ESQUIZOFRENIA (19) Un espléndido momento

—Estoy deslumbrada, lo confieso. Esto es como un palacete y tú debes vivir aquí como un príncipe o algo parecido. Increíble, solo para tu disfrute.

—Eh, tranquila. No te ofusques por lo material. Esta casa es solo una parte de mi vida, pero no lo es todo. Y, además, no es lo esencial. ¿Ayuda a vivir mejor? Pues claro que sí, pero no es lo fundamental. Digamos que se trata de un complemento. Míralo también como una inversión a largo plazo. La vida da muchas vueltas y quién me dice a mí si en el futuro no me surgirán problemas; en ese caso, este ático se podría vender a un buen precio.

—Caramba, piensas en todo. Es como tenerlo todo controlado. Pero, en concreto, ¿a qué te refieres con eso de que la vida da muchas vueltas?

—Lo tengo claro, Eva. Hoy puedes estar arriba, pero mañana pueden variar las circunstancias. El sistema económico funciona así, existen las crisis y se producen turbulencias. Por eso, es mejor invertir, para cubrirte las espaldas en caso de que los vientos se den la vuelta y soplen en tu contra. Este inmueble consta de seis habitaciones, garaje y una terraza colosal desde la que contemplar todo el contorno de Madrid. Al comprarlo, simplemente me estaba protegiendo de la incertidumbre. Más que un buen lugar para vivir, que lo es, se trata de anticiparse a los cambios de ciclo.

—Sí, ahora te he entendido bien. Eres un hombre previsor y eso me gusta. Que hay mucha gente que solo vive en el día a día y eso conlleva peligros y sorpresas desagradables. En mi caso, supongo que se debe a la forma de existir que he llevado, donde no te puedes permitir pensar ni siquiera en el mañana, porque te amargaría hasta el minuto presente. Con sobrevivir y tener que comer, ya te puedes dar por satisfecha.

—Bueno, dejemos de hablar de aspectos tan «preocupantes». Anda, coge tu Martini y acompáñame a la terraza. Vas a observar la ciudad desde una perspectiva «diferente». Dicen que mirando desde arriba se contempla a los demás como muy pequeños.

—Claro, seguro que me voy a sorprender. A lo mejor, ver a la gente desde tanta altura me sube la moral.

Segundos después y mientras que el empresario agarraba suavemente de la mano a la chica…

—¿Eh? Pero… esto es… vertiginoso. Me quedo sin palabras, Armando. Hasta los coches parecen minúsculos. Y qué decir de la gente, parecen todos enanos. Y da gusto mirar a las calles desde esta perspectiva. Te lo juro: es la primera vez que veo Madrid desde tan arriba.

—Tampoco es cuestión de obsesionarse. Yo lo hago todos los días y llega un momento en que lo ves como algo de lo más normal. A todo se acostumbra uno, incluso a lo que más sorpresa te causa al principio. Y lo que se torna habitual, ya sabes, puede que se vuelva hasta monótono.

—Sí, no te digo que no, pero yo ahora mismo estoy como alucinada. Tienes que comprender de dónde he salido hace una hora y dónde me encuentro ahora mismo.

Una vez que la muchacha recorrió todos los rincones de la terraza, curiosa por presenciar el tráfico de vehículos y personas desde una perspectiva tan alta, se aproximó de nuevo al hombre con su semblante sonriente…

—Oye, Armando ¿podría pedirte una cosa atrevida?

—Adelante, sorpréndeme, jovencita.

—Ahora que estamos tan cerca del cielo… ¿podrías abrazarme y darme un beso como el de la otra noche?

—Absolutamente, sí. Creía que no me lo ibas a decir. Empezaba a perder la esperanza.

Tras unos minutos de besos y caricias allí de pie, envueltos por la suave brisa y por unas vistas impresionantes…

—Cariño, tú dirás lo que quieras, pero estar aquí es tan distinto a permanecer entre las sombras de «Le Paradis» que estoy a punto de llorar. Aquello es un tugurio, con mucho papel de decoración elegante, pero en el fondo, no es más que un cuchitril falto de dignidad.

—Estoy de acuerdo. Analizando las energías de todos los que acuden allí, supongo que el ambiente no debe ser muy agradable.

—Y que lo digas, mi amor —afirmó con seguridad la mujer—. Uy, perdona, me he dejado llevar por la emoción. Quizá me haya tomado demasiada confianza al llamarte así y no deseo molestarte. ¿Me disculpas, Armando?

—¿Disculpas? Pero si soy yo el que está encantado de haberte conocido y de haberte invitado a mi casa. En caso contrario no estaríamos aquí disfrutando de este memorable instante ¿verdad?

—Gracias. Ya te dije el otro día que la mierda de vida que llevo me produce desconfianza y ausencia de esperanza en todo. Tengo recelos de cualquier sombra y me imagino que todo el mundo me va a hacer daño. Esto de visitar tu piso y de estar contigo es como un sueño del que no quiero despertar. ¿Te pones en mi situación? Tengo sueños, pero vivo en el peor sitio para soñar. Sin embargo, la imaginación vuela por mi mente, aunque trato de evitarlo para no tener luego un aterrizaje brusco mirando las paredes y los pasillos por los que me muevo. Cariño, solo soy una fulana y salvo por mis novelas, no puedo permitirme el lujo ni siquiera de ilusionarme.

—No, tú no eres aquello en lo que trabajas. Tú, Eva, eres una persona llena de vida, una bella mujer con un gran futuro por delante. Te contaré algo y no pretendo pecar de soberbia. Yo también he pasado por épocas de penuria y de dificultades. Al principio, la incertidumbre me pesaba, era como vivir en una pesadilla llena de riesgos. Después, una vez que logré abrirme camino, todo evolucionó a mejor hasta llegar a mi actual posición. Lo tuyo puede que haya sido peor, en el sentido de cómo estás ahora, pero cuando alguien se propone con todas sus fuerzas abrirse camino, al final, las puertas se abren. Y aquí estamos, en el día de hoy, viviendo juntos este espléndido momento.

…continuará…

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