—¿Boda? —exclamó con sorpresa y en un gesto de desagrado Verónica —. No, padre. No es mi voluntad casarme a mi edad y mucho menos con él. Tampoco tengo la suficiente confianza con ese hombre como para que me tome por esposa.
—¿Qué forma de hablar es esa? ¿Puede saberse lo que estás diciendo? Tú aquí no tienes nada que opinar. Yo, que para eso soy tu progenitor, lo arreglaré todo para evitar la vergüenza de un embarazo en la única mujer de mi casa. ¡Dios mío, aún no lo puedo creer! Con lo bien que te educamos… Parece que recibiste los mejores conocimientos de los más afamados preceptores, pero poco temor de Dios y desde luego, una escasa referencia moral.
—Padre, por favor, os lo ruego…
—No, estoy errado. Claro que se te proporcionó esa influencia moralizante. Sin embargo y examinando tus actos da la impresión de que esa responsabilidad no caló en ti.
—Además de los excelentes maestros que me diste, de cuya calidad no dudo, mi buena aya me educó como mejor supo y también me advirtió del peligro de los hombres. Pero ella no tuvo nada que ver con este asunto, a pesar de sus buenos consejos. Padre, solo fue un accidente y nada más.
—¿Un accidente? —expresó con aire enfurecido el conde—. ¿Acaso te ríes de mí? ¿Desde cuándo una joven se queda encinta por efecto del azar? Espera un momento… ¿no habrás sido forzada, verdad? Porque en ese caso, un hombre como yo y de mi posición se vería empujado a restituir el honor perdido, aunque fuese a través de la violencia de las armas. Eso es sagrado. Le atraparé y le mataré, aunque resultare en medio de la calle y del gentío. La ley estaría de mi parte. ¡Contesta o no respondo de mis actos, insensata!
—Él no ejerció ninguna violencia sobre mí.
—¿Cómo dices? ¿Qué sabrás tú? A tu edad, hay muchas cosas que no entiendes y no puedes compararte con la experiencia de un adulto. Confiesa, ¿cómo fue el acto?
—¿De veras que queréis conocer esos detalles?
—Sí, resulta imperioso aclarar las circunstancias de lo sucedido.
—Fue de mutuo acuerdo. No existió presión ni engaño, aunque sí mucha irresponsabilidad en ambos. Al principio, aquella actuación me provocó dolor, pero al final, se impuso el elemento placentero sobre la primera impresión lacerante. Fue así como ocurrió, ya que estáis tan interesado en conocer los pormenores.
—¿Será posible percibir tanto descaro en tus palabras? ¿Cómo osas hablar con ese tono tan insolente?
—Padre, lo siento, pero vos me habéis preguntado y yo solo he satisfecho vuestra curiosidad.
—Vamos a ver, hija —expresó don Diego en un gesto más conciliador—. Aún no alcanzo a entender cómo pudiste relajar tanto tu decoro hasta entregar tu cuerpo a ese oportunista aprovechado. ¿Cómo pudiste permitir semejante afrenta a tu honor? Lo afirmo porque tú misma has admitido que no fuiste obligada.
—Padre, os suplico que no sigáis por ese camino indagatorio; yo también lo paso mal recordando cada pequeño detalle de lo acontecido. Que Dios me perdone, como espero que su merced lo haga también. Solicito vuestra clemencia infinita, pues sé que sois el mejor caballero de este reino y que los hombres buenos, cuyo mejor ejemplo es nuestro señor Jesucristo, disponen de esa capacidad para indultar a sus semejantes.
—Deja de usar esa estúpida palabrería —afirmó el conde visiblemente enojado—. Qué curioso, pero esa fina capacidad lingüística de la que el Creador te ha dotado… parece que no surtió efecto ante ese desvergonzado que no se detuvo a reflexionar sobre las consecuencias de su impúdico acto.
—Padre, por favor: no retorzáis más lo que ya constituye un camino sinuoso. Solo se trató de una exploración por parte de ambos que yo misma reconozco como atrevida. En mi caso, tan solo pretendí saciar una curiosidad de la que había escuchado hablar y saber si resultaba tan maravillosa como se contaba. Nada más, os lo juro, mi señor.
—Claro, me hablas del libertinaje para saciar los instintos, como si fueses un vulgar animal que se deja arrastrar por las pasiones más indignas, en este caso de la concupiscencia. Lo que más rabia me produce es que no pensases en los efectos de tu actuación. Es que me resulta sangrante pensar en ello. Yo, cumpliendo las órdenes de mi soberano en Granada y mientras, tú, mi propia hija, entregándose a muchas leguas de distancia a los placeres de la carne. Se trata de la más brutal de las irresponsabilidades encarnada ante mi vista.
—Por eso he acudido ante vos con humildad, para que de forma consciente y sincera me perdonéis como hombre de sangre y pensamiento noble que sois.
El conde de Valcárcel se quedó callado en aquel tirante escenario y tomando asiento, se puso a meditar durante un rato, como tratando de buscar una solución a aquel reto que, por sorpresa, le había surgido. Nunca pudo imaginar que uno de los peores desafíos de su existencia se le iba a presentar en su propio hogar y protagonizado por su hija pequeña. Tras unos minutos de tenso silencio, dirigió su vista hacia la joven.
—Mira, Verónica, da igual que yo te perdone o no. ¿Sabes una cosa? Eso no es lo importante. Vivimos en una sociedad en la que hay que mantener unas formas. En caso contrario, esto no sería un reino de seres humanos sino de bestias gobernadas por sus impulsos más primitivos. Por eso, ya te digo, que a todo este asunto hay que buscarle y cuanto antes un desenlace. Como hombre y como caballero, esa es mi máxima prioridad. No voy a insistir más con la identidad de ese hombre. Quiero saber ahora mismo el nombre de la persona implicada en este lamentable suceso. Si no, deberás atenerte a las consecuencias.
…continuará…
Increible que una persona y mas aun una mujer de esa epoca, se aya expresado de esa forma. Quede atonito. Parece una chica del siglo 21.
Saludos, Luis Eduardo. En mi opinión, esta chica, por su mentalidad, es una adelantada a su tiempo, pero los deslices sexuales entre adolescentes forman parte de la historia desde sus inicios. Otra cosa es que trataran de silenciarse. Y, por supuesto, era muy habitual que muchas mujeres jóvenes acudiesen al abrigo de un monasterio a parir a sus hijos no deseados que después eran dados en adopción a familias que los requerían. Un abrazo y gracias por leer.