—Solo pienso en los millones de españolas que no pueden ni hablar ni manifestarse, no vaya a ser que reciban una paliza de sus maridos o de sus padres, a fin de que permanezcan calladas. Por eso leo y me instruyo continuamente, por eso estudié letras, por eso me gusta conducir y montar a caballo, porque es lo único que no me pueden robar. Ah, y no pienso cambiar. ¿Por qué lo iba a hacer? Eso sí y como tú muy bien has afirmado, no soy tan imbécil como para perder la cabeza. Y desde luego, no voy a poner en peligro mi vida por reivindicarme en el lugar equivocado. A veces, no sé ni por qué Dios me ha situado en este escenario tan complicado. Como dijiste hace un momento, el señor marqués no se merece que su hija le ponga en estado de alerta. Ya tiene lo suyo con el carácter insufrible de mi hermano.
—Lo sé, Alicia. Es la energía que notas por tus adentros y que, de alguna forma, necesita expresarse hacia el exterior. Haz una cosa, querida, porque esa es la intuición que acaba de asentarse en mi cabeza: utiliza esa fuerza, pero dirígela hacia el bien. Considera algo: Dios nunca se equivoca y nos pone donde merecemos para transformarnos, para que evolucionemos hacia el bien. No tengas dudas. Y por supuesto, no cometas actos que te perjudiquen o atenten a tu seguridad. Eso será lo adecuado.
—Ya me siento mejor, je, je, pareces tú la mayor de las hermanas, la que me aconseja y guía. ¿Sabes qué te digo? Que no me importa; brille tu luz y me alumbre entre mis penumbras. Por cierto, ¿serás capaz de explicarme esas profundas miradas que me dirigías?
—Ah, claro, simplemente, fui capaz de leerte el pensamiento.
—Caramba, contigo estoy desnuda. Ya no puedo ocultar ni siquiera mis intimidades, qué es lo que hay en mi cabeza. Pero bueno, para eso está la confianza y en mi relación contigo esa confianza es infinita.
—Gracias por el elogio. Ya sabes que tú también puedes confiar en mí. Tú también eres mi apoyo y nuestra afinidad no puede calcularse.
—Entonces, dime: ¿de veras que puedes leer los pensamientos de otras personas?
—Alicia, esto no funciona como un reloj que marca las horas. En tu caso, hace un rato, debiste concentrarte en algo de una forma muy intensa. De pronto, me fijé en ti y todas esas imágenes que desfilaban por tu mente llegaron a mí. Te sorprenderá, pero era como ver una película en el cine.
—Dios mío, qué capacidad innata. Venga, explícame qué tipo de escena estaba pasando por mi pensamiento.
—Pues te lo diré. La imagen de Carlos estaba ahí. Le viste abrazando y besuqueando a una mujer apasionadamente. Eso sí, no era desde luego su esposa, Ana María. Y estoy segura de que tú tampoco la conoces. Eso pasó en segundos por tu mente y justo en ese instante, yo capté tu trozo de película y aquí estoy hablando de ello. Todo esto me hace sospechar que querías contarle a tu padre el contenido de esa escena, pero que, por motivos obvios, decidiste no desvelar nada.
—¡Dios mío, lo has clavado a la perfección! —exclamó la hija del marqués mientras que se llevaba las manos a la cabeza—. Rosarito, a ti te tendría que contratar la mismísima policía para esclarecer los delitos aún no resueltos. Qué buena detective habrías sido.
—Pues hablando de tu anterior cuestión, imagina la secuencia. Una joven mujer como yo en medio de hombres uniformados y anticipándoles las pistas que deben seguir para aclarar un crimen. ¿Te sitúas en esa estampa? Anda que están las cosas ahora como para pensar en ello. Seguro que ni siquiera me fusilarían. Para dar ejemplo, me quemarían en una hoguera pública y por supuesto, antes me habrían acusado de ser una maldita bruja, como sucedía hace unos siglos.
—Sí, es lo más probable. Menos mal que se disolvió a la Inquisición hace ya años, aunque tengo la impresión de que, a algunos, no les importaría que volviese. Puede que ya no exista ese tribunal, pero lo que es la maldad sigue campando por las tierras y ciudades de este país. Me han contado verdaderos horrores de la guerra y de cosas ocurridas también después de la guerra. Y de aquí, de Extremadura, podría contarte historias que te harían vomitar de espanto. Algunas chicas hay a las que han obligado a tragar aceite de ricino para luego pasearlas por el centro y que se les descompusiese el vientre delante de todos. ¡Qué humillación más grande! No hay un solo ser en la Tierra que merezca semejante castigo. Y al final, para terminar fusilándolas, como otras tantas.
—La verdad es que esas historias me producen escalofríos, Alicia.
—Sí, hay muchos que se han divertido con esas prácticas aberrantes, lo que ya te indica el nivel moral de sus almas. Y qué repugnancia me causan esas actuaciones. Que Dios les perdone, porque yo, lo siento, pero no. Aún no he llegado a ese nivel tan elevado como para olvidar tal cota de degradación.
—Por favor te lo pido, hermana. No te desahogues de esos sentimientos con nadie más. Hay lobos escondidos con piel de cordero, incluso entre nosotros. Ellos no pueden saber de nuestros corazones, pero sí de nuestras palabras. Y una sola manifestación verbal de ese tipo en torno a oídos indiscretos te podría llevar a la cárcel. Extrema tu cautela, sé que eres lista, pero te suplico que te mantengas alerta, sobre todo cuando no estés con personas de la más absoluta confianza como tu padre o yo. Incluso con Carlos, extrema la prudencia. Algo me dice que, aunque tengáis lazos de sangre, eso no te protegería de una posible denuncia.
—Es cierto, Rosarito. No puedo dejarme llevar por esos impulsos ideales que a veces llenan mi corazón. No son buenos tiempos para soñar. Menos mal que te tengo a ti. Si cualquier día me excedo en mis desahogos, por favor, házmelo saber. No quisiera producirte más jaquecas, hermanita.
—Tú nunca me darías dolor de cabeza, Alicia. La dignidad mora en ti y ella jamás causa dolor.
—Gracias, cariño. Eres mi consuelo.
…continuará…
Rosarito e Alícia parecem «ter uma sintonia perfeita». Isso indica que elas têm uma conexão e um alinhamento natural entre seus pensamentos e comportamentos.
E assim, Cidinha. Elas tem de ajudar o marquês. Abraços.