LOS OLIVARES (40) Estados de ánimo

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—Aplaudo esas palabras —reaccionó Carlos—. Por un momento, parecía que estaba usted dando una arenga militar.

—Bueno, señores, aquí, casi todo el tiempo he hablado yo —añadió el teniente coronel—. Veamos, señor marqués; a usted, ¿cómo le van las cosas? ¿Está su ilustrísima satisfecho con el nuevo orden surgido tras la guerra?

—Se trata de una buena pregunta para reflexionar, don Antonio. Lo primero que tengo que decir y esto lo afirmo por propio sentido común, es que estoy satisfecho con el fin de la guerra. No existe nada más sangrante que un enfrentamiento prolongado; y para colmo de males, entre hermanos, vecinos y sujetos que se conocían, que hablaban y hablan la misma lengua. Aunque ya ha pasado más de un año, es verdad que hay personas que no están de acuerdo con el resultado del conflicto y que literalmente, se han echado al monte. Sin embargo, mi convicción es que la cuestión de los maquis irá a menos, porque están aislados y porque el apoyo popular que reciban irá en descenso. En cualquier caso, soy de los que piensan que lo pasado, pasado está y que hay que mirar con optimismo el futuro.

—Eso está claro, don Alfonso.

—Como le decía, dado mi origen y las condiciones en las que me he criado, quizá yo no sea el mejor ejemplo del español medio. Mi padre murió en la guerra de Cuba, yo tendría unos dieciocho años y ya me vi en la responsabilidad de llevar un nombre y un título. Comprendo que, para mucha gente, es fácil criticar a la nobleza. Creen que somos unos privilegiados ociosos que vivimos en nuestra torre de marfil y que no nos mezclamos con el pueblo, como forma de mantener unas supuestas ventajas sociales. Don Antonio, yo no me voy a quejar de mi existencia. No es mi estilo. Sin embargo, he tenido que afrontar graves circunstancias. Aparte de perder a mi padre siendo yo tan joven, lo que más ha marcado mi trayectoria fue la pérdida de mi esposa, mi admirada y querida Teresa. Y como la vida tiene esas cosas de los extraños equilibrios, justo en el parto en el que ella falleció, llegó esta bendición del cielo que es mi hija Alicia. Créame, no es nada fácil quedarse sin el ser que más amas, justo cuando te hallas en el cenit de la vida. Pero, como yo digo, estas son pruebas del destino que te golpean. Si las superas, te proporcionan una fortaleza tremenda y forjan tu madurez. Y… hablando de fortaleza… ¿sabe una cosa, don Antonio?

—Diga, diga, su relato me parece de lo más interesante.

—Pues, últimamente, me siento con menos fuerzas, con menos ganas de todo. No es que esté acabado, Dios me libre, pero ese interés que tenía antes por hacer cosas ha ido decreciendo. ¿Las causas? Supongo que por los sucesivos desengaños o por el simple paso del tiempo. Con sesenta años a mis espaldas, cada vez quiero viajar menos. Me apetece más permanecer aquí, en esta finca que construyó mi padre, con todo su esfuerzo y que me legó.

—¡Caramba, señor! Me deja su ilustrísima preocupado —afirmó el militar—. Prefiero pensar que, a su edad, aún le restan muchos años por vivir. Es usted un aristócrata de notable reputación, sobre todo por las buenas obras realizadas. Veamos, un noble como usted, ¿en qué emplea habitualmente su tiempo?

—Depende. Aquí, solo con girar su cabeza, ya ve que existen miles de árboles. Olivos para obtener aceitunas y elaborar aceite de la mejor calidad, encinas para alimentar a animales, frutales de los que recoger una amplia variedad de productos y por supuesto, ganado y caballos, que estos últimos son mi predilección. El negocio equino nunca pasa de moda, supone una atractiva inversión y hasta posee su parte sentimental, porque una vez que le coges cariño a un animal al que has criado, te resulta difícil desprenderte de él. Antes iba mucho a Madrid, porque allí tengo negocios inmobiliarios y de arte, pero como le manifesté antes, cada vez viajo menos y le delego ese trabajo a mi administrador. Ya ve, me voy recogiendo en mí mismo. Lo veo como un proceso natural, una especie de preparación que efectúa el alma a fin de despedirse de este plano.

—Tiene usted mucha razón —intervino el párroco—. Dios es justo y por mucho que las personas se puedan diferenciar a lo largo de su paso por la Tierra, al final, todos vamos al hoyo. Gracias a Dios, luego resucitamos.

—Quiera el Creador que así sea, don Cosme —agregó el marqués.

—Don Carlos —expuso el guardia civil—, tengo entendido que su bufete en la capital funciona a las mil maravillas. Entonces, ¿está usted satisfecho con su trabajo?

—Sí, desde luego. Está bien que a uno se lo hagan saber desde fuera. Eso me demuestra que la fama de mi negocio no solo queda entre las paredes de mi despacho. Ahora que los ánimos se han calmado y que ya llevamos más de un año sin guerra, al menos de manera oficial, parece que todo se normaliza y que los pleitos y las reclamaciones vuelven a sus cifras originales. Debe ser la condición humana.

—Resulta curioso —respondió el teniente coronel—. Siendo usted el hijo mayor del señor marqués, una persona de tanto renombre, me parece extraño que permanezca en esta tierra y en Badajoz, una ciudad que no es precisamente de las más grandes de la península. ¿Nunca ha tenido proyectos de dar el salto a Madrid o cuando menos a Sevilla, que le coge más cerca?

—Es cierto. Lo he meditado varias veces. Incluso he tenido que viajar a otros lugares para defender los intereses de mis clientes. Sin embargo, no podría explicárselo, esta tierra posee algo especial, algo que, en cuanto la abandonas, te tira del cuerpo hasta arrastrarte a su lado. Supongo que a eso se le denomina nostalgia, algo que, contrario a lo que se cree, no solo les ocurre a los gallegos. Nunca se sabe la de vueltas que puede dar la vida, pero, por ahora, no tengo planes de mudanza y mi sitio de residencia permanecerá aquí.

…continuará…

3 comentarios en «LOS OLIVARES (40) Estados de ánimo»

  1. O Sr. Marquês sempre correto em suas colocações e contrário as perseguições dos menos favorecidos, na Guerra Espanhola e com a 2ª Grande Guerra Mundial. Fala com convicção, é metódico nas palavras e sábio nas colocações com relação à passagem da alma para o mundo Espiritual.
    Que diferença de almas entre o Marquês e seu filho Carlos. Algo acontece com Carlos por amar muito os Olivares, penso que saberei daqui a uns tempos.

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