LOS OLIVARES (107) La más increíble revelación

2

Tras acomodarse ambos en aquella gran sala de libros donde años antes el hijo del marqués había abofeteado a una cría llamada Rosarito…

—Don Carlos, reconozco que me tiene sorprendida. Creo que es de justicia escuchar antes de juzgar.

—Me alegro. Oye, Rosario, ya veo que no estás dispuesta a abandonar tu formalidad. Cansa un poco ese tratamiento de «don», de «usted», etc.

—Le entiendo, señor. Podría hacerlo, pero en mi situación, prefiero mantener una distancia prudente. No puedo olvidar que el caballero es el primogénito del señor marqués, don Alfonso de Salazar y eso ha de tenerse en cuenta.

—Vale, como quieras; no pienso discutir por esa tontería.

—Y ¿cuáles son esas buenas intenciones que usted trae?

—Verás, Rosario, he meditado mucho durante mi última etapa y he alcanzado una conclusión. Te aseguro que enarbolo la bandera de la sinceridad. Solo aguardo a que sepas valorar en su justa medida mi propuesta.

—Vaya, parece que el señor ha ensayado ese discurso con anterioridad —afirmó una cada vez más nerviosa Rosarito—. Está bien, le escucho.

—Puede que lleves razón. No pretendo demorarme ni caer en el artificio. Te lo resumo en pocas palabras: después de reflexionar, quiero pedirte disculpas por mi comportamiento en el pasado.

—¿Cómo ha dicho? ¿«Disculpas»? —comentó asombrada la joven.

—Sí, eso es. Tal y como lo has oído. Esta tarde de hoy, reunidos en la gran sala de «Los olivares», Carlos de Salazar solicita sus más sinceras disculpas ante la presencia de la señorita Rosario Gallardo. Esto significa que te pido perdón por todos los inconvenientes que yo te haya ocasionado en el ayer y que deseo borrar cualquier rastro de heridas u ofensas que te haya podido causar. En otras palabras, desearía que, en el futuro, nos tratásemos como lo que realmente somos: miembros cercanos de una familia que por las razones que sean, mi padre quiso formar cuando tomó la decisión de adoptarte.

—No sé ni lo que decir, señor.

—Tranquila, que aún no he acabado. Ya sé que te resultará difícil de admitir, que esto puede producirte sorpresa o desconcierto, pero has de considerar que las personas cambian y evolucionan con el transcurrir del tiempo. En mi caso, me hallo en condiciones de afirmar que esta transformación procede de una intensa introspección, lo que me ha conducido a respetar y a aceptar la resolución de mi padre cuando te convirtió en su ahijada. En resumen, que reconozco, en plenos derechos de mis facultades, que tu padrino es el marqués de Salazar y todo lo que eso conlleva.

El rostro de Rosario era un poema. Embargada a medias por la emoción y el asombro, solo acertó a esgrimir una sonrisa de aceptación, aunque también de una moderada alegría. Tuvo la sensación de haberse quitado un gran peso de encima, como si se hubiese librado de una enemistad que rayaba en lo patológico y que, por desgracia, se había alargado por más de veinte años. Ensimismada por el discurso de aquel hombre, sentada junto a los innumerables volúmenes que constituían la biblioteca de don Alfonso, se dispuso a continuar escuchando la voz de Carlos, al cual también se le notaba afectado por el discurso tan revelador que había pronunciado. No era para menos, porque aquella actitud podía significar el fin de una tensa situación que había marcado muy especialmente a la joven.

—En fin, Rosario, creo que podemos estar contentos, hoy es un día feliz para esta familia y, sobre todo, para nosotros dos. Me parece que se logran mejores cosas con la paz que con el enfrentamiento, con el respeto mutuo que con la hostilidad. La verdad es que no tengo más que añadir. Por eso, me gustaría oír tu opinión.

—Yo… me siento tan sorprendida que ahora mismo la confusión se ha apoderado de mí. Sin embargo, una vez que usted ha terminado con su exposición, no puedo por menos que sentirme serena y halagüeña. Lo contrario sería una indignidad por mi parte.

—Pues, ¡fantástico! Después de mi lamentable historia no sabía cómo te tomarías este asunto ni cuál iba a ser tu reacción. Pienso que en la vida hay que tener la suficiente gallardía como para reconocer los errores cometidos y si es posible, rectificar y pedir perdón por los mismos. Con esa actitud constructiva he venido esta tarde a «Los olivares». Ciertamente, aprecio haberme quitado de encima una pesada carga. Es como haber abonado una deuda pendiente de cobro desde hacía años. No quería pensar en ti como una antigua enemiga a la que había que fastidiar. Ya era hora de cambiar ese tipo de comportamientos que en nada contribuían a la cordialidad en las relaciones entre personas. Mi intención es clara: me hallo en disposición, a partir de este momento, de desarrollar contigo una relación normalizada en la que predomine el entendimiento, la amabilidad. Como debe ser. Ojalá que todo esto sea para bien. Entonces, mi buena y joven amiga, ¿estamos de acuerdo?

—Por supuesto, don Carlos. ¿Qué puedo decir tras oír de sus labios tan bellas palabras? Todavía estoy un poco sorprendida, pero he de reconocer que esto es un sueño, o, mejor dicho, una pesadilla de la que creo haber despertado definitivamente.

—Pues si te parece bien, nos ponemos de pie y con todo respeto, nos estrechamos las manos en señal de nuestra nueva amistad. Si me permites…

—Por supuesto, señor —expresó la mujer mientras que se levantaba poco a poco de la silla—. Perdone mi lentitud en responder. Es que aún me hallo impresionada.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (107) La más increíble revelación»

  1. Penso que quando um inimigo diz que quer fazer as pazes com alguém que odiava, significa que resolveram seus conflitos. No caso de Carlos em relação a Rosário, acho meio estranho, já que Rosarito está perplexa, sem saber o que dizer, parece não entender muito bem as colocações de Carlos. Mas é importante lembrar que Rosário quando pensou em Carlos não viu o espirito escuro ao seu lado… Vou aguardar.

  2. Se o ofensor leva muitos anos se comportando mal, as mudanças são difíceis. Rosarito é uma criatura pura e inocente; é por isso que ela tem a esperança que Carlos tenha mudado suas atitudes. Beijos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

LOS OLIVARES (108) El brindis

Sáb Oct 14 , 2023
Si bien al principio, aquello constituyó un apretón de manos muy cordial, la emoción de ambos provocó que, finalmente juntasen sus figuras y se diesen un cálido abrazo. —Bueno —prosiguió Carlos—; tengo claro que este acontecimiento hay que celebrarlo. Como entenderás, tampoco se trata de organizar una cena o un […]

Puede que te guste