LOS OLIVARES (20) El parto

En aquella templada tarde de primavera, allá por el año 1919, se oían carreras y gritos dentro de la finca «Los olivares». El mayor alboroto provenía de uno de los espacios construidos no muy lejos de la mansión, la llamada gran caballeriza. Antonio, empleado allí como mozo de cuadras, llamaba muy nervioso y con insistencia a la habitación del ama de llaves, ya dentro del palacete. Cuando doña Concha abrió la puerta, el hombre sudoroso se tiró al suelo delante de la figura de aquella mujer y juntó sus manos como suplicándole…

—Pero, ¿qué es este escándalo? No me gusta todo este jaleo ni creo que le agrade al señor marqués. A ver ¿qué te ocurre, Antonio, que parece que la angustia te corroe? Explícate inmediatamente y levántate, que no eres un animal.

—Ay, doña Concha, se lo pido por caridad. Que mi esposa se ha puesto de parto y el niño no sale. Que ya me sé esta historia, que se ha vuelto a repetir, que mi Antoñito vino de nalgas y cuando lo pudimos sacar, ya estaba muerto. Que este se ha adelantado un mes y nos ha cogido por sorpresa.

—Vaya por Dios. ¡Qué situación! —comentó el ama de llaves mientras que permanecía pensativa meditando lo que hacer ante la urgencia.

—Por favor, señora. Haga algo, lo primero que se le ocurra.

—Tranquilo, hombre. Si no te calmas, me vas a agobiar y me voy a bloquear. Lo mejor será avisar a su ilustrísima, que antes le vi entrar en casa. Ya me acuerdo de tu otro hijo, ese que perdiste, y fue dramático.

No hizo falta buscar al señor marqués. Este salió con rapidez del salón principal donde se encontraba al escuchar a sus empleados hablar en voz alta.

—¡Ay, don Alfonso! Discúlpeme por molestarle —expresó la mujer con gran sofoco—, pero creo que nos enfrentamos a una urgencia.

—Eso digo yo. ¿Qué son estas carreras? Venga, habla, ¿de qué se trata?

—Ay, que le he interrumpido en su hora de lectura.

—Pero, mujer, respira, que te va a dar algo. ¿Me quieres decir ya qué ocurre?

—Verá, es la mujer del mozo de cuadras que se ha puesto de parto de repente. Creo que salía de cuentas el mes que viene, pero se ha adelantado. La criatura, según su padre, viene de nalgas, por lo que se teme lo peor. Señor, ¿se acuerda de lo que le sucedió con el anterior? Por desgracia, aquello se puede volver a repetir.

—Ah, sí. Fue horrible. Qué lástima de niño. Se fue sin ni siquiera haber respirado el aire de «Los olivares».

—Señor marqués, otra tragedia de ese tipo no sería buena para esta casa. Usted no estaba en aquella ocasión y ver a esa pobre mujer con su hijo muerto entre los brazos… es que no me quiero ni acordar. Es de las peores cosas que le pueden pasar a cualquier madre.

—Pues tú tranquila, que esta vez estoy en mi casa. Ya me encargo yo de tomar medidas.

Ambos salieron corriendo a toda prisa de la mansión, mientras que Antonio les seguía detrás. En un par de minutos, los tres alcanzaron las caballerizas. Al llegar, el mozo de cuadras se les adelantó para abrir la puerta de la casita que habitaba junto a su esposa, muy cerca de las cuadras.

—Señor marqués —dijo con ansiedad el hombre—. ¿Qué podemos hacer? Mi Consuelo está empujando, hace lo que puede, pero es que el niño viene al revés y tenemos mucho miedo por lo que ya pasó.

—A ver, doña Concha. El mozo tiene mucha razón. Vaya usted a buscar a Damián. Que coja el coche y baje a toda velocidad al pueblo. Que traiga a toda prisa a don Torcuato, el médico. Él sabrá lo que hacer.

Cuando doña Concha se disponía a cumplir lo que don Alfonso le había indicado, el marqués dio otra orden:

—Y después, busca a alguna mujer en la casa que tenga experiencia. Que venga aquí rápido. Hay que atender a Consuelo y hay que salvar al bebé como sea.

—Sí, ya me encargo, don Alfonso —respondió el ama de llaves abandonando a toda prisa aquel escenario.

—Venga, mujer, respira y cálmate —comentó el aristócrata alentando a Consuelo—. Será lo mejor para tu hijo. Esta vez lo vamos a conseguir. Todo va a salir bien.

—Ay, mi señor, se lo juro, hago lo que puedo, es que ya no tengo ni fuerzas —intervino la parturienta empapada de sudor—. Dios quiera que venga el médico pronto, que este se me va, como el otro. El primero se me fue al cielo muy pequeñito de una infección. El segundo ya nació muerto, que me viene su carita al recuerdo. Y yo quiero que este tercero viva, que ya está bien de tanta desdicha. Yo le juro a su ilustrísima que, si este crío se salva, ya no me quedo preñada ninguna vez más ni le causo más molestias. Si usted supiera lo que es perder a una criaturita que ha estado en mis entrañas… y yo… yo ya llevo dos, ¡Ay. ay, ay…!

—Te entiendo perfectamente. Venga, que vamos a hacer todo lo que esté en nuestras manos. Acuérdate del refrán, mujer, ese que dice que «a la tercera va la vencida».

—Que así sea, don Alfonso y que Dios me permita verlo.

—Consuelo —añadió el marqués mientras que le daba la mano a la esposa del mozo de cuadras—. Te voy a dar ánimos.

—¿Cómo dice, señor marqués?

—Mira, seguro que lo que voy a decir te va a poner contenta y te servirá para aguantar el parto. Tienes que resistir como sea. Seguro que Damián ya ha salido con el coche y pronto estará aquí el médico.

—Ay, sí, que venga.

…continuará…

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Jue Dic 8 , 2022
—Atenta, Consuelo, porque si el niño nace, te prometo una cosa. Lo digo delante de Antonio, tu marido, para que él quede como testigo de mis palabras. —Testigo ¿de qué, señor? —contestó rápido el hombre. —Si ese hijo tuyo respira y sale de tus entrañas, te juro que yo me […]

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