—No sé, pero en este caso se mezcla una sintomatología psiquiátrica con una fenomenología yo diría que paranormal —añadió Ildefonso con la mirada perdida en la pared, todavía afectado por el suceso al que se había enfrentado—. Sea lo que sea, hay que hacer un esfuerzo por aclarar este fenómeno.
—Sin duda, jefe; como en todo, explicación tiene que haber. Otra cosa es que podamos encontrarla.
—Me temo que no puedo apuntar este incidente en el libro de notas. ¿Te imaginas? Seríamos el hazmerreír de la comunidad. Incluso correríamos el riesgo de que alguien nos clausurase el centro. Con los políticos, nunca se sabe. Ayer, intentan estrangularte y hoy, una silla que sale volando. ¿Qué está pasando aquí? Estoy empezando a maldecir la hora en la que Rosado tomó la decisión de enviarnos a ese paciente a «Los girasoles». ¿Sabes una cosa? Le voy a llamar y le voy a pedir explicaciones. Quiero que me cuente si esto de ahora ya le sucedía a Martín en el psiquiátrico. Si es así, se va a enterar. Mira que mandarnos a ese «bicho» que lo único que hace es causar problemas.
—No creo que resulte una buena idea criticarle. Es posible que este chico denotase una mejoría en el último período, sin que su acosador se mostrase de forma tan palmaria. Ildefonso, las cosas que oí y vi ayer fueron tremendas y me ofrecen verosimilitud.
—A ver, para un momento, Sergio. ¿Me estás diciendo que lo que le sucede a ese chico no es producto de sus delirios? ¿Que ese tal Nicasio o como él le llame es real y no producto de su imaginación?
—No estoy en condiciones de asegurar al cien por cien lo que acabas de manifestar. Lo que tengo claro es que no podemos ignorar lo que aconteció ayer y hoy. Eso sería falsear la realidad y por ahí, no voy a entrar.
—Y una pregunta: ¿te sientes en condiciones de reconducir esta extraña situación? Si fuera así, vaya valor, amigo. Si te soy sincero, yo preferiría quitarme este problema de encima devolviendo al tal Martín a su lugar de origen. Es lo más cómodo y así nos olvidaríamos pronto de este susto. Además, puede que este tío vaya a peor o que esa criatura que le agobia se vuelva aún más agresiva.
—Puede.
—¡Qué se yo, no quiero ni pensarlo! No me gustan las situaciones que escapan a mi control. Solo traen complicaciones. Considerando lo sucedido hoy, no me gustaría correr más riesgos. Hay que examinar las variables que están aquí presentes, pero, en mi opinión, tal vez no le beneficie permanecer más tiempo aquí. Sergio, no seamos más tontos que nadie. En el hospital psiquiátrico Martín estaría más controlado y ellos poseen las herramientas adecuadas para tratar su enfermedad.
—Ildefonso, ¿has oído hablar de las «psicorragias»?
—Sí, algo he oído. Sin embargo, esos fenómenos solían darse en algunas chicas que comenzaban su adolescencia. Se producía en ellas como una liberación de ciertas energías procedentes de fuerzas inconscientes, lo cual podía dar lugar a la aparición de efectos paranormales como el movimiento de objetos.
—Eso es. Se considera a las «psicorragias» como una descarga psíquica de la energía contenida en el organismo que se manifiesta espontánea e incontroladamente pudiendo actuar sobre la materia. No obstante, Martín es un chico y también ha superado su adolescencia. ¿Cómo lo explicas?
—No lo sé. Me resulta complicadísimo. Ahora bien, me niego a creer que este fenómeno no tenga una explicación.
—Entonces estamos en la misma línea. No solo comparto tu opinión, sino que te prometo que voy a descifrar este enigma, cueste lo que cueste.
—De acuerdo, psicólogo. Pero… ¿me puedes indicar cómo vas a hacerlo? —preguntó Ildefonso con muestras de desconfianza en la expresión de su rostro.
—Mira, sin resultar pretencioso, tengo un as en la manga.
—Oye, chico, perdona, pero es que soy bastante mayor que tú. Esto no es un juego ni se trata de hacer apuestas y menos con la salud mental de una persona. Este chaval está diagnosticado de esquizofrenia desde que posee uso de razón. No te olvides de ese pequeño pero importante detalle. Y para enrevesar el caso, Martín ofrece también una fenomenología paranormal que nos resulta desconocida. ¿Quién se atreve con este elefante?
—Yo te lo diré, Ildefonso. Se dice que cuando los problemas resultan excepcionales hay que buscar soluciones excepcionales. ¿Quieres saber quién es ese «as»?
—Ni idea. Venga, que me estás impacientando con tanto misterio.
—Verás, se llama Isabel. Trabajó como enfermera en un hospital del sur de Madrid.
—No me suena para nada ese nombre. Además, debe haber cientos como ella.
—Como ella, lo dudo, Ildefonso. Y te lo voy a explicar. Se jubiló hace unos meses y ahora, supongo que dispondrá de tiempo libre para ocuparse de cuestiones tan delicadas como la que nos concierne. Si hablo con Isabel y acepta venir aquí para estudiar este fenómeno, lo hará por interés profesional y por ayudar a Martín y no por ninguna motivación económica. Estoy convencido de que se lo tomaría como un reto personal, como a mí me está sucediendo.
—¿Tanta confianza tienes con ella como para pensar que aceptaría el desafío?
—Desde luego. Se trata de su especialidad.
—Bueno, por lo que me dices, en principio me alegro por su favorable disposición. Sin embargo, necesito datos. ¿Qué es eso de su especialidad? ¿Por qué esa tal Isabel iba a ser efectiva para resolver este serio problema? En otras palabras, ¿qué tiene esa mujer?
—Muy sencillo. Tiene tal sensibilidad que es capaz de ver donde nosotros estaríamos ciegos y solo observaríamos oscuridad y de escuchar donde nosotros estaríamos sordos y apenas percibiríamos el silencio.
…continuará…