ESQUIZOFRENIA (95) La búsqueda de la redención

—Por tanto, ¿cómo pensabas llegar a tu vida reciente con ese ayer que cargabas a tus espaldas? Todo ese cúmulo de dificultades, todo ese encadenamiento de obstáculos fueron un medio para que rescatases el daño tan terrible que habías causado con tus actuaciones.

—Pero yo quería a Carmen y por eso, la respeté durante todo el tiempo que estuve con ella.

—Nadie lo niega, Martín. Le diste mucho amor y eso es de agradecer. El problema es que llegaste a esa coyuntura después de haber dado la orden de matar a una criatura que también anhelaba su amor. Tú, con tu horrible decisión, alteraste el orden de los acontecimientos. Amar a un ser humano es lo más grande que existe, pero nunca causando a alguien un terrible sufrimiento para obtener esa oportunidad.

—Ahora, una vez alejado de aquellos hechos y de mi última existencia, procuro ver la luz en todo lo que ocurrió. Hechos y consecuencias se vinculan en una sabia cadena que me permiten entender las cosas y comprender mi destino.

—Así es, amigo y así se desarrollan las etapas que debemos recorrer para completar los ciclos que nos corresponden. Lo importante es que hayas tomado conciencia de cómo funciona este proceso. De nada serviría esa comprensión si no te sirviera para asumir la lección y girar así la rueda de tu destino. Somos espíritus, Martín, no lo olvides y por eso se nos programan una serie de pruebas que hemos de superar acorde a nuestras actuaciones pasadas; lo fundamental es no desanimarse y continuar avanzando. Así está escrito en nuestras conciencias y así es como debe funcionar.

—Sí, ya me he dado cuenta.

—La buena noticia es que, por mucho que arrastres un pasado atroz, siempre gozas de la oportunidad de nuevos retos para ponerte en paz con tu ayer y dibujar un nuevo futuro.

—Entonces, Romano… ¿crees que mi redención es posible?

—Sin duda, Martín. He estudiado muchos de los planteamientos que llegaste a desarrollar durante tu más reciente experiencia en la carne, todos ellos de lamento, de quejas por la tortura que suponía tu vida. Deplorabas tus circunstancias por las torturas de todo tipo a las que te sometías y más de una vez se te pasó por la cabeza adoptar una actitud radical para acabar con todo de una vez y cesar con tu sufrimiento.

—Es verdad. Al menos tuve la mínima lucidez como para no caer en esa trampa que me brindaba mi inconsciente. Creo que, tratando de acabar con mis obstáculos por la vía rápida, lo único que habría conseguido hubiese sido la prolongación de mis padecimientos. Había algo dentro de mí que me alertaba acerca de no poner más piedras en la mochila de mi camino; ya tenía bastantes con mis hechos vergonzosos acerca de la situación de mi antiguo rival, de Nicasio.

—No sabes cuánto me alegra que vayas recuperando la memoria y que recobres lo que constituye ese sentido primordial de la justicia.

—Es bueno razonar siempre, incluso en el peor temporal de emociones y así, restaurar el equilibrio de los acontecimientos. Después de todo, soy consciente de que recibí mucha ayuda. Salir del psiquiátrico resultaba primordial para mí, un paso adelante para liberarme de un ayer confuso y siniestro. Eso lo cambió todo; fue así como vislumbré una luz al fondo de mi túnel más oscuro. Dos personas magníficas que parecían que las habían situado en mi camino fueron los verdaderos artífices para conducirme hacia la claridad. Sin ese psicólogo y sin esa enfermera, todo habría permanecido estático, incidiendo en la parálisis de mi evolución.

—Es una buena conclusión. Cualquier ser intuye, por su inteligencia, que haciendo el bien puede acelerar su progreso. Verás, ese es el caso de tus buenos amigos, los cuales no tuvieron dudas acerca de tu situación y de que debían ayudarte desde el primer instante.

—Dios mío, siempre les estaré agradecido.

—Quiero que sepas que la ayuda siempre llega cuando estamos dispuestos a ser ayudados. ¿Lo captas?

—Desde luego, Romano. Gracias, de veras; creo que nosotros nos vamos a llevar muy bien —comentó Martín mientras que rozaba con su mano la espalda de su «consejero espiritual».

—Seguro que sí. Bueno, eres perfectamente consciente del motivo por el que nos hemos encontrado en el momento justo y en la hora prevista.

—Señor «analista», tengo una cuestión —expresó Martín mientras que se tocaba con su mano la barbilla—. Perdona por la pregunta, pero dentro de mí hay algo que me atrapa el alma.

—Desde luego, sé de lo que se trata.

—Venga ya, si ni siquiera he abierto la boca ni he mencionado nada del tema.

—Martín, estamos en la esfera espiritual. Nada puede ser ocultado. Las palabras son lo de menos, el pensamiento lo es todo. Te comentaré algo sobre lo que he recibido de ti: desde hace unos minutos, la imagen de una señora llamada Eva está sobre tu cabeza.

—Pero… ¿cómo es posible? ¿Cómo puedes saber eso?

—Pues justamente como antes has dicho: porque soy un «analista». No te extrañes, Martín. Acabas de entrar en este nuevo tramo de tu inmortal vida. Habrá más sorpresas, no te alarmes. Sé perfectamente que se trata de ella, de la persona que te trajo al mundo.

—No sabes lo contento que estoy de que tu intuición o lo que sea esté tan desarrollada.

—Tranquilo, solo es cuestión de estudio y de práctica.

…continuará…

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