ESQUIZOFRENIA (101) Intentando recordar

Sin embargo, antes de que Martín se lanzase a detener a la mujer, esta dio con rapidez unos pasos hacia atrás para coger impulso y cuando notó que el sonido chirriante se hacía más y más fuerte, tomó carrera y a gran velocidad se arrojó sobre el primer vagón del metro.

Tras retirarse el convoy por la salida oscura del pasillo subterráneo, se hizo un grave silencio. El espectáculo que presenció el joven resultó dantesco. De nuevo, se había repetido la primera escena macabra de la que fue testigo nada más alcanzar aquella estación. Otra vez el cuerpo desmembrado sobre las vías, una gran cantidad de sangre sobre el suelo y transcurrido un tiempo, esos restos mortales se iban difuminando hasta desaparecer por completo. Al poco, la figura de la mujer aparecía otra vez por el andén para comprobar los efectos inútiles de su última y terrible acción.

Ella se agachó quedándose como pensativa, con el típico gesto en su expresión de no entender nada, se puso en cuclillas y al confirmar que su intento desesperado por quitarse la vida no había servido para nada comenzó a llorar desconsoladamente. Pasados unos segundos de profundo abatimiento…

—¿Lo ves, chico? ¿Qué te dije? No hay nada que hacer. Por eso he perdido toda esperanza; pero no te preocupes, Martín, dentro de un rato estaré atenta al ruido, porque otro tren volverá y tendré otra oportunidad para suicidarme. Ya veo que no tienes mucha idea de lo que está pasando. En fin, gracias por acompañarme, pero a mí me toca seguir con mi ritual. Algún día puede que lo consiga. Tendré que armarme de paciencia. Esto es más duro de lo que suponía, aunque no pueda recordarlo bien. Con el paso del tiempo, se me han olvidado tantas cosas…

Martín, mientras la escuchaba, no hacía más que mirarla, como tratando de buscar en ella algún indicio que le permitiera comprenderla.

—Oye, jovencito, no sé el extraño motivo que te ha traído hasta este lugar a intervenir en mi desgracia. Sin embargo, estaba pensando que, si te vas a quedar por aquí, en esta «maravillosa» estación de metro, quizá podrías permanecer conmigo un rato más. Siempre se ha dicho que «las penas compartidas son menos penas». ¿Qué te parece mi propuesta?

—¿Cómo? Yo lo que observo es que tu locura te lleva a delirar. No, no me quedaré aquí ni de broma. Ah, y por supuesto, no pienso tirarme al tren cada vez que aparezca por el túnel. Perdona, pero aún no he alcanzado ese grado de enajenación que tú muestras.

—Vale, respeto tu decisión. Ya eres adulto. No obstante, estás igual de solo que yo, por lo que no me parece tan mala idea que estemos juntos, aunque sea por un tiempo. La soledad es muy, muy mala; te lo digo por propia experiencia.

—Por cierto, mujer, aún no me has dicho tu nombre. Tú sí conoces el mío.

—Uy, pues es verdad. Es curioso, pero es de los pocos datos de los que aún guardo memoria. Si no me equivoco, me llamo Eva… y solo pretendo morir.

Cuando Martín escuchó esa palabra, sufrió una conmoción tremenda. Cerró sus ojos y como si una corriente eléctrica se hubiese descargado sobre su cuerpo, recordó aquella escena impresionante acontecida en la institución de «Los Girasoles». Vino a su cabeza la imagen de aquel día en el que conoció a Isabel, esa médium enfermera que se presentó allí en compañía del psicólogo Sergio y del director del centro, el psiquiatra Ildefonso y que le iluminó las profundidades de su crónica, así como la desgraciada historia de la persona que lo había traído al mundo. De repente, juntó en su cabeza todo ese torrente de información, accedió a su intuición y abriendo con fuerza sus ojos sonrió…

—¡Mamá! —acertó a pronunciar Martín mientras que se abalanzaba sobre la mujer hasta colmarla de besos.

Por un momento, ante aquel cuadro tan dramático y sugestivo, la mujer se vio arrastrada por las emociones más inconscientes de su alma y se dispuso a compartir la inmensa alegría del joven. Sin embargo, a los pocos segundos y por sorpresa, ella le apartó bruscamente con sus manos…

—¿Qué haces, loco? ¡Suéltame, por favor! ¿Cómo pretendes abrazar a alguien que está a punto de morir? ¿Es posible que te hayas contagiado de mi actitud y que ahora estés trastornado? No me toques más, deja que cada cual elija su destino. Yo soy libre, nadie me a indicar lo que hacer.

—Mamá, te lo ruego, he viajado mucho, he venido desde muy lejos solo para encontrarme contigo en este lugar de pesadilla. Escúchame, porque te juro una cosa: no me iré de aquí sin ti. Convéncete de ello porque es lo único que me importa.

—¿Quieres dejar de decir estupideces? ¿Qué desvarío es ese? No me distraigas de mis preocupaciones. He de concentrarme en el sonido para cuando llegue a la estación el próximo tren.

—¡Dios mío, Romano! ¿Dónde estás? —exclamó Martín en voz alta, como si necesitase ser oído a toda costa—. Me has fallado cuando más precisaba de tu ayuda. Seguro que tú hubieses convencido con rapidez a Eva de su error y yo no poseo esa capacidad. Por favor —insistió el joven a gritos mientras que levantaba sus brazos hasta la bóveda de la estación—. ¿Alguien puede socorrerme? ¡Os lo suplico!

La mujer, desconcertada por la actitud del que se había identificado como su propio hijo, no sabía ni cómo reaccionar. En ese instante, Martín, embargado por la más fuerte emoción se aproximó de nuevo a ella y sin explicaciones, volvió a estrecharla entre sus brazos, como queriendo transmitirle a Eva todo el amor que en ese momento sentía. Después, de modo instintivo, rodeó con sus manos su cabeza y la dirigió a su pecho para que oyese los potentes latidos de su corazón.

—Mamá, te lo ruego, tienes que oírme. Dios mío, te lo pido, haz que recuerde, haz que tome conciencia de quién es y de quién soy yo. Abre sus ojos para que contemple tu luz y salgamos de este infierno. Por favor, por favor… —insistía el joven mientras que era incapaz de separarse de la figura de su madre y le trasladaba todo su afecto.

…continuará…

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ESQUIZOFRENIA (102) Un punto de luz

Sáb Ene 18 , 2025
En mitad de aquella crítica situación, Eva se sumergió en esa escena tan intensa de emociones, rodeada por los cálidos brazos del que manifestaba ser su hijo y justo en ese momento, obtuvo la mínima lucidez para mirar dentro de su alma. De repente, comenzó a experimentar fogonazos, golpes de […]

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