ESQUIZOFRENIA (98) El túnel

Romano se movió unos metros y luego, se arrodilló y buscó cerca entre unas plantas que había sobre el suelo. Con sus manos, «construyó» un recipiente fluídico y a continuación, arrancando uno de los vegetales más gruesos lo exprimió con sus manos hasta conseguir que el líquido extraído llenase el utensilio.

—Toma y bebe, Martín. Recobra fuerzas, amigo, que las vas a necesitar.

—Pero… si está buenísimo. Es curioso, me hace recordar al sabor de alguna de esas bebidas llamadas tropicales que se servían en la Tierra. Caramba, pareces un chef especializado en la elaboración de zumos. Mis felicitaciones por el menú. Espero que me sirva para aguantar.

—Seguro que sí. Le he dado un «toque» especial para que te gustase más. Lo bueno es que contiene todos los ingredientes esenciales que ahora mismo precisas. En fin, según la vegetación que atravesemos en este paisaje antes de llegar a encontrarnos con tu madre iré preparando bebidas adaptadas a tus demandas energéticas.

—Pues qué bien. Ya siento los efectos reconfortantes. Si me noto débil, te avisaré. No me gustaría quedarme exhausto del esfuerzo. Oye, Romano ¿y tú no te cansas? La verdad es que entre ayer y hoy hemos avanzado bastante.

—Raramente. Llevo muchos años recorriendo estos terrenos. Lo cierto es que hace mucho tiempo que olvidé mis antiguas sensaciones corporales. A ti aún te afectan, por el momento. Luego, pasarán a ser un lejano recuerdo.

—Es bueno saberlo. Estoy listo para seguir.

—Entonces, adelante. Aún nos queda mucha distancia por cubrir.

Y transcurrió una semana de peregrinación por unos campos abruptos, con escasa arboleda y con puntos de difícil acceso que hacían de la marcha un fenómeno dificultoso. A pesar de la distancia cubierta, Martín estaba convencido de que aún no habían alcanzado el objetivo de su marcha. Sin embargo, a eso de la media tarde, el joven percibió algo extraño en el paisaje frondoso que ahora se extendía ante su vista.

—¡Eh, Román! Mira, ¿qué es eso? ¿No te parece raro?

—Pues sí. Es como una zona más oscura. Ahí la luz tiene más problemas para penetrar. Venga, aproximémonos. Está claro que se trata de una señal.

—Un momento, ahora que me fijo, es que parece la entrada como a un túnel. Es curioso, ¿no crees?

—Bueno, las sorpresas siempre se producen. Hemos andado un largo trecho y esta es la primera vez que nos topamos con un área completamente distinta a las anteriores. Dime sinceramente si piensas que se trata de un aviso para que tomemos justo ese camino. Te pregunto, ¿estás dispuesto a tomar ese desvío? Tú decides.

—Me voy a dejar llevar por el primer impulso que he notado en mi interior. No identifico el motivo exacto, pero mi intuición me dice que, si tomo ese túnel, quizá me acerque al lugar donde mi madre está.

—Fuiste su hijo y tendrás tus propias razones. Quién sabe, pero es posible que la misma Eva esté tratando de ponerse en contacto contigo. Su pensamiento es muy fuerte. Tal vez estés en lo cierto; contáis con afinidades.

—Conforme avanzamos, se me están despejando las dudas. Es una sensación poderosa.

—De acuerdo; entonces te acompañaré. Confío en tu presentimiento.

Poco a poco ambos se fueron introduciendo por el túnel; adaptando su vista al nuevo y sombrío escenario localizaron los raíles de hierro pertenecientes a alguna línea de tren que alguna vez circuló por allí.

—Mira, Romano. ¿Qué te dije? —manifestó Martín muy motivado—. Allí al fondo hay un poco más de luz. Vamos, rápido. Seguro que este misterio posee una explicación.

El joven aceleró el paso, como si tratase de despejar esa angustia interior que le consumía. Le obsesionaba la idea de alcanzar aquella zona para hallar algún dato que le sirviera de referencia en la desesperada búsqueda por encontrar a la figura de su madre. Segundos después…

—¡Dios mío! ¿Qué es esto?

—Parece como una estación de tren abandonada hace mucho tiempo —admitió Romano mientras que giraba su cabeza para cerciorarse de la realidad de ese espacio al que habían llegado—. No, espera, lo parece, pero no lo es. Por su estructura característica, yo diría que estamos en una especie de estación de metro. De ahí la penumbra que lo ocupa todo.

—Es verdad, ahora que lo pienso, tienes toda la razón, amigo —manifestó Martín mientras que llevaba sus manos a la cabeza.

Tras comprobar que allí no existía ninguna actividad ni ninguna otra señal de vida, la voz del joven quebró aquel inquietante silencio…

—Un momento… escucha con atención, Romano… ¿no lo oyes?

—Es cierto. Comienzo a escuchar un sonido chirriante que se aproxima hasta aquí. Convendría extremar la precaución.

—Sí, es como un eco que va y viene, lento, al trantrán.

Tan solo unos segundos más tarde…

—El sonido se intensifica porque está más cerca de nosotros. Martín, dejemos la vía y subamos al andén. Esto puede ser peligroso, creo que corremos el riesgo de ser atropellados. No me fío. ¡Vamos, chico, sube! —expresó Romano mientras que le ofrecía su brazo a Martín.

…continuará…

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