—Ah, te entiendo —respondió Carlos mientras que apuraba su copa de oloroso—. Hablando de conciencia, problemas y responsabilidades, yo también tengo noticias que pienso pueden resultar de tu interés.
—Oye, te observo muy locuaz. Me pregunto si no se te habrá calentado la boca con el vino. No empecemos otra vez; que cuando tú das noticias hay que echarse a temblar.
—Qué va, hermana. Hacía tiempo que no me notaba tan despejado y en mis cabales. Verás, he sabido de una amiga tuya con la que compartiste estudios en la Residencia de señoritas de Madrid. Lo cierto es que me han dicho que este verano estuvo dos semanas alojada en tu casa, es decir, en la maravillosa finca «La yeguada». ¿Es eso cierto?
—Ah, pues sí —comentó Alicia con cierto tono de desconfianza en su voz—. ¿De qué te sorprendes? ¿Acaso tú no invitarías a tu hogar a un antiguo amigo de la facultad de Derecho?
—¿Sorprenderme? ¿Yo? Cada vez me asombro menos de todo. Mírate, hermanita. Aún estás en edad de merecer, pero conviene que te des prisa. Aun con veintiocho años ya no eres una chiquilla precisamente. Deberías estar buscando a un buen aristócrata o a alguien joven de alcurnia con quien compartir tu vida. Y a pesar de eso, no tienes otra ocurrencia que derrochar tu juventud en compañía de otra fémina. Vamos, lo antinatural en estos casos. Me parece que no voy a tener sobrinos de ti. ¿No te parece un poco egoísta por tu parte?
—Eres un perfecto desgraciado, Carlos. Siento decírtelo, pero no se puede albergar más maldad en el corazón. O sea, tú le estás haciendo mucho daño a los tuyos, pero yo, ¿a quién perjudico en esta hipócrita sociedad donde las mujeres somos como ceros a la izquierda? Es repugnante que te indignes por mi comportamiento. Todo esto dice mucho de ti y te define como persona.
—¿Qué? ¿Cómo te quedas? Ahora te has dado cuenta de que no eres tú la única persona que maneja datos. Ja, ja… y lo peor de todo es que no sabes de quién procede esa información. Pobre infeliz, si supieses que se trata de alguien de tu entorno cercano… pero no te diré el nombre, para que así te tortures por dentro tratando de descubrir al culpable.
—Eres un desdichado, alguien que trata de compensar sus desgracias amargando a los que le rodean.
—Vaya, vaya, con la mujercita que se las da de intelectual, de estar por encima del bien y del mal, de no ser de este mundo y de haber nacido en la época equivocada. ¡Y luego dicen que los hombres somos celosos! Me río yo de esa expresión. Siempre lo mantuve: no hay nada peor que los celos entre mujeres, ja, ja, ja…
—¡Qué asco me das, Carlos! No solo por lo que dices sino por cómo lo dices. No me decepcionas en nada. Tengo claro que de ti se puede esperar cualquier cosa, eso sí, siempre negativa. Por lo menos, cuento con esa ventaja, la de saber cómo vas a reaccionar. El día que no metas la pata, que no insultes, que no des el espectáculo, ese día, habrá una fiesta en el cielo.
—¿Cómo te atreves a…? ¿Quién te crees que eres?
—¡Cállate ya, miserable! —expresó Alicia mientras que se levantaba del sillón que había en el porche—. Se escucha el ruido de un motor. Seguro que es el cura al que han ido a recoger. Te pido por favor que te comportes y que no des otra exhibición de las tuyas. No querrás que el de la sotana te acabe dando un sermón. Lo que faltaba… Al menos, respeta a tu padre, que esta es su casa. Él carga con la responsabilidad de todo frente a sus invitados.
—Es lo más constructivo que has dicho hoy, hermana. Bien, me moderaré, no vaya a ser que al viejo le dé un soponcio. Realmente, no sé ni por qué acepté la invitación. Todos los años con la misma estupidez de las relaciones sociales. Por lo menos, el párroco impone autoridad. ¡Como le temen, por su edad! Se creerá el pobre que es el obispo. Pensándolo bien, esto puede resultar hasta divertido.
Tras abrirle el chófer la puerta del vehículo al sacerdote, los dos hermanos se apresuraron a descender por los escalones de mármol blanco para saludar al capellán.
—Don Cosme, cuánto tiempo… ¿Cómo está usted? ¿Preparado para pasar un buen rato?
—Buenas tardes, Carlos. Por supuesto que estoy preparado. Las invitaciones de tu padre son siempre bienvenidas. Sirven para estrechar los lazos de hermandad entre las personas que disponemos de responsabilidades. La situación no es fácil, amigo. O hacemos todos un esfuerzo de unión o las circunstancias se agravarán. Y Dios no pretende eso para sus hijos.
—Buenas tardes, padre —saludó Alicia con cortesía—. ¿Cómo va esa salud? Me enteré de que estuvo usted con gripe hace unos meses. Afortunadamente, las oraciones pueden con todo.
—Dios puede con todo, hija mía. Uno es viejo, pero todavía me restan algunas batallas por ganar. Gracias por tu interés.
—Damián —comentó la hija de don Alfonso—. Llama a doña Concha para que avise a mi padre de que el señor párroco ya ha llegado.
Mientras que el empleado se disponía a cumplir la orden…
—Mire, don Cosme, estaba tomando un oloroso con mi hermana, aquí en el porche. Ande, siéntese con nosotros mientras que llega el teniente coronel y así hacemos tiempo. Dígame, ¿qué se le apetece?
…continuará…
Carlos pertence ao grupo de pessoas que só estão contentes quando desafia as pessoas, no caso, seu pai e sua irmã. Mas infelizmente o mundo está repleto deste tipo de pessoa.
Claramente é uma pessoa com maldade e que apenas olha para seus interesses. Abraços, Cidinha.