—Teniente coronel —intervino Alicia—. ¿Por qué dice usted que muchos de ellos no se dejarían coger vivos? ¿Cómo puede estar tan seguro?
—Es obvio, señorita. Aquellos que sean detenidos serán sometidos a duros interrogatorios. Y no todos podrán resistirlos. Yo lo tengo claro, doña Alicia. Para su honor, es mejor caer bajo las balas que ser arrestado y admitir su culpabilidad. Y para colmo, con la vergüenza de haber delatado a sus propios compañeros.
—¿Me está hablando de usar la tortura para que confiesen? —insistió la hija del marqués.
—Doña Alicia, con todo respeto, pero creo que usted desconoce la forma de actuar en estos casos. Desde un punto de vista técnico, todavía estamos en guerra. La nación no puede dormirse y nosotros, que somos servidores de la patria, no podemos decaer en esta lucha a muerte. Se trata, sencillamente, de sobrevivir, de destruir o de ser destruidos. Créame, no me gusta utilizar un lenguaje tan radical, pero es la realidad con la que contamos en estos momentos. Ha sido un largo conflicto de tres años. Después de todo este dolor, no podemos cruzarnos de brazos para que este grupo de guerrilleros sigan presionándonos porque no aceptan su derrota ni la de los valores de la República.
—Don Antonio —indicó el marqués—, tengo entendido que la situación está peor en la provincia de Cáceres, pero… yo me pregunto ¿a qué se debe esa fuerte resistencia que están ofreciendo los maquis frente al nuevo orden establecido por el estado?
—Bien. Como estudioso de estas cuestiones, hay que repasar un poco la historia de esta región. Ya sabe su ilustrísima que Extremadura fue una zona en la que se produjeron numerosas huelgas y protestas antes de la guerra. Esta comarca era una de las más «calientes» por su conflictividad social, sobre todo con la gente del campo. Tenga también en cuenta una cosa: el ejército de África no pudo permanecer mucho tiempo aquí; ellos tenían que avanzar muy rápido hacia Madrid, en su deseo de conquistar cuanto antes la capital para así acabar con la guerra en España. Ya sabe que en Badajoz se produjo una purga de todo ese personal que se había identificado con la anarquía y el comunismo. Sin embargo, esa depuración no se dio en las áreas rurales y mucho menos en Cáceres. Ese inconveniente se está pagando ahora con esas bolsas de resistencia que aparecen entre las montañas y otros lugares de las dos provincias. Ellos no aceptan que han perdido la guerra y nosotros estamos luchando para demostrarles justamente lo contrario. Sé que es cuestión de tiempo y de constancia. Algunos de mis hombres caerán en esa lucha, pero al final, doblegaremos su rebeldía.
—Hay que ser prudente, pero no se puede permitir que el germen de la revolución se expanda de nuevo por esta bendita tierra—expuso el párroco—. Debe ser arrancado desde la raíz para evitar que se reproduzca. Ya bastante hemos sufrido con esas ideas revolucionarias que clamaban por fusilar a todos los curas y eliminar las clases sociales. Apoyo por completo la gestión que hace la Guardia Civil en la represión de esos incontrolados. Díganos, don Antonio, ¿cómo es la forma de actuar de esos extremistas?
—Al ser minoría, solo tienen una opción: proceder por sorpresa y desaparecer con suma rapidez. Conocemos de sobra su «modus operandi». Lo que ocurre es que no siempre están distribuidos por los mismos lugares; van cambiando para despistarnos y que nos resulte más complicada su localización. Ahora mismo, el control absoluto de sus acciones es imposible. Necesitaríamos más refuerzos, más guardias. Nunca hay suficientes hombres como para acabar con el problema de manera definitiva. ¿Qué más quisiera yo que disponer de un regimiento entero a mis órdenes? Créame, padre, hacemos lo que podemos y es mucho. Es cierto que han asaltado algún que otro pueblo. Se mueven con celeridad y luego de perpetrar sus crímenes contra personas afines al nuevo orden huyen y se parapetan en las sierras donde se sienten más seguros. He comprobado personalmente cómo habían ejecutado a algún falangista en sus deseos por escarmentar a la población. Por donde pasan, dejan su huella de desolación. Eso lo saben hacer muy bien. Por eso hay que estar en guardia, para que sepan que no les vamos a dar tregua. Lo contrario sería una muestra de debilidad. Si no actuásemos, pensarían que nos estamos replegando y reclutarían, aunque fuese por la fuerza, a más gente para engordar sus filas.
—Y dígame —comentó el hijo mayor de don Alfonso—, por ser más preciso. ¿Cuánto cree usted que se prolongará esta coyuntura de ansiedad donde ninguno de nosotros puede estar seguro? A veces, tengo sueños con esa gentuza y pienso que un día de estos, al volver por aquí en coche, me asalten y me ejecuten como miembro de la nobleza que soy.
—Imposible calcularlo con precisión, don Carlos. Si le dijese semanas o meses, le estaría mintiendo. Y no me considero una persona pesimista. A veces, la desinfección completa de una zona grande puede ser larga, incluso requerir años. Piense algo. Nosotros somos más y llevamos la razón de nuestro lado. Eso es importante, así como nuestra firme voluntad por aplastarlos. Su lucha no tiene esperanzas, la nuestra sí. Arden en deseos de volver a una nueva república, donde el caos impere a sus anchas. No son invencibles, disponemos del apoyo de la nación en nuestras espaldas. A la fuerza, su moral bajará conforme se den cuenta de que cada vez son menos y estarán más aislados. La gente está cansada de esta guerra y el apoyo que posean en algunas localidades irá disminuyendo. Con sinceridad, la inmensa mayoría de los habitantes de esta gran nación desean convivir en paz y superar ese pasado tenebroso en el que nos habían introducido las fuerzas del mal. Ya se sabe: las bestias, antes de morir, dan sus últimos coletazos. Nosotros, en cambio, deseamos progresar, dejar atrás los recuerdos atroces del conflicto y mirar con optimismo hacia un futuro que nos espera con los brazos abiertos.
…continuará…
Tempos difíceis, há pessoas de bom senso, mas há também predominância da natureza animal sobre a espiritual, já que pertencem à nobreza, se comprazem na destruição, e na discórdia. É claro que a maioria dos maquis foi dizimado pela guarda civil.
Dom Afonso, na minha opinião, é um homem extraordinário, mas ele tem que lidar contra as circunstancias de essa época num país devastado por três anos de guerra, Beijos, Cidinha.