LOS OLIVARES (134) Crítica literaria

—Aún no me lo puedo creer, Ale. Hago memoria y todo me resulta tan increíble… Te fuiste de aquí a celebrar la llegada de las vacaciones con tus colegas de siempre que viven en Badajoz. Nada sorprendente, porque eso lo has hecho todos los años desde que te conozco. Ya sabes que, a veces, yo misma te he acompañado. Por desgracia, lo único diferente en esta ocasión fue el accidente de tráfico que tuviste a la vuelta. Dios mío… y pensar que podrías haber muerto…

—Sí, es verdad. Cuando pienso en esa posibilidad, la verdad es que me emociono y al mismo tiempo, me siento agradecido por la oportunidad de continuar existiendo. Anda, por favor, llama a Begoña. Quiero daros una noticia y necesito que las dos estéis presentes.

—Ale, por favor, no me asustes. ¿Qué te ocurre?

—Nada malo, mujer. Creo que se trata de una buena noticia. Ahora lo comprobaréis.

Lola llamó a su hija en voz alta, la cual se encontraba deshaciendo la maleta de su padre con la ropa y otros enseres que habían permanecido en el hospital…

—Mis queridas niñas —intervino con convicción Alejandro—: os voy a preguntar algo. Como profesor, que es mi trabajo, y como persona, os digo… ¿cuál ha sido mi mayor pasión durante los últimos años?

—Papá, lo has dicho innumerables veces. Aun así y por razones inexplicables, nunca has llevado al efecto ese sueño tan típico en ti. En resumen, que ni mamá ni yo sabemos por qué no has publicado ya tu primer libro.

—Muy bien por mi hija. Gracias por tu buena memoria —afirmó alegre el hombre.

—Ah, amigo, ya sé por dónde vas, que te conozco, cariño —respondió con una sonrisa Lola—. No me digas que en tu actual estado te vas atrever a hacer eso. ¿Tú sabes el esfuerzo que esa labor implica? Yo no poseo vocación literaria como tú, pero parece claro que necesitarás una buena historia con su argumento y sus personajes. Es básico. Sin ello, no hay libro ni nada. Perdona mis dudas, Ale, pero no sé yo si recién dado de alta del hospital te hallarás en las mejores condiciones para escribir.

—Anda, calla, mujer; no seas pájaro de mal agüero. Te aseguro que tu marido se halla en las mejores condiciones. Pensad un poco: después de lo sucedido, estamos aquí, en casa, los tres juntos y con la inmensa fortuna de poder conversar como una familia unida. Le he dado muchas vueltas a este asunto y por eso, os voy a revelar un gran secreto.

—¡Qué emoción, papa! Anda, suéltalo ya que me tienes nerviosa.

—No os lo dije en el hospital porque quería estar a solas con vosotras. Además, hay aspectos que solo se pueden contar en la intimidad de las paredes de tu hogar. Mientras que permanecía encamado, cuando fui tomando conciencia a lo largo de los días, llegaron a mi mente una serie de razonamientos que me clarificaron muchas cosas. Puede sonar a broma, pero conforme recordaba, me sentía bien y notaba con claridad que estaba llegando una oportunidad que debía aprovechar.

—¿Oportunidad, cariño? ¿Puedes concretar un poco más?

—Es muy sencillo. Estuve en coma más de una semana y en ese período, una serie de imágenes y escenas inundaron mi conciencia. Se trata de una historia que sucedió cerca del lugar donde tuve el accidente de coche que casi me mata. Aunque os parezca increíble, era como una película que desfilaba ante mi vista. Es un relato con personajes implicados y que sucedió en esa zona una vez que terminó la Guerra Civil. Calculo que debió ser en los comienzos de los años cuarenta.

—Vaya, papá, no deja de ser curioso. ¿Y puede saberse de qué va esa historia?

—Tengo que unir más y más cabos, pero te describiré un anticipo. Todo está en mi cabeza, que es lo importante. Solo se trataría de reunir los datos, ordenarlos y de plasmarlos por escrito en un cuaderno. Luego, una vez revisada toda la obra, enviarla a una editorial para que la examine, por si les resulta atractivo publicarla.

—Mi amor, yo soy enfermera, pero soy realista. Aunque no entienda mucho, publicar hoy en día un libro por alguien novato es tarea casi imposible.

—Sí, soy consciente de ello. Es curioso, porque los escritores que están consagrados, algún día en su pasado, pensaron en publicar su primera obra. Siempre hay un momento en el que debes arriesgar, aunque sea tu primera vez. Lo esencial es que todos esos argumentos están aquí —manifestó el profesor mientras que se tocaba la sien con su dedo índice—. Miradlo como una actividad complementaria a mi rehabilitación, una actualización para mi memoria. Serían como mis prácticas después de ese vía crucis por el que he pasado. ¿No os parece sensacional?

—Sí, papá. Parece una buena idea, pero no me has respondido a la pregunta de antes. ¿De qué trata esa crónica?

—Es una historia con muchos ingredientes: la bondad y la maldad en tiempos convulsos, el amor y su redención, la fe en la vida y la capacidad de superación. Ya lo verás, Begoña. No puedo darte toda la trama en estos momentos. Si quieres, te iré pasando fragmentos conforme los escriba para que estés informada de cómo se desarrolla la primera novela de tu padre. Tú eres universitaria y te convertirás en mi mejor crítica.

—Vale, me hará ilusión evaluar tus capacidades como escritor. No creas que me voy a ablandar por ser tu querida niña. Seré implacable contigo si es necesario; te estoy avisando.

—Por mí, encantando. Eres lista, hija; tu opinión será crucial. Anda, dame un beso; acabas de ser nombrada mi principal crítica literaria.

…continuará…

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