LOS OLIVARES (73) Doble o nada

—Verá, señor marqués: hay funcionarios a los que jamás hay que «tocar»; dado su alto perfil moral son incapaces de venderse. Después están aquellos a los que se les ve venir; juegan con una fina ironía y con sus palabras y sus miradas ya sugieren que pueden ser comprados. Por último, los más peligrosos son aquellos que uno no sabe a qué atenerse; parecen confiables o no según la coyuntura, pero si las cosas se tuercen serán implacables y lo negarán todo, lo que puede constituir un grave problema.

—Buena reflexión, Agustín. Y el que nos ha tocado, ¿a qué categoría pertenece?

—Si me exige una respuesta, yo diría que a la última. No obstante, insisto, señor. Las circunstancias de necesidad por las que estamos atravesando modifican sustancialmente lo que he comentado hace un momento, provocando que la posibilidad de aceptar sobornos se incremente. En nuestra situación, me atreveré a dar un pronóstico basado en mi larga experiencia: no perdemos nada con intentarlo. Salvo el dinero que usted gaste, sabiendo el riesgo que corre, daríamos por buena la inversión. Aun así, es demasiado pronto, don Alfonso. Si la cosa se pone muy fea, siempre podemos jugar esa última carta, pero no ahora. También contamos con otro factor no menos importante.

—¿Cuál?

—No pretendo ser dramático, pero con sinceridad, no me imagino a este gobierno fusilando a todo un marqués porque hace años perteneció a una logia masónica. La imagen pública cuenta mucho y no creo que ellos quieran arriesgarse a que esa noticia llegue a otros países. Esa decisión supondría un desgaste internacional que empeoraría la figura de Franco y de sus ministros.

—Caramba, qué fácil es hacer apuestas con mi persona. Ni que se estuvieran lanzando dados sobre mi futuro…

—Lo lamento mucho, señor marqués. Usted me ha pedido la verdad con franqueza y eso incluye hablar con palabras desnudas, aunque pueda resultar hiriente para usted.

—Ya, te entiendo. No te preocupes. Estoy desorientado, lo admito. En estas circunstancias, la incertidumbre domina mi mente. Pero es verdad, ser pesimista no me va a ayudar. Fíjate en un detalle: no es lo mismo dormir esta noche en los calabozos de la comisaría que en mi propia casa. Solo por eso, ya me siento profundamente aliviado.

—Así es, don Alfonso. Sea positivo, pero no como un crío que se ilusiona con algo, sino como un adulto que evalúa las circunstancias que concurren en el caso y decide jugar sus cartas de un modo inteligente. Las medidas extremas que usted me propone, como comprar la voluntad del juez, las dejaremos para más adelante, si vemos que no existe otra opción. Ya se sabe: cuando uno se siente acorralado, tiende a tomar medidas extremas.

—Gracias, abogado. Ya estoy comprobando tu valía. No sabes lo que me alegro por haberte encargado la defensa de mi causa. Eres un buen motivador y un experto en levantar la moral de tus clientes.

Semanas más tarde, las declaraciones se sucedieron, las acusaciones del fiscal no rebajaban gravedad al caso y la actitud del juez Cebrián no dejaba lugar a dudas acerca de que el marqués podría resultar condenado. El dramatismo para Alfonso de Salazar no tenía límites y las crisis de nerviosismo se sucedían. Aquella tarde, en una cafetería no muy distante de los juzgados…

—Agustín, por desgracia, creo que hemos alcanzado ese punto donde hay que variar nuestra forma de comportarnos en este juicio. Tal vez ya no exista marcha atrás. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que las cosas han empeorado, simplemente porque durante la vista no he observado ningún avance. Este tema se ha estancado y para mí, eso no es un paso adelante sino una involución amenazadora que hace peligrar mi integridad. En mi opinión, hay que actuar y cuanto antes. El tiempo se me escapa y mi dignidad cabalga sobre el filo de una navaja.

—Así es, señor. Siendo realista, no preveo una absolución. Tengo claro que no le van a condenar a muerte, pero de ahí al perdón existen infinitas vías de castigo, ninguna precisamente buena.

—Vale, pues si ese es el caso, tratemos de aminorar la intensidad del golpe. Antes de permanecer durante años en la cárcel, agarro una de las escopetas que hay en mi finca y me despido de este mundo pegándome un tiro. Vivir sin libertad no es vivir, ni lo deseo. No sirvo para estar encerrado como un pájaro en una jaula.

—Don Alfonso, por Dios, no hable así, no desespere. Dios ayuda a sus servidores y usted, por lo que le conozco, es un hombre de bien que no puede acabar con un destino tan trágico.

—Ya. Voy a darle un poco de sentido racional a todo esto y trataré de mostrar mi última carta. Tal y como acordamos en su día si este asunto se retorcía, hay que actuar cuanto antes y subir la apuesta, aunque esta sea de todo o nada.

—Pues usted dirá, don Alfonso.

—Esta tarde, sobre la hora que hemos investigado, es decir, cuando las probabilidades de que Cebrián esté en su casa sean altas, te pasarás por su domicilio. Que sea lo que Dios quiera. No me gusta lo que te voy a encargar, pero dada la situación no dispongo de otra opción. Créeme, estoy desesperado y me la voy a jugar. Ya sabes de lo que tienes que hablar con él porque lo hemos discutido varias veces.

—Sí, su ilustrísima.

—Es que me siento derrotado, amigo. Se ve que estos no quieren soltar a su presa. Voy a descansar un poco en la habitación del hotel y luego me daré un paseo por el centro, a ver si logro relajarme. En cuanto tengas alguna novedad, te pasas por el hotel y me buscas. Y si no he vuelto, pues me esperas en la cafetería. Luego, ya me comentarás lo que sea. Estoy literalmente dejando mi destino y mi futuro en tus manos, pero curiosamente, confío en ti; es como si me lo estuviese diciendo mi esposa desde el cielo. Supongo que cada uno se agarra a su propia esperanza, a aquella que más le conviene. Venga, me largo, que Dios te ampare en tus gestiones.

—Así será, señor. El reto es mayúsculo. Yo también me juego mi prestigio y mi reputación, pero me veo con fuerzas para intentarlo. Que Dios nos ayude, especialmente a su ilustrísima, porque ya se lo digo yo, don Alfonso: usted no ha hecho nada que merezca pasar por este sufrimiento.

…continuará…

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