LOS OLIVARES (6) ¿Pesada insistencia?

—Es que, de repente, se me ha venido a la mente una imagen. Tú ya conoces a Mario. Es compañero del hospital desde hace muchos años y la verdad, me parece un tío serio, legal. Creo que es el sujeto ideal para indagar en estos temas. Seguro que no es el primer paciente al que atiende con estos problemas como el tuyo.

—¿Me estás sugiriendo que vaya a tu lugar de trabajo a visitar a un psiquiatra?

—Pues tú me dirás, mi amor. No le voy a decir a mi amigo que me haga el favor de atenderte para que después os vayáis a ver un partido de fútbol. Se trata de que te examine, para que analice lo que te está pasando y luego, con su profesionalidad, que establezca si eso es un trastorno que le puede ocurrir a cualquiera y si debemos o no asustarnos. En mi opinión, sería prudente que lo hicieras. Así, los dos nos quedaríamos más tranquilos.

—Pero, Lola, ¿de veras crees que yo estoy como para que me evalúe un especialista en psiquiatría? Oye, ¿tan mal me ves?

—No, sencillamente soy una mujer sensata que trabaja en el campo de la salud. Seguro que a él no le importa echarte un vistazo. ¡No estoy exagerando! Digamos que esto no es la primera vez que te ocurre, pero no con tanta intensidad. Para mí, eso es una señal de alarma.

—Pues ahora creo que soy yo el que está empezando a preocuparse. ¡Vaya cómo han empezado las vacaciones! Mira, no pretendo tener yo la razón para quitártela a ti. Si te parece bien, vamos a hacer una cosa.

—Te escucho.

—Dejemos transcurrir un poco de tiempo. Lo de hoy ha sido fuerte, lo reconozco. Es que he oído perfectamente esa voz, justo en mi oreja, la de ese sujeto del otro día. Mira, si vuelvo a experimentar otra sensación similar en las próximas fechas, me pides cita con tu compañero y me someto a las pruebas que él me pida. ¿Qué te parece?

—Está bien, Ale. Me parece una sabia decisión, justa y equilibrada. ¿Te vas a volver a dormir?

—¿Cómo? —manifestó el profesor con gesto de desagrado—. De ninguna manera. Yo no me vuelvo a dormir hasta la noche. No quiero tener más sustos. No soy un adolescente al que le gusta correr riesgos. Por hoy, ya está bien de fenómenos paranormales.

Al llegar el fin de semana, sobre las siete y media de la mañana del sábado, el sol ya había aparecido por el horizonte dando lugar a una nueva jornada calurosa en la ciudad. Entretanto, en el dormitorio en el que descansaba la pareja formada por Alejandro y Lola, al parecer, existían otras inquietudes…

—¡No, no, que no puedes! —balbuceaba en voz baja el profesor mientras que movía su cabeza de un lado a otro de la almohada.

—¡Eh, cariño, despierta! Estás teniendo una pesadilla —dijo Lola mientras que tocaba con sus dedos ligeramente el hombro izquierdo de su marido—. Por favor, que estás sudando. Venga, despéjate un poco.

—¿Eh? ¿Qué pasa? —preguntó de pronto Alejandro mientras que se incorporaba de la cama medio atontado—. ¡Uf, vaya sueño que he tenido y además, estoy encharcado! ¡Qué manera de sudar! Entre el calor que hace y la discusión…

—¿Discusión, Ale? Me dio la impresión de que, en tu pesadilla, hablabas con alguien.

—Pues sí. Espera un momento que me recupere —comentó el profesor de literatura al tiempo que se sentaba sobre el colchón.

—Perdón, cariño, ya sé que han pasado tres días desde el último «incidente», pero… ¿estamos hablando de nuevo de ese señor tan pesado? No puede ser, creo que se está pasando de la raya. No hace falta que me confirmes su identidad, lo sé por la expresión de tu cara. Anda que estamos arreglados con el personaje. Por favor, dame los datos para que yo disipe mis dudas.

—Ya me encuentro mejor. Se ve que lo prometido es deuda. Ciertamente, este señor ha cumplido con su compromiso. Hoy es sábado, ¿es así?

—Sí, es sábado, desde hace más de siete horas.

—Pues entonces, todo encaja. Ha sido todo una repetición de nuestro primer encuentro. Imagina la escena en el salón: ahí se ha desarrollado este último sueño. Estábamos sentados, el uno enfrente del otro, como si yo no pudiese evitar su mirada. Lo tengo tan reciente que me acuerdo de todo.

—Está claro que ese personaje es cargante y que no le importa presionarte, no sé para qué. ¿Insistió en su mensaje?

—Efectivamente. Creo que de eso trata su intención. Sin embargo, esta vez, su estrategia varió.

—Caramba, qué enemigo más sutil te has echado a la espalda.

—Bueno, yo no le llamaría de esa manera tan agresiva. Si es contrario a mis intereses, ya se verá. Lola, es demasiado pronto para saber de sus intenciones.

—Ya, está claro. Dime, ¿en qué ha consistido ese cambio de estrategia?

—¿Recuerdas el primer encuentro? Me pidió que escribiese un relato, eso sí, añadió que él se encargaría de todo. Habiendo cavilado estos días, pensé que se refería con eso a que él me iría contando una historia en sueños y que yo, tras despertarme, me encargaría de copiar su narración en un papel. Vamos, como el que escribe un diario sobre sus «conversaciones» nocturnas. ¿Me entiendes?

…continuará…

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