SOMBRAS DE DIOS (16) ¿Cómo cambiar mi destino?

—Alejandro… ¿de veras que me vas a dar un discurso social o político en mis circunstancias? ¿Es que no ves lo que llevo en la barriga? Se trata de una criatura, de un nuevo hijo de Dios con sus derechos y sus deberes que tendrá que abrirse camino en la existencia sin su madre.

—Sí, es cierto; y te doy la razón porque tus argumentos son de peso y más desde la perspectiva de una mujer que está a punto de parir. He de lamentarlo, pero tu padre me ha dado unas instrucciones muy claras sobre lo que debo hacer con su futuro nieto.

—¡Ay, Dios! Mi padre, como siempre, tan absolutamente organizado y tan previsor, aunque todo eso le inflija daño a su hija más pequeña. Ya sabes que el conde se desespera cuando llegan las sorpresas, sobre todo las que no encajan en sus esquemas mentales. Y ¿cuáles son esas instrucciones tan precisas que don Diego te ha dado? —preguntó la joven con un gesto de rabia en sus facciones.

—Supongo que te las puedes imaginar, querida. Solo dispondrás de una pequeña fracción de tiempo para abrazar a tu recién nacido. Luego, para no alargar tu tortura, tendré que cumplir con su mandato a toda costa: retirarme de tu presencia y entregarle el niño al conde. Verónica, creo que él tiene más que previsto lo que hacer con su nieto. Me parece que eso ya te lo dijo en su día.

—Claro que lo hizo. Sin embargo, yo desarrollé la secreta esperanza de que, con el paso del tiempo, mi padre podría cambiar su postura inicial y ablandar su dureza. Bah, no sé ni por qué me he hecho ilusiones, como si no conociera bien su carácter y lo testarudo que puede llegar a ser. Debí sospecharlo: cuando el señor conde toma una decisión, la cumple a rajatabla, aunque tenga que matar por ello. Y a mí, su decisión me mata. No guardes dudas, amigo.

—Es triste, mi niña, lo sé —admitió el galeno mientras que abrazaba suavemente a la chica—. No sé cómo habría reaccionado mi esposa si, por una voluntad superior, alguien le hubiese robado a alguno de sus críos nada más nacer. Creo que ella habría enloquecido o algo peor. Por favor, seamos los dos realistas. Me conoces, Verónica, son muchos años juntos. A mí me dolerá también cumplir con el encargo que se me ha dado, pero has de entender que debo ser fiel con aquel al que he servido durante casi treinta años. No puedo desobedecerle ahora, por muy severo que resulte su mandato.

—Ya. Supongo que no existe otra opción salvo acatar sus órdenes. De todas formas, por muy incómodo que tú te sientas el día del parto, es injusto que lo compares con el sufrimiento al que yo deberé enfrentarme. No existe un medidor de dolor, pero en este caso, la comparación resulta odiosa.

—Hasta en eso te tengo que dar la razón. No obstante, no voy a contrariar los deseos de tu padre para aliviar tu carga. Quiero que lo sepas y que lo tengas claro, para que así, no crezcan en tu interior los anhelos por retener a tu bebé. Estoy tratando de ser honesto contigo, jovencita, pero no me pongas en la tesitura de elegir. Será duro para ambos, pero sabré cumplir con la voluntad del conde. Soy persona de palabra y ante las dudas que yo pudiese tener, tu padre me hizo prometer ante su presencia que cumpliría con su encargo. En fin, no pretenderás que yo te deje con el crío y que luego, don Diego me detenga y me meta en uno de sus calabozos. No, no voy a exponerme a desobedecerle.

—No, eso te causaría un grave perjuicio que yo no deseo para ti —afirmó la mujer entre lágrimas.

En el rato que siguió, se produjo un intervalo de silencio, mientras que Verónica se quedó pensativa, como si estuviese buscando en sus adentros una respuesta a la complicada situación por la que atravesaba, una solución diferente a perder a su hijo para que fuese enviado a unos desconocidos.

—¿Qué estás tramando, chiquilla? Mira que te conozco desde que te traje al mundo. Por favor, no quiero que sufras más planteando otras alternativas a los avatares de tu destino.

—Sí, se me caerá el pelo de tanto darle vueltas a este asunto. Lo que son las cosas, Alejandro. Dar a luz debería ser una experiencia extraordinaria que me colmase de felicidad y, sin embargo, ya ves el contexto en el que me muevo. Ni siquiera rezar por otro desenlace me va a resultar efectivo. ¿Será posible que con diecisiete años tenga que desafiar el reto de asistir a la desaparición de mi hijo?

—¿Quién habla de desaparición, mi niña? ¿Crees que van a asesinar al bebé en cuanto salga del convento? Ninguna persona, por retorcida que fuera, admitiría esa siniestra posibilidad. Seguro que tu padre se lo entregará a una buena familia de su confianza para que cuiden de él con esmero.

—Pero, por favor… ¿quiénes son? ¿De qué localidad? ¿Viven muy lejos de aquí? ¿Cómo será la educación de mi niño?

—Verónica, te lo ruego, mantén un poco la calma. Te doy mi palabra: no tengo ni la menor idea de quiénes serán sus padres. Don Diego ha mantenido su identidad en el más absoluto de los secretos. Y yo, solo soy un médico que visita a tu familia de vez en cuando, que vela por vuestra salud, pero que no puedo leer en la memoria de tu padre ni en sus ideas. Estoy convencido de que ha procurado a las personas ideales para tu niño. No puedo vislumbrar otra alternativa en su cabeza, por lo que la criatura recibirá los mejores cuidados. Te diré algo: tu hijo porta tu sangre y la de don Diego. No lo olvides, porque eso significa algo muy importante para él.

—Vale, está bien. No quiero desequilibrarme a tan solo unos días de mi parto. Por favor, en el nombre de nuestro Señor, te pido un último favor.

—Te escucho, Verónica. ¿Qué quieres que haga?

—Solo una cosa, Alejandro. Habla con mi padre uno de estos días que quedan hasta que yo alumbre. Además de decirle que me encuentro bien de salud, hazle saber de mis inquietudes y de mi gran turbación. Ya ni descanso bien por las noches por saber que mi hijo me será arrebatado. Te ruego que dramatices esa conversación, que la llenes de emotividad, de modo que él se sienta afectado por el dolor de la benjamina de la casa. Le pido a Dios que el conde se vea conmovido por tus palabras y que, al final, cambie el guion de su plan y anule este drama que voy a vivir. Mi buen Alejandro, ¿cuento con tu complicidad?

…continuará…

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Mié Abr 2 , 2025
—Claro que sí. ¡Cómo te iba yo a negar ese favor! —afirmó rotundo el doctor—. Lo haré como mejor pueda y solo le pido a Dios que mi discurso ablande los oídos de tu padre y que pueda escuchar de él unas palabras diferentes a las del último período. —Gracias, […]

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