LOS OLIVARES (89) La mejor taza de café

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—Vamos a ver, Rubén, creo que estás vinculando unos aspectos que, en mi opinión, resultan difíciles de relacionar. Te haré una pregunta y perdona que sea tan directa: ¿tú estás casado?

—¿Yo? —expresó el joven veterinario con cara de asombro mientras que situaba su mano derecha sobre el corazón—. ¡Qué va, señorita!

—Vale, pero entonces, tendrás novia.

—La tuve, es cierto. Pero eso es agua pasada, doña Alicia. Rompimos el noviazgo hace así como un año.

—¿Y eso? ¿Sucedió algo especial?

—Pues verá usted, vivíamos en la distancia porque yo estaba completando mis estudios de veterinaria. Ya sé que es difícil consolidar una relación cuando hay kilómetros que nos separan. Unos días antes de quedar para vernos, mi novia me envía una carta y digamos que me manda a paseo, que rompe el vínculo porque, según expresó, «se había dado cuenta de que ya no me quería». En fin, me quedé fatal porque no me lo esperaba. Y esas cosas, digo yo, se hablan, o al menos se discuten uno delante del otro, no a través de un papel escrito. Más que romper un compromiso aquello parecía una notificación de despido en una empresa. En otras palabras, doña Alicia, que yo estoy más libre que los pájaros del cielo. Lo único bueno de aquella desagradable historia fue que me centré en los estudios, avancé mucho y me dispuse a trabajar en cuanto acabase.

—¡Vaya! No me imaginaba a un chico tan educado como tú teniendo que recibir esa noticia tan incómoda. Bah, olvídalo, seguro que esa jovencita no supo descubrir en ti tu verdadero valor. ¡Qué tonta!

—Yo no soy persona de complicarme la vida con ilusiones vanas. Prefiero tener mis pies en el suelo y no sueño con volar por espacios impropios, no vaya a ser que luego la caída sea más dura que el ascenso. Pienso que cada cual posee un papel en la existencia y a eso se debe aspirar.

—Discúlpame por la observación, pero aprecio en tu mensaje cierto desdén, como un conformismo innecesario que te puede limitar en el futuro.

—Vale. Me gusta su diálogo inteligente. Es usted una persona que, además de instruida, sabe cautivar a quien tiene delante. Dado el ambiente distendido, yo también le seré sincero.

—Me parece muy bien, Rubén. Adelante, di lo que tengas que decir.

—Considere que lo que le voy a comentar viene directamente de mi alma y que, por tanto, espero que no salga de este porche.

—Confía en mí, soy una persona discreta.

—Quería hablarle sobre la ahijada del señor marqués. Pensemos en la hipótesis de que esa señorita me gusta, que yo estoy libre de compromiso y que, por tanto, gozo de la oportunidad para declararme ante ella. Ya sé que parece una locura, pero, créame, hay situaciones donde ese amor a primera vista que se cita en las novelas sucede de verdad. Continúo. Ahora imagine que yo sigo viéndola, incluso aunque no me atreva a hablar con ella. Es posible que la idealice, que la guarde en mi mente como la mujer más atractiva que haya conocido. Vale. ¿Y qué?

—¿Cómo que «y qué»? Supongo que tendrías que hacer algo, no quedarte parado como un pasmarote.

—Pues ya me dirá. ¿Se imagina usted a un vulgar veterinario rondando nada más y nada menos que a una señorita que es miembro de la aristocracia, a una joven emparentada con la casa de Salazar y Agudo? No estoy loco, doña Alicia, ni me gusta el masoquismo. Sé cuál es mi lugar y he de atenerme a las normas que envuelven a la sociedad.

—Ja, ja, ja… —rio con fuerza Alicia—. Esto es increíble. Vaya con la situación.

—Ante su reacción, solo puedo afirmar que me he perdido en la conversación y que no comprendo cuál es el motivo de su diversión.

—Es cierto, Rubén. No he podido evitarlo y me disculpo ante ti por esta efusiva muestra de humor que, sin duda, te habrá molestado. He sido grosera contigo, pero todo tiene su explicación.

—No se preocupe, señorita.

—Mira, visto lo visto, creo que a los dos nos vendría muy bien una taza de café. Anda, no me rechaces el ofrecimiento.

—¿Una taza de café? ¿Para mí?

—Pues claro. Se trata de uno de los mayores placeres que la vida nos ofrece y no vamos a desaprovecharlo. ¿No has oído que las mejores conversaciones se tienen mientras que uno degusta esa bebida de los dioses? Además, no pienso beber a solas: me aburriría sabiendo que puedo compartir ese mágico momento con una persona como tú.

—Caramba, me asombra usted por sus elogios. De todas formas, le confesaré algo: yo nunca he probado un auténtico café, porque lo que sirven en la mayoría de los bares es una achicoria de mal gusto. Eso ni es café ni es nada, pero claro, cuando no se dispone de medios económicos pues hay que conformarse.

—Pues entonces, caballero, más razón para tomarlo y seguir con nuestra interesante charla.

—Qué peculiar me resulta usted, señorita. Confieso que estoy encantado por el trato que me está dispensando. Es tan amable que no dejo de sorprenderme.

—No, amigo. Te sorprendes por los prejuicios que hay en tu cabeza. No voy a hablar de la clase noble ni de esos temas. Las ideas preconcebidas no afectan solo a la aristocracia sino a cualquier persona, con independencia de su riqueza o cultura. Solo te pediré un favor: cuando estés conmigo, con Rosarito o con mi padre, por favor, relájate. No nos comemos a nadie ni somos gente pervertida en vicios. Piensa lo que quieras, pero en las relaciones sociales, yo lo que utilizo es el sentido común y el respeto al prójimo. Así es difícil equivocarse. ¿No te parece?

—Visto así, compartir esa taza de buen café con usted será una de las mejores cosas que me haya pasado en los últimos tiempos.

—No mientas, Rubén. Lo mejor que te ha pasado en tus últimos años ha sido conocer a un ser tan especial como Rosarito.

—Vaya, me ha vuelto usted a coger. Lleva más razón que un santo, je, je… — afirmó el chico mientras que se ponía rojo como un tomate.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (89) La mejor taza de café»

  1. Alicia pegou pesado com Rúben
    chamando- o de idiota mas se desculpou, e continua a unir ambos já que ama sua irmãzinha.
    Maravilha para Rosário, Rubén é solteiro e, esse amor à primeira vista pode se concretizar. O melhor café do mundo tem nome Rosário. Mais bonito mesmo, é que Rubén não deixou de amá-la por ela ser de origem humilde.

    1. O pior temor que tinha Alicia era pensar que Rubén não poderia amar Rosarito por ser família do marquês, mas agora sabe a verdade da sua origem. Que bom! Beijos, Cidinha. Grato.

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