ESQUIZOFRENIA (100) La memoria olvidada

—Pues ya ves. Para mi desgracia, por mucho que lo intento, no lo consigo.

—¿Conseguir? Pero… ¿qué es lo que pretendes? —preguntó Martín totalmente extrañado.

—Pues qué va a ser, hombre —contestó la mujer irritada—. Yo lo que pretendo es suicidarme, quitarme de en medio de una vez por todas, «de-sa-pa-re-cer» del mapa. No sé qué más tengo que explicarte para que lo entiendas. De ahí mi desesperación, es que estoy harta. Me he planteado muchas veces por qué fracaso en mis intentos y solo obtengo una explicación.

—¿Cuál?

—Pues que estoy haciendo algo mal.

—¿Algo mal? ¿Cómo es posible?

—Claro que sí. He perdido la noción de las cosas, ya no sé cuánto llevo aquí; estoy confusa. Lo único claro es que debe ser bastante tiempo el que llevo atrapada en este sitio. Además, no puedo salir de esta estación ni tampoco dispongo de otra opción para matarme. No tengo ningún arma con la que dispararme, ni siquiera una navaja con la que cortar mis venas para desangrarme. Nada de nada, qué impotencia. Mi única alternativa es lanzarme al tren una y otra vez para que me destroce. Ya, claro, pensarás que soy una chiflada, pero, nada de eso. Es que no lo puedo llegar a entender, cómo es posible ser atropellada por un vehículo de estos y que al poco, de nuevo tenga que repetir el procedimiento. Al principio, observo los restos desperdigados de mi cuerpo. Pero, misteriosamente, me digo a mí misma que si me veo muerta, ¿cómo es posible que yo siga pensando? Nadie puede pensar si ha fallecido o ¿es que estamos locos? Y, aun así, es que no veo otra salida. Compruébalo por ti mismo. ¿Cómo es posible que mi cuerpo esté quebrado, esparcido en trozos y yo siga aquí, contándote lo que he hecho? Es absurdo, maldita sea.

—Sí, es increíble y a la vez me da mucha pena. ¡Qué mala suerte!

—¿Cómo que pena? ¡Eh, tú, déjate de estupideces! No quiero tu compasión ni darte lástima, imbécil. Pero… ¿por qué has mencionado lo de la mala suerte?

—Pues es una lástima, porque tengo un amigo muy sabio que sabe mucho de estos asuntos. Si estuviese aquí, seguro que tendría una explicación para este fenómeno y que él podría aclararte todo lo que está sucediendo.

—Y… ¿quién es ese individuo que se supone que tanto sabe?

—Se llama Romano y es alguien de mi confianza, pero desgraciadamente… he perdido contacto con él, ha desaparecido sin dejar rastro.

—Vaya, él sí que puede escapar de este escenario y yo no. Qué asco.

—Ya ves, estaba por aquí hace tan solo unos momentos. Y de repente, se ha esfumado como una ráfaga de viento… justo cuando más lo necesitaba. ¿Será posible?

—Continúan mis desgracias, porque si tan listo es ese Romano o como se llame, me habría venido muy bien su presencia para aconsejarme. Me noto tan aburrida de lo mismo. Por cierto… ni siquiera sé tu nombre. No nos han presentado. ¿Cómo te llamas, chico? Perdona, pero creo que me he convertido en una maleducada. Debe ser la falta de costumbre, pero verás… es que no recibo visitas. En verdad, echando la vista atrás, creo que eres la primera persona con la que intercambio una palabra desde hace… no puedo calcularlo, he perdido la memoria. Quizá debería sentirme alegre por haberme encontrado con un desconocido, pero ya no sé ni lo que pensar.

—Yo soy Martín.

—¿Martín? Qué raro, me suena ese nombre, no sé de qué. Mi mente es un completo olvido y no puedo manejarla como quisiera. Bueno, estamos en el infierno, ¿verdad? ¿De qué me iba a extrañar?

—¿El infierno? —se preguntó en voz alta el joven—. Resulta curioso, pero nunca me había imaginado el averno con una estación de tren. Es sorprendente, te lo juro.

—Chico, no te hagas ilusiones en cuanto a largarte de aquí. No sé ni cómo llegué. Solo sé que aquí se entra, pero que no se sale. Mira, ven conmigo un instante. Te enseñaré algo.

Tras caminar ambos unos metros hacia atrás…

—Observa, muchacho —dijo la mujer mientras que señalaba hacia un espacio con su dedo índice —. ¿Ves aquel cartel?

—Pero… ¿cómo es posible? Esto parece una pesadilla…

—Es mi única referencia y por eso sé dónde estamos.

—Dios mío, quisiera despertar de este sueño terrible —afirmó Martín mientras que apartaba su mirada.

—Léelo y no te hagas el despistado: allí pone «Metro: estación Puerta del Sol». Debe ser el infierno que existe debajo de Madrid o algo parecido. Pero… ¡qué más da! Ahora que lo pienso y lo tengo muy borroso en la memoria, creo que un día bajé a este lugar y ya nunca logré salir de aquí. No hay escaleras o puertas ni ningún resquicio por el que escapar. Si al menos tú pudieses encontrar una salida… quién sabe, a lo mejor tu mente razona mejor y da con una solución para huir.

De repente, la mujer se quedó paralizada y llevó su mano a la oreja al tiempo que giraba su cabeza hacia la derecha…

—Atento, escucha con atención, ¿oyes ese ruido?

—¿Cómo? ¿A qué te refieres?

—Pero, hombre, ¿estás sordo o qué? ¿No te das cuenta? Está llegando otro convoy, el metro va a pasar de nuevo por la estación. Tengo que prepararme.

—¿Prepararte? ¿Para qué? Pero… ¿has perdido el juicio? No, no —expresó Martín con determinación—. Ya sé lo que quieres hacer y no lo voy a permitir. De eso nada. Otra escena como la de antes no podría soportarla.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

ESQUIZOFRENIA (101) Intentando recordar

Jue Ene 16 , 2025
Sin embargo, antes de que Martín se lanzase a detener a la mujer, esta dio con rapidez unos pasos hacia atrás para coger impulso y cuando notó que el sonido chirriante se hacía más y más fuerte, tomó carrera y a gran velocidad se arrojó sobre el primer vagón del […]

Puede que te guste