—¿Y qué importancia puede tener el desarrollo de la guerra mundial al respecto de esta cuestión? —preguntó el aristócrata.
—Mucha, don Alfonso. Como militar, yo he desarrollado mi propio planteamiento, aunque lo que le voy a explicar no deja de ser una hipótesis de futuro, es decir, una proyección sobre cómo pueden evolucionar los acontecimientos.
—Cuente, cuente —dijo de repente Carlos mientras que se tocaba la barbilla en actitud de gran curiosidad.
—Verán, señores. Ya veo que les interesa esta temática que, por desgracia, aún nos afecta. Ahora mismo, la posición alemana en Europa se encuentra en clara ventaja. Tras invadir con éxito Francia, solo Inglaterra, por su posición geográfica de isla y por su gran poderío naval se resiste al empuje germano. Es posible que muchos maquis, ante el riesgo de ser arrestados por los mismos alemanes, crucen la frontera española por los Pirineos y se unan a otros elementos rebeldes ya presentes en nuestra nación. Esto significaría un peligro para nosotros, ya que aumentaría el número de rebeldes. Sin embargo, ¿quién conoce lo que va a suceder en los siguientes meses? Yo no sé ustedes, pero yo no poseo una bola de cristal en mi despacho como para vislumbrar el futuro.
—Está claro —añadió don Alfonso—. Pero imagínese la situación contraria. Los ingleses cuentan con el apoyo tácito de los norteamericanos y si Hitler insiste en invadirla, no tengo ninguna duda. Los Estados Unidos entrarían abiertamente en la guerra en socorro de su gran aliada, Inglaterra. Yo viajé a ese país hace años cruzando el charco y créame, don Antonio, además de su enorme tamaño y población, se trata de una gran potencia económica e industrial. En otras palabras, la guerra podría cambiar su curso conforme ese país empezase a fabricar armas, barcos, aviones, tanques… Yo, lo que me cuestiono, es en qué medida ese acontecimiento supondría un cambio respecto a la posición de los maquis aquí, en nuestra tierra.
—Cómo se nota que usted dispone de un amplio conocimiento sobre la materia. Le felicito, señor marqués por su extensa cultura.
—Gracias, teniente coronel. Creo que es importante conocer la realidad en la que nos movemos. Tanto la guerra como el acoso de los maquis son dos asuntos que deberían preocuparnos a todos. Se lo aseguro: es mejor estar bien informado que vivir en la ignorancia como si fuésemos pequeñas islas que pueden sobrevivir aisladas.
—Como le decía, si el conflicto da un giro radical, habría que alterar la perspectiva. Dudo que España, a pesar de todo lo que se comenta, vaya a entrar en la guerra por su simpatía hacia Hitler o Mussolini. No estamos en esa disposición. Ya tenemos suficientes problemas como para ahondar en más dificultades. Cada uno tendrá su opinión, pero la mía es que debemos evitar a toda costa enfrentarnos a más obstáculos. Primero, debemos recuperarnos de todo lo sufrido, y luego, pues ya se verá. No se trata de una cuestión estática. La situación del frente militar en Europa puede alterarse en cualquier instante y eso haría peligrar cualquier previsión que se hubiese hecho antes.
—Además de la fuerza y del recurso humano de sus guardias —intervino don Cosme—, ¿posee el estado alguna alternativa distinta para acabar con esta pesadilla que suponen los maquis?
—Lo primero que se me ocurre es incrementar el número de hombres para completar más batidas y capturar a más rebeldes. A esa conclusión llegaría hasta un niño pequeño Cuanto más seamos, mejor ¿verdad? Sin embargo, hay que ser inteligentes. A menudo, la fuerza bruta no basta para resolver un problema complejo. Estos locos violentos aún sueñan con recuperar sus fantasías republicanas. Por eso, hay que romper el vínculo que mantienen con algunos habitantes de las poblaciones rurales. Si se viesen privados de ese apoyo, tendrían que dar más la cara. Tendrían que robar o asaltar más para no morir de hambre. Si quebramos esa conexión entre maquis y sus bases en los pueblos, daríamos un gran paso en su desaparición. Hay que presionar a los familiares para que nos revelen más datos y, sobre todo, dónde se encuentran escondidos. Hay que recabar toda la información posible. Si les localizamos y detenemos, los demás se enterarán y su moral bajará. Yo incluso promovería la delación a través de sobornos. Es un buen método para disminuir su fuerza. No hay que descartar ninguna opción, siempre con el objetivo prioritario de desmantelar su estructura y sus bases. Como tenemos confianza, señores, les diré una cosa, porque sé que de aquí no va a salir ninguna información, ya que ustedes desean lo mismo que nosotros: acabar con esos desalmados. Hemos infiltrado a algunos agentes para obtener datos que nos permitan descubrirlos. No todo el mundo sirve para esta labor; es muy arriesgada. Si son descubiertos, serán torturados, y luego, ejecutados. Creo que merece la pena trabajar de este último modo, aunque peligre tu integridad. A problemas desesperados, métodos desesperados, pero útiles. Tenemos abiertas varias operaciones con ese objeto y yo, como su jefe y organizador, espero resultados prometedores. La paciencia es necesaria. Nos estamos jugando mucho: asentar de un modo definitivo la paz en estas tierras tan devastadas por las luchas internas y el odio visceral entre unos y otros. Ya lo ven; no basta con ganar una guerra: esa sensación de paz y de seguridad ha de llegar a los rincones más lejanos. De no ser así, la convivencia se hará imposible. No permanezcan con dudas: la Guardia Civil está implicada al cien por cien. Pondremos todo nuestro empeño en resolver este problema que nos acucia.
—Resulta reconfortante contar con toda esa voluntad que ustedes demuestran cada día en su labor —añadió el cura—. El poder de la Iglesia precisa del brazo ejecutor de la ley y de sus servidores para extender su moral entre todos. Por desgracia, hay gente a la que no se la convence solo con las palabras. Necesitan ver que nosotros estamos persuadidos de aquello en lo que creemos y que no nos vamos a quedar pasivos ante sus ataques. La Iglesia cree en sus valores y no nos vamos a conformar. Esta guerra y nuestra victoria debe traducirse en hechos. Hemos salvado España de la catástrofe republicana, donde el odio hacia nosotros era su instrumento de terror. Nos perseguían como ratas y ahora, ha llegado la hora de demostrarles quiénes somos y cómo nos comportamos.
…continuará…
Que horror em tempos de guerra, só há perdas. Só prevalece o ódio. A esperança é que tudo isso acabará para sempre. Nesse século o ódio ainda prevalece. Quando acabará os conflitos entre os homens?
Quando se conscientizarem que somos todos filhos do mesmo Pai, e ninguém é melhor que ninguém.
Espero tudo isso para um futuro próximo. Grato, Cidinha.