ESQUIZOFRENIA (9) En la habitación…

Una vez acomodada la pareja en el confortable sofá que existía junto a la cama de aquel lujoso cuarto…

—¡Vaya con «Le Paradis»! —comentó un sorprendido Armando—. Este lugar no debe ser barato, desde luego. Me gusta lo suntuoso de su estilo. Cualquiera diría que uno se encuentra en un palacete francés. Vaya decoración más refinada.

—Es cierto, la dueña se implica mucho en darle «ambiente» a las habitaciones. Creo que lo compensa bien con el dinero que le pide a los clientes. Ya se sabe, cuanto más inviertes en algo más probabilidad hay de que ese gasto vuelva a ti con ganancias. Bueno, es un decir, hay lugares donde si la gente no entra, por muy lujosos que se muestren, no hay nada que hacer. Madame Giselle ha tomado muchas cosas prestadas de su París natal a la hora de organizar todo esto. Parece que no estamos en Madrid ¿verdad?

—Sí, esta señora tiene un enfoque empresarial muy agudo. Se ve que tiene experiencia y buen ojo. Yo he estado en otros prostíbulos y la verdad es que daban pena. Era como si tuvieran prisa para que te fueras y por eso no eran sitios acogedores. Este, sin embargo, sí crea esa atmósfera para que luego te quede un buen recuerdo y vuelvas. En mi caso, vine para comprobar las maravillas de lo que me habían hablado. Es un sitio de nivel, sin duda, al igual que la mujer que tengo delante de mis ojos.

—Gracias, don Armando. Perdone, pero… ¿le puedo decir algo con sinceridad?

—Por supuesto, Eva. Tú te dedicarás a esto y yo seré el típico cliente que se afana en buscar sensaciones diferentes, pero no olvides que desde el primer instante ha habido un toque de magia en nuestro encuentro. No dudo de que esto sea un negocio que sirve para lo que sirve, pero para mí, eres una chica muy especial. ¿Más champagne?

—Sí, por favor. Me alegro de que me vaya conociendo. Mire, pulse ese botón verde que hay en la pared.

—De acuerdo. Y ¿para qué sirve?

—Es muy sencillo. Sirve para que una de las camareras nos suba otra botella de Moët-Chandon.

—Genial. Qué buen invento. Es perfecto: sin prisas, como a mí me gusta. Así me dará tiempo para saber un poco más de ti.

—Lo que usted diga, señor.

—Veamos, Eva, te agradecería enormemente que a partir de este momento me tuteases. Así nos sentiremos más cercanos. Creo que es lógico.

—No me está permitido tutear a los clientes. Se entiende como una falta de respeto. Es la costumbre, don Armando.

—¿Y si te lo pido por favor? —expresó el hombre mientras que acercaba su cara a la de Eva y le daba un tierno beso en su mejilla izquierda.

—Bueno, eso es un argumento de peso. Está bien. Desde ahora te tuteo, pero recuerda que, si estamos en presencia de Giselle, volveré a tratarte de usted.

—Qué bien, ya me siento más cómodo contigo. Y… con veinte añitos… ¿llevas mucho tiempo en este trabajo?

—Desde los diecisiete y por obligación.

—Vaya, dicho así y con ese tono de tristeza, no parece que te entusiasme esta labor.

—Es fácil de explicar. Mi madre ya trabajaba aquí. Ahora está retirada, claro. Todo tiene un límite y en este negocio, la edad es un factor clave. No todas pueden ser «Madame» ni sirven para empresarias. Hace falta dinero y una fuerte voluntad. Yo he vivido en este ambiente desde que nací. No sé si me comprendes, Armando. Piensa un poco. ¿A qué me iba a dedicar yo si no he visto otra cosa desde que era una cría?

—Claro. Trato de ponerme en tu lugar. ¿Y tu padre? ¿Está vivo? ¿Dónde se encuentra?

—Si yo lo supiera… —dijo la chica dando un pequeño soplido de aire—. Para mí que se trató de un desliz de mi madre. Cometió un error y ese tipo de fallos hay que evitarlos a toda costa en el mundo de la prostitución.

—Me imagino, pero ¿podrías explicarlo un poco mejor?

—Ella se enamoró. Aquí una no puede permitirse ese lujo porque se paga caro. Si te dedicas a esto, como comprenderás, no le puedes coger cariño a ningún hombre, por mucho que te guste, aunque se muestre tierno y elegante contigo. El amor y esta profesión no son compatibles.

—Desde luego, Eva. ¿Cómo vas a amar a alguien y luego compartir el lecho con otros hombres? No hay nadie que resista eso. Sería inaceptable.

—Bien, creo que has captado mi mensaje. Perdóname, pero ahora que estoy pensando, no me lo puedo creer —comentó la joven subiendo ligeramente su tono de voz.

—¿El qué, Eva?

—Pues que llevamos un buen rato charlando y todavía no me has pedido que me desnude; ni siquiera te has puesto encima de mí para cortejarme, ni me has empujado a la cama. Dios mío, eres el primer cliente con el que voy tan lenta. Aquí la gente viene a lo que viene, pagan y se van. Eso de charlar y explorar la vida de las prostitutas no es algo frecuente en «Le Paradis».

—Puede que tengas toda la razón, Eva

—Ah, ¿sí? Pues me gustaría escuchar una explicación de tu parte.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

¿QUIÉN DIJO MIEDO?

Vie Feb 23 , 2024
¿QUIÉN DIJO MIEDO? De tu mano, imposible el temor porque sufrí decepciones, me hallaste porque dudas viví, te fijaste en mí Sin llamar a la puerta desnuda me abriste tu hogar y tu corazón encendido latió en la noche En mi soledad, una voz gritó «llámala» de esperanza y fuego […]

Puede que te guste