LOS OLIVARES (34) Peligro en el porche

—Sí, don Alfonso. Le prometo que el trato a esos guardias civiles resultará exquisito. Si van a almorzar lo mismo que sus invitados y sus hijos saldrán satisfechos de «Los olivares».

—De acuerdo, doña Concha. Voy a mi despacho. En cuanto lleguen los ilustres visitantes, porque para eso mandan ahora el Ejército y la Iglesia, que me avisen de inmediato.

—Así lo haré, señor marqués.

A unos metros de allí, mientras tanto, Carlos y Alicia pasaban el tiempo en el porche a la espera de darle la bienvenida a los asistentes.

—Oye, Carlos, con la brisa que hace hoy se está bien aquí. Parece que el verano tiene prisa por despedirse este año.

—Sí, el viento viene del Atlántico y, además, es fresquito. Hoy sudaremos menos. Oye, Alicia. ¿Tú no tomas nada?

—No, con el agua me basta. Prefiero llevar una vida sana y no marearme antes de tiempo. Cuando estemos en el salón, ya pediré algo. Eso que bebes ¿es oloroso?

—Acertaste, hermanita —dijo sonriente el primogénito de la familia—. Este es el mejor vino del mundo, seco, de Jerez. ¿Qué más se puede pedir?

—No lo dudo, pero tiene mucha graduación. Con una copa con el estómago vacío, ya estaría mirando dónde tumbarme.

—Claro. Igual por ese motivo está tan bueno, solo para paladares exquisitos. Además, las mujeres tenéis poco aguante. Preferís un blanco más suave.

—Es por nuestra constitución, listo. Yo, por lo menos, bebo con moderación y acompañado de algo de comer. No se puede decir lo mismo de «otros».

—¡Eh, calma! Tengamos la fiesta en paz. Lo tuyo es provocar para ver si respondo ¿no? No me pinches, por favor.

—Ya. Y, a todo esto… ¿cómo está tu mujer? ¿Y mis sobrinos? No sé nada de ellos. Con esto de los viajes a Portugal no hay manera de verlos.

—Alicia, ya sabes que la madre y los niños prefieren en esta época un clima más templado, cerca del mar. No nos merecemos el infierno que supone permanecer todo el verano en esta tierra. Lo siento, pero no es mi responsabilidad. Además, a ella le tira mucho su familia. Lo sabes de sobra.

— Qué curioso. A ti, eso no te ocurre. No te agradan ni sus padres ni sus hermanos. Qué cosas ¿verdad?

—Te entiendo, pero yo me casé con ella, no con su familia.

—Carlos, no pretendo hacer sangre, pero es que no quiero irme sin preguntarte por un tema delicado.

—Vaya con la señorita. Adelante, pues. Veremos por dónde vienen los tiros esta vez.

—Tú y yo no nos vemos mucho; parece que, a pesar de ser hermanos, nos han hecho almas independientes. Han llegado a mis oídos rumores… ¡Tranquilo, no me mires así! Yo no vivo en la capital ni me acerco por allí. No es mi lugar ideal para habitar. Sin embargo, eso no impide que me entere de ciertas cosas.

—Venga, no disimules. Saca ya la artillería, que me conozco esa mirada inquisidora.

—Como te decía, he oído que te han visto en compañía de una joven viuda en algún que otro club de cierto lujo. Que la señora fue a tu bufete a resolver ciertos aspectos legales de la herencia de su difunto marido y mira por dónde, no sé a quién de los dos le brillaron antes los ojos.

—Contigo es imposible, Alicia. No te dejes arrastrar por vulgares cotilleos de gente aburrida.

—Hermano, ya eres mayor para saber lo que tienes que hacer y no seré yo la que te dé lecciones de nada. Sin embargo, debe ser muy triste que Ana María o tus niños se enteren de todo eso. Fíjate que no lo digo por ti, sino por ellos. ¿No te parece?

—¡Fina ironía! Sí, señora. Además, esa mujer no es tan joven. Acaba de cumplir los cuarenta, aunque está de muy buen ver. Solo es algo mayor que yo y creo que en los asuntos afectivos, todavía le queda recorrido. Lo curioso de todo esto es que no entiendo cómo te puedes haber enterado si tú no apareces por Badajoz ni te interesan los temas de la capital. ¿Es posible que exista alguien muy malvado que ha tenido la genial idea de descolgar el teléfono y llamar a Estoril, justo donde pasan el verano Ana María y mis hijos?

—Sí, me parece un fenómeno de lo más extraño.

—Yo no sé ni por qué comento estas cosas. Mira que tú y yo no coincidimos en casi nada, pero esto no debería degenerar en otro enfrentamiento entre nosotros. ¿O me equivoco? Creo que tu sonrisa desconcertante me hace ver que estamos ante un golpe bajo; y que, por supuesto, tú no serías capaz de semejante fechoría. Tal vez no te conozco lo suficiente. ¿Es posible que esa llamada forme parte de tu repertorio de conductas?

—Puede que sí o que no. ¿Quién lo sabe? El problema es tuyo, Carlos, no mío. Yo no estoy casada, soy más libre que el viento y desde luego, no tengo dos hijos a los que cuidar. Como tú dices, allá cada uno con sus historias. Eres un adulto y solo puedes responder de tus actos ante tu propia conciencia. Es sencillo de razonar ¿no?

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

LOS OLIVARES (35) Chantajes en la sombra

Mié Ene 25 , 2023
—Ah, te entiendo —respondió Carlos mientras que apuraba su copa de oloroso—. Hablando de conciencia, problemas y responsabilidades, yo también tengo noticias que pienso pueden resultar de tu interés. —Oye, te observo muy locuaz. Me pregunto si no se te habrá calentado la boca con el vino. No empecemos otra […]

Puede que te guste