—Pues claro, señora. Después de su demostración de «poderío» no estoy dispuesto a perderme el resto de la función ni tampoco soy tan estúpido como para negar sus capacidades. Vamos a verlo.
—En fin, señor psiquiatra; ¿qué quiere que le diga? Lo que se dice «poder» solo lo tiene Dios. Los demás, simplemente, somos sus mensajeros o sus ejecutores. Cada cual debe asumir el sentido de su vida y vivir acorde a ese sentimiento siempre orientado hacia la consecución del bien.
—Sorprendente. Es usted admirable, Isabel. ¿Sabe una cosa? Que me alegro de que haya accedido a venir a «Los girasoles». Eso me muestra su buen talante. Venga, vayamos a la habitación de las entrevistas difíciles. Ya lo he organizado todo. Espero que podamos estar tranquilos.
Al llegar a aquel pasillo, dos celadores abrieron una habitación más o menos amplia donde Martín Sanblás llevaba puesta una camisa de fuerza mientras aguardaba a los visitantes sentado en una silla de plástico.
—Buenos días, Martín —saludó la enfermera con una amplia sonrisa en su boca—. Tal y como vas vestido ya me he dado cuenta de quién eres.
A pesar de la buena disposición de la mujer, no hubo respuesta por parte del joven. Parecía que no tenía ninguna motivación por colaborar.
—Don Ildefonso, antes que nada, debo decirle una cosa si pretendemos que esto funcione.
—La escucho.
—Creo que lo mejor es quitarle la camisa de fuerza al muchacho.
—La entiendo, pero considere que el paciente posee antecedentes por agresión en su expediente y no solo eso. Nosotros hemos sido testigos de esa violencia en nuestras carnes. Por eso le digo: ¿está usted segura de lo que pide?
—Completamente. He trabajado en unidades psiquiátricas durante mucho tiempo con todo tipo de pacientes y le confirmo que sé cómo tratar a este. Para su tranquilidad y ya que estamos inmersos en el caso, le diré que Rafael me ha comentado que este chico colaborará si se libra de la incómoda carga que le supone llevar esa prenda encima de su cuerpo.
—Bueno, si eso le ha dicho ese señor que trabaja con usted… supongo que él tendrá una mejor perspectiva que nosotros acerca de su reacción.
—Gracias, director. Otra cosa antes de que se me olvide —insistió la mujer mientras que juntaba sus manos—. Si es posible, me gustaría que dijese a los señores celadores que esperasen fuera de la habitación. Así tendremos más intimidad, que es justo lo que necesitamos para profundizar en el tema. De veras, se lo solicito como modo de facilitar el proceso de apertura y de recogida de información.
El psiquiatra adoptó una actitud de duda, no estando muy convencido de aplicar la indicación de la enfermera. Fue por eso por lo que preguntó:
—Disculpe, Isabel, pero… ¿eso también se lo ha recomendado su «amigo» del otro lado?
—Así es. Ya veo que se está usted acostumbrando a cómo funciona este procedimiento.
—Pues ya habéis oído a la señora. Por favor —expresó el director mientras que se dirigía a los dos empleados del centro—, aguardad fuera, pero no os vayáis muy lejos. Puede que tenga que llamaros y la cautela nunca viene mal.
Tras cumplir con las peticiones de Isabel, la sala de entrevistas se cerró. El psiquiatra, el psicólogo, la enfermera y Martín, ya sin la camisa de fuerza puesta, aguardaban expectantes los acontecimientos…
—Martín, por favor —dijo la mujer—. Antes de empezar a hablar, dame unos minutos para ponerme al día. No tienes que hacer nada. Yo me encargo, ¿de acuerdo? Tú, estate tranquilo. Relájate que, al menos, hemos conseguido que te retirasen esa prenda más propia del siglo XIX y de la época de las duchas frías. Todo va a ir bien. ¿Conforme?
El joven no articuló sonido, tan solo se encogió de hombros como haciéndose el desinteresado.
El silencio se adueñó de la habitación. Isabel miró largamente hacia un lado y otro. Luego cerró sus ojos, como si estuviese concentrada escuchando una voz interior que le proporcionaba información. De vez en cuando asentía con su cabeza, como si estuviese de acuerdo con los mensajes que recibía. Los otros dos profesionales permanecían atentos y procuraban no perder ninguna pista de lo que estaban observando. Martín realizaba algunos movimientos con sus hombros y sus brazos, intentando reajustar su postura tras haber tenido colocada la camisa de fuerza. Por fin…
—Por favor, prestad atención a lo que os voy a decir. Ya dispongo de los datos suficientes acerca de nuestro paciente y me veo en disposición de emitir un diagnóstico. Otra cosa bien distinta será arreglar este problema pues depende del libre albedrío de los intervinientes.
Tanto Ildefonso como Sergio estaban asombrados con aquel enigmático mensaje y su actitud era la de continuar escuchando todo aquello que saliese de la boca de la mujer; ambos anhelaban despejar sus dudas ante las novedades producidas en el caso.
—Mirad, existen conflictos que se producen no solo en esta vida, sino que pueden generarse en existencias anteriores y arrastrarse hasta el presente. Hay personas que, aunque estén muertas, solo lo están pero en el plano físico. Como afirman las religiones, las almas son inmortales. Me estoy refiriendo a Nicasio Fernández… ¿no es cierto, Martín? —preguntó la mujer elevando el tono de su voz mientras que abría sus ojos y miraba fijamente al paciente.
Sorprendido al oír ese nombre, el chico solo acertó a expresar…
—¿Cómo dice usted?
…continuará…