LOS OLIVARES (13) El «poder» del cronista

—Estás siendo un poco exagerado, Alejandro. Simplifica tus razonamientos, porque todos tenemos una misión en la vida. ¿Acaso tú ibas a ser diferente, amigo? Después de muchos años, justamente ahora ha llegado el momento para que hagas aquello que yo te propongo.

—Un momento, eh… ¡Caramba, es que ni siquiera sé cómo llamarte!

—Sí, llevas toda la razón. Acorde al trabajo que vamos a realizar juntos y por ahora, llámame «cronista». Así asociarás mi nombre con este proyecto que vamos a iniciar.

—Vale, vale, «cronista». Mira una cosa, ¿tú sabes lo que es la libertad?

—Por supuesto. Y, además, coincide con el concepto que tú tienes de ella. Puedes estar tranquilo.

—Me alegro. Esa palabra implica que tú no me puedes obligar a hacer nada. Vamos, ni tú ni nadie.

—Correcto. Coincido contigo.

—Esto me parece una locura. Espero que no te lo tomes a mal. Jamás he oído hablar que un ente, un espíritu o lo que tú seas le dicte a un ser de carne y hueso una historia para que este la escriba. ¿Crees que soy un niño pequeño que recibe la visita en casa de su maestro para que copie dictados y mejore su letra? Hombre, por favor, que yo ya pasé por esa etapa y tras superar mi oposición a profesor de literatura, llevo muchos años en la enseñanza, dando clases y corrigiendo exámenes de adolescentes.

—¡Eh, calma! Cualquiera diría que el orgullo te sale por los poros de tu piel. Bien, me pongo en tu situación. Claro que posees libre albedrío, faltaría más. Como preveía que podías resistirte y conozco el alma humana, te presentaré una oferta que te hará recapacitar. Dejaré que te lo pienses y en nuestro próximo encuentro, me darás una respuesta clara. Tampoco vamos a alargar estas negociaciones hasta el infinito.

—A ver, cronista; entiendo esa función que, según tu observación, me quieres atribuir. Quieres que sea una especie de escriba y que pase a papel esa historia que tantas ganas tienes de contarme. Pero, eso, ¿a mí dónde me lleva?

—Muy bien, de eso quería hablarte.

Los ojos de la figura del profesor se abrieron al máximo en aquel amanecer veraniego. Se acomodó en la parte delantera del sofá, como expresando con su postura la máxima atención a lo que le iba a decir aquel cronista.

—Mira, Alejandro, si tú cumples con tu misión, yo me comprometo a editarte el libro. Una vez que lo revises y lo termines, lo enviarás a varias editoriales y pasado un tiempo, te harán una oferta. Te ofrecerán una primera tirada de cinco mil ejemplares y tu nombre, a su manera, pasará a la inmortalidad de las letras. Venga, ánimo. A pesar de tus cientos de poesías que dedicas y recitas a tus alumnos, eres un escritor novel. En otras palabras: no te conocen, por ahora. No querrás que te saquen una primera tirada de cincuenta mil ejemplares, como hacen con los escritores consagrados. Eso sería poco realista de tu parte.

—¿De veras que puedes hacer eso, cronista? ¿Cómo? No es que desconfíe de ti, simplemente me parece algo tan difícil en el mundo de la novela… Por otra parte, excepto para mí, eres un ser invisible para el resto de la humanidad. Nadie te ve ni te escucha, ni siquiera Lola, mi esposa.

—Ja, ja, ja… qué poco me valoras, amigo. ¡Qué sabrás tú de eso! Creo que confundes los términos. No se trata de hacerse visible a cualquiera. Venga, hablemos con claridad. ¿Cuál es la fuerza más poderosa del universo?

—¿Y yo qué sé? Eso es una pregunta trampa. Anda, contesta tú.

—Al menos, inténtalo. No seas cobardica, que no vas a fundir ni una sola neurona por responder.

—Es que no tengo ni la menor idea… la energía nuclear, la gravedad… no se me ocurre otra cosa.

—Te daré una pista. Se trata de una capacidad humana, je, je…

—Hum… en el mundo de la poesía siempre es el amor. ¿Qué? ¿A que he acertado? Ah, ¿no? Entonces, ¿podría ser la fe?

—Te comprendo, pero no me refiero a eso. Razona, profesor, razona…

—¡Ah, ya lo tengo! Me ha venido a la cabeza en un golpe de intuición. ¿A que estás hablando del pensamiento? Pues claro que sí, no sé cómo no lo había «pensado» antes.

—Muy bien, amigo. Vamos haciendo progresos. Te ha costado un poco, pero, al final, has dado en la diana. Lo que pretendo decirte es que mi «poder» se basa en el uso y el manejo del pensamiento. De todas formas, ahora no debes preocuparte por eso. Siempre sería un objetivo a desarrollar después de acabar con el libro y su revisión. Entiendo tu ansiedad, pero no debes adelantarte tanto a los acontecimientos. Mi promesa es fiable, por lo que deberás confiar en mí. Esto no es un juego, Alejandro, sino que se trata de un asunto muy serio. Tú, completa mi encargo, y yo, me encargaré de cumplir con mi compromiso contigo. Hum, parece que la expresión de tu rostro está mudando por momentos. ¿Qué te parece?

—Pues…

—No, no me contestes todavía. Consúltalo con la almohada, je, je. Te daré un tiempo para que reflexiones, para que calcules los pros y los contras de la decisión que vayas a tomar. Creo que estoy siendo justo contigo. ¿Qué? ¿Ves cómo yo respeto tu libertad? Tu argumentación de antes carece de fundamento, querido profesor.

…continuará…

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