—No lo sé; la verdad es que yo no le pedí nada. Noelia, que así se llamaba, fue bastante paciente conmigo. Me sentía algo nervioso, normal porque era mi primera vez; creo que se dio cuenta y por ese motivo se portó bien conmigo. Aunque me pareció joven, pensé que dominaba su trabajo. No quiso ir muy deprisa, no dar la sensación de que tenía a otro cliente esperando y de que quería terminar cuanto antes. Se ve que alguien le había informado acerca de quién era yo, porque incluso llegó a pronunciar mi nombre.
—Debió hacerlo para que te tranquilizaras y aumentase tu confianza.
—Supongo. Hasta se mostró cariñosa, algo que dicen que no es frecuente en las mujeres que se dedican a estas labores del sexo.
—Pues parece que a esa tal Noelia le debiste caer bien o se encariñó de ti. A lo mejor te vio y le pareciste un buen chico. Dime, ¿y qué más sucedió?
—Pues ella se iba insinuando conforme se quitaba la ropa. La verdad es que yo no sabía ni cómo reaccionar, lo único que hacía era sonreír, como una forma inconsciente de estar de acuerdo con su juego. De todas formas, el instinto y el tener veinte años pudieron más que otros factores como la inexperiencia o la sorpresa. Al ponerse encima de mí ya no tuve que pensar lo que hacer.
—Claro. Noelia, aunque fuese joven, seguro que sabía cómo comportarse con un primerizo como tú. Su conducta me parece de lo más normal y estoy convencido de que con su actitud te ayudó a superar tu asombro inicial.
—En fin, llegó un momento en que mi propio instinto tomó el control sobre mi cuerpo y ahí, solo tienes que dejarte llevar. Es una fuerza que sin hablar te envuelve y te guía.
—Sí, muy descriptivo por tu parte —afirmó con una sonrisa el psicólogo.
—Sergio, ¿crees que me conduje como un animal?
—A ver, Martín. Incluso los «animales» también poseen sus razones. Solo se trataba de un experimento de iniciación en algo muy concreto. No te líes ni le des más vueltas al asunto, que te conozco.
—Tengo una duda. Acabé muy pronto, antes de lo que yo pensaba. ¿Eso es normal?
—Hay tantas cosas consideradas «normales» que dependen tanto de quién las haga y de las condiciones en que se hagan que… todo se puede atribuir al contexto, a la motivación, al aprendizaje anterior. En tu caso, por supuesto que me parece normal lo que te ocurrió. En tu próxima ocasión y espero que no sea en un lugar de estos, seguro que aprendes a regularte.
—Sí, si yo no me quejo. En absoluto, estoy satisfecho y te lo agradezco por la oportunidad que me has dado.
—¿Alguna reflexión más sobre tu primer encuentro?
—Pues sí. Noelia, después de acabar, se puso a acariciarme y me preguntó por cómo me sentía.
—Ah, ¡qué amable por su parte! Eso sí que es relajar el ambiente. Y ¿le respondiste algo?
—Nada, Sergio. No fui capaz de articular palabra. Me quedé callado como un mudo. Creo que me entró mucha vergüenza; aquello parecía un estudio científico sobre cómo había resultado el ensayo. Ella se quedó sentada en la cama como si aguardase algún comentario por mi parte. Al final, viendo que yo no reaccionaba, se levantó y se vistió. Estaba como bloqueado y para mi sorpresa, Noelia se me acercó y me dio un beso en la mejilla y luego, tras sonreírme, salió de la habitación.
—Vaya con la jovencita. Creo que tuvo un comportamiento contigo más que aceptable. Me alegro de ello.
—Estoy de acuerdo. Quizá me noté un poco ridículo por estar en un prostíbulo, tal vez porque me hubiese gustado más que mi primera vez hubiese sido de un modo diferente.
—¿Diferente? ¿Cómo, Martín?
—Pues después de haber conocido a una chica en la calle con la que hubiese simpatizado y todas esas cosas. Y, al final, como una consecuencia natural de la intimidad, habríamos hecho el amor en un lugar que no hubiese sido un local de esos.
—Claro, hablamos de un escenario ideal, pero no siempre ocurre como sucede en las películas donde todo sale bien y responde a las necesidades de un guion. En tu caso, comprobé que tenías ganas de superar esa prueba y por eso te ayudé. Lo otro nos habría llevado más tiempo. Nada más.
—Desde luego. Tras acabar me sentí raro. Creo que no hablé porque necesitaba procesar todo lo que había pasado en solo unos minutos. Me estaba analizando a mí mismo. Debe formar parte de mi naturaleza como ser humano.
—Es increíble la tendencia que tienes a darle tantas vueltas a las cosas, lo cual no siempre es bueno. Sin embargo, te voy a animar con una frase.
—¿Con una «frase»? —preguntó extrañado el joven.
—Sí. ¿No has oído ninguna vez el dicho «omne animal post coitum triste est»? Traducido te viene a decir que «todo animal se siente triste después del coito». Era una sentencia muy popular en la Roma imperial.
—Interesante —dijo pensativo Martín—. ¿Y a quién se atribuye esa frase tan inteligente?
—No se sabe. Unos dicen que al médico Galeno, otros que al poeta Ovidio. Da igual, lo importante es que se utilizaba con frecuencia y que posee un sentido.
…continuará…