy modesto a la hora de describirla. De hecho, yo no he conocido en mi vida a otra mujer con una personalidad tan «arrolladora».

—Carlos, por favor, no creo que al señor teniente coronel le puedan interesar mis intimidades —dijo Alicia dirigiendo una mirada de disgusto hacia su hermano.

—Claro que no, señorita —indicó relajado el jefe de la Guardia Civil—. Perdone mi indiscreción por la observación de antes. Quién sabe si esa fortaleza de carácter le ha dificultado el camino a la hora de buscar un matrimonio afín a sus intereses. Nunca se sabe ¿verdad?

—Pues no será por falta de oportunidades; lo que ocurre es que…

La joven cortó de repente cualquier debate que pudiera introducir Carlos al respecto de su estado civil.

—Yo le responderé con franqueza a esa cuestión, don Antonio. Al respecto de lo que usted ha expuesto, es posible que mi carácter no sea todo lo dulce que espera cualquier hombre en una mujer. Además, me considero una persona exigente, criterio que soy la primera en aplicar conmigo misma. No se trata de ser egoísta en una única dirección. Solo le diré una cosa: de los hombres con los que me he cruzado, no ha habido ninguno que me haya llegado al corazón. De todas formas, yo no desespero. Con veintiocho años que tengo, aún guardo posibilidades. No soy una mujer de forzar las situaciones, es decir, usted no hallará en mí a alguien que pretenda casarse por el hecho de no permanecer soltera. En mi posición, eso significaría asumir un riesgo innecesario. Prefiero esperar, apostar sobre seguro por un amor que se consolide como Dios manda, sin prisas. Mientras llega esa fecha, no voy a quejarme. En mis circunstancias, me inclino por continuar con mi negocio equino y por disfrutar de mi tiempo libre. Ya le digo, el día que encuentre a la persona adecuada, aquella que merezca mi atención, usted será de las primeras personas en saberlo.

—Caramba, la admiro, doña Alicia —contestó el guardia civil—. Como decía su progenitor, qué carácter, de veras. A mí también me gusta la gente con su personalidad, de temperamento lanzado, pero razonable a la vez, alguien con quien sabes a qué atenerte. En mi profesión, ya me gustaría tener a hombres de su naturaleza, con las cosas muy claras.

—Gracias por su elogio, don Antonio. Sin embargo, sepa usted que ese temperamento al que se refería también me causa problemas. Ya sé que es necesaria la hipocresía para la convivencia normal, pero yo procuro evitarla, no es lo mío. Me cuesta trabajo disimular, ya sé que es algo ligado a la convivencia, pero conforme voy cumpliendo años, peor lo llevo. En fin, qué se le va a hacer.

—Sí, sí, la entiendo, señorita. No se sorprenda, porque ya le digo que su forma de ser es parecida a la mía. Prefiero decir la verdad, aunque duela, que no andar en tonterías para quedar bien con alguien. Comparto su reflexión y es cierto que este carácter que Dios nos ha dado nos puede ocasionar problemas, pero reconozca que también nos proporciona satisfacciones íntimas. Estos aspectos solos los conoce quien es dueño de su personalidad.

—Bueno, bueno— intervino el marqués—. ¡Qué satisfactoria charla! Empezamos con los temas de la guerra, de los maquis y vamos ya por cuestiones más personales. Es increíble lo que provoca estar sentado alrededor de una mesa entre buenos manjares y buenas bebidas.

—Estoy totalmente de acuerdo —afirmó el párroco—. Su ilustrísima, tiene usted una capacidad increíble para generar debates y que los comensales se hallen como en su casa.

—Pues nada, ya coincidiremos en el futuro nuevamente, digo yo —añadió el militar mientras que asentía con su cabeza.

—Pues yo tengo una propuesta interesante para usted —comentó don Alfonso al tiempo que dirigía su vista hacia el teniente coronel.

—Ah, genial, pues usted dirá de qué se trata.

—No voy a permitir que se marche usted de la finca sin ver a mis caballos. Y el párroco, si se siente con fuerzas, también podrá acompañarnos. Seguro que van a disfrutar. Hablo de unos animales tan hermosos que llaman poderosamente la atención.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (41) Cuestión de carácter»

  1. Belíssimo capitulo. Realmente Alicia é uma jovem admirável, parece que herdou os genes do pai. Mas é preciso compreender que nossos filhos são Espíritos. São almas que trazem sua bagagem milenar, e que nascem em nosso lar por necessidade, de crescer, de aprender, de amar e ser amado.

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