SOMBRAS DE DIOS (9) La madre Juana

—Buenos días, doña Verónica —saludó la desconocida mientras que inclinaba su cuerpo ligeramente ante la muchacha—. Soy la madre Juana, superiora de este convento. Vuestro padre me encargó que, por deferencia a vuestra familia y a lo que representáis para esta humilde orden, fuese yo quien os recibiera. Que nuestro señor Jesucristo esté con vos y que os acompañe la presencia de nuestra madre María, a la que servimos.

—Buenos días, su reverencia. Antes que nada, agradezco vuestro recibimiento, pero, por favor, considerad una cosa: aquí dentro no soy la hija del conde de Valcárcel, solo soy Verónica de Nebrija, una más entre todas y por tanto y durante el tiempo que permanezca aquí, estaré bajo vuestras órdenes. Este no es mi palacio ni mi hogar y aquí estaré sometida a la jerarquía de Dios y a la vuestra.

—Gracias por vuestras palabras de confianza, mi señora. Son toda una declaración de intenciones.

—Os suplico, vuestra merced, que me tratéis como a una más y sin formalidad en el tratamiento. Por favor, disponed de mí. Nada más lejos de mi voluntad que causar problemas en vuestra orden a causa de mi llegada. Reverencia, me gustaría pasar desapercibida y no molestar, que ya tengo bastante con cumplir la voluntad de mi padre, quien ha determinado mi ingreso en vuestro insigne monasterio. Sufro por mis circunstancias, mas no deseo extender ese malestar ni al resto de hermanas ni a vuestra merced. Tendréis muchas responsabilidades como autoridad aquí y no pretendo entorpecer esa labor tan esencial. Ojalá que todo este tiempo pase de forma rápida y que yo no suponga ningún obstáculo en vuestra labor, mi señora Juana.

—Bellos propósitos, Verónica. Así lo haré entonces: os trataré como acabáis de explicarme. Bienvenida pues, jovencita, ya que solo cuentas con dieciséis años. Debo aclararte, al respecto del tiempo, que este es solo una construcción que surge y se mantiene en la mente. No son los acontecimientos los que viajan de manera lenta o rápida, sino nuestro pensamiento el que acelera o lentifica las cosas. Como entenderás, el señor conde me ha explicado el motivo por el que permanecerás aquí durante unos meses. Comprendo tu preocupación y hasta tu posible incomodidad, pero estate tranquila.

Verónica dio un largo suspiro, como si la mirada serena de aquella veterana monja le hubiese calmado los ánimos y aliviado su incertidumbre.

—No eres la primera mujer que acude a este convento por esa razón y ya te adelanto que no serás la última. Desconozco si lo que te pasó fue por descuido o si resultó un acto consciente, pero eso poco importa ahora. Aquí obtendrás la paz en tu espíritu y el sosiego necesario, salvo que te empeñes en lo contrario. En ese caso, tú serías la principal perjudicada, aspecto que no creo que desees. La paz del Señor no se otorga a capricho, sino que hay que ser merecedora de ella. Creo que empezamos con buen pie y solo le pido al cielo que tu estancia aquí te provea de luz y de madurez, tan necesaria a tu edad. Que nuestra Señora que nos observa te tenga en consideración y te oriente en el transcurso de tu existencia.

—Que así sea, madre. Gracias por vuestra amable acogida.

—Por favor, si quieres pasar…

La hija del conde de Valcárcel solicitó un hábito más, para no diferenciarse del resto de las hermanas y quiso ser ubicada en una de las celdas como el resto. Bajo ningún concepto pretendía llamar la atención entre las otras mujeres y mucho menos recibir un trato diferente o privilegiado por su origen nobiliario. Y eso que su padre había dotado al convento de una generosa dote para que a su hija no le faltase de nada.

Aunque al principio le pareció duro por la exigencia del horario, trató de adaptarse cuanto antes a la disciplina y al carácter de las normas. En aquel régimen de vida la puntualidad y la seriedad eran la constante común y con toda seguridad, promovían la más adecuada disposición para una ordenada convivencia.

Verónica se empeñó en desarrollar el más exquisito trato de respeto tanto con la superiora como con el resto de monjas. Aunque su educación y su personalidad se habían forjado bajo la atención de su madre, de su aya y de otros instructores, a ella no le costó demasiado esfuerzo integrarse en aquel régimen de vida. La chica resultaba brillante por sus modales y su comportamiento ejemplar. Si bien durante las primeras semanas pensó mucho en aquel desliz de adolescente que le había supuesto su ingreso allí, poco a poco su cabeza fue olvidando aquel incidente de juventud provocado por su tendencia a probar las experiencias desconocidas.

De todos los rincones de aquella imponente estructura, el que más adoraba era el claustro. Siempre que el horario se lo permitía, se acercaba allí, pues le parecía un lugar donde alcanzaba la paz y la armonía en sus adentros. Existía un pozo en el centro que proveía de agua a toda la comunidad. En torno a ese pozo y a unos metros de distancia, había unos bancos de piedra donde las hermanas podían sentarse a meditar, a realizar sus lecturas o simplemente, a rezar.

Dada la diferencia de años con otras monjas, Verónica trabó amistad con las dos novicias que tenía el convento en aquella época y que se preparaban para hacer sus votos y contaban con edades similares a la suya. Una tarde, bajo los arcos de medio punto que adornaban el claustro…

—Me resulta curioso que dos jovencitas de la misma edad y con el mismo nombre hayáis coincidido aquí como novicias —comentó Verónica con tono gracioso.

—Así es, mi señora —respondió la mayor de las muchachas—. A mí, como nací tan solo unas semanas antes que ella, me conocen como Ana la mayor y claro… ella es Ana la menor, ja, ja. Así no nos confunden, porque al ser primas hermanas, hasta nos damos el mismo aire.

—Ya veo que, pese a las indicaciones que te hice, me sigues tratando como si estuviésemos fuera de aquí.

—Mi señora, os lo juro —respondió la novicia—. De veras que lo he intentado, pero es que no me sale. Vuestra presencia aquí es tan notable que, cuando aparecéis con ese porte tan especial que está en vuestra naturaleza, a mí me resulta imposible dirigirme a la hija de un conde como si fuese una igual.

…continuará…

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