ESQUIZOFRENIA (89) Conocer el amor

—Vaya… ¡mira que si a mí me ha pasado lo mismo! —expuso el chico con aparente alegría—. Es cierto, sufrí una especie de bajón, no sé si físico o mental, o ambos, pero sucedió. Por un lado, había logrado desahogar mi pulsión; por otro, sentía dentro de mi alma una cierta decepción.

—Quién sabe —dijo Sergio mientras que abría sus manos—. Tal vez depositaste muchas expectativas en ese hecho. Y luego, ya se sabe: es fácil caer en el desánimo. Estás hecho un buen romano, sin duda.

—Puede que pensase que esto era lo mejor que me iba a pasar en mi corta vida y ya ves, media hora después, ya estoy relativizando la importancia de lo sucedido. Es muy sabio ese dicho, lo admito, Sergio.

—Sí, a veces creemos que hacer o conseguir una determinada cosa nos va a procurar una felicidad infinita y tras lograrlo, a menudo el sujeto se sume en el desencanto. Lo que considerabas de vital importancia, lo máximo a lo que podías aspirar, no era para tanto. Debe ser que la verdadera dicha no reside en lo que depende de la materia sino en otros aspectos digamos que más «elevados». Te suena, ¿verdad?

—Sí, estoy de acuerdo. Aciertas con tu pronóstico, psicólogo.

—Mira, ya que estamos de conversación profunda, te diré algo.

—¿Qué? —preguntó el joven abriendo sus ojos de par en par.

—Está bien eso de satisfacer los instintos, pero opino que tú buscas algo diferente, más allá de ese ritual tan conocido que implica acostarse con una mujer.

—¿Podrías ser más concreto, Sergio?

—Lo tengo muy claro, Martín. Tú lo que necesitas es una relación con una chica, pero no basada únicamente en el sexo sino en el intercambio de emociones; es decir, lo que siempre se ha considerado como un enamoramiento. ¿Me entiendes?

—Supongo. Tú posees muchos conocimientos sobre la naturaleza de la psique humana. Eso me ha sugerido la cuestión esencial que existe en lo que afirmas: ¿cómo sabré cuándo estaré enamorado?

—Buena pregunta, pero creo que eso no va a entrañar mucha dificultad. Lo reconocerás al instante, amigo. Primero, lo sentirás en tus adentros. Sencillo, ¿no es cierto? Todo tu ser se volcará en esa experiencia, en un flujo de sentimientos que envolverán tu cuerpo y tu mente. No habrá tiempo para otras cosas secundarias salvo para el amor que brotará de ti. Qué sé yo, es algo muy íntimo, privado y a la vez… tan universal. Todos hemos pasado alguna vez por esa experiencia tan absolutamente arrebatadora.

—Yo, no. Que se sepa hasta el día de la fecha.

—Desde luego, pero es que tu trayectoria no ha sido nada corriente, amigo. Repasa tu historial y haz memoria, lo que no implica que a partir de ahora no puedas percibir ese fenómeno tan extraordinario.

—Dios mío, entonces… lo de hoy… ha sido…

—Ha sido lo que ha sido, ni más ni menos. Podemos darle muchas vueltas a esto; sin embargo y como persona, me alegro de lo que te ha sucedido hoy. Al menos te has quitado de encima esa ansiedad que habías desarrollado por conocer algo nuevo. Ya sabes algo más de la vida o, mejor dicho, sobre un aspecto específico de la vida.

—Lo mío ha sido como pasar veinte años sin saber exactamente lo que era vivir. Me he perdido tantas cosas entre monjas, lugares de acogida y psiquiátricos, entre pastillas e inyecciones, que no sé ni cómo tengo ganas de existir. Ese relato de locura y soledad, mantenido a la fuerza, ese acoso invisible que solo yo podía notar, toda esa incomprensión e intolerancia hacia mí y, aun así, doy gracias a Dios por haberme permitido llegar hasta el día de hoy en condiciones de inteligencia y voluntad. A partir de ahora podré desplegar mi potencial, algo que desearía hasta la criatura más normal de este planeta. Es puro sentido común, Sergio.

—Todavía está reciente todo ese sufrimiento que has padecido, las brasas calientes del fuego que te consumía, pero que, extinguido, no habrá de volver. Lo más provechoso será dejar atrás toda esa etapa y centrarse en todas las cualidades que moran en tu interior y que tan solo desean hallar la oportunidad para expresarse. Martín, tu hora ha llegado. Tu ayer está ahí, pero considéralo como un intenso experimento de madurez que te ha puesto a prueba y que te ha servido para entrenarte en la superación de cualquier obstáculo que aparezca. Eres más fuerte que hace unas semanas y estás mejor preparado para enfrentar cualquier reto. Me siento orgulloso de ti, de tu lucha y de tus fuerzas. Las oportunidades surgirán y tú, solamente deberás estar allí para utilizarlas en tu bien y asegurar tu progreso. No hay prisa ni ansiedades, solo se trata de ajustarte al ritmo correcto de la vida.

—Gracias por tus ánimos, Sergio. Estaba pensando en lo bonito que resultaría conocer el amor, esa pasión en la que coinciden todos los sabios de todas las épocas: se trata de la experiencia culmen de cualquier ser humano.

—Por supuesto. Sin embargo, olvida hacerte imposiciones. No hablamos de un deseo que te concede el genio de la lámpara. Surgirá en su momento adecuado y te cegará de dicha. Nadie lo puede preparar porque si se pudiese programar perdería todo su encanto y su magia.

—Bueno, psicólogo. Una vez pasada esta aventura de iniciación sexual me siento relajado y de nuevo te agradezco todo lo que has hecho por mí. Creo que esta conversación «poscoital» ha sido mejor de lo que esperaba. Me has dado suficientes argumentos como para meditar sobre el tema.

—Muy bien, Martín. Mientras tanto, ya sabes: vive.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

ESQUIZOFRENIA (90) El incendio

Sáb Dic 7 , 2024
Transcurrieron unos meses. Se iba a cumplir un año desde aquel día en el que Martín fue derivado desde el hospital psiquiátrico a aquel centro asistencial llamado «Los Girasoles». Muchas cosas habían cambiado desde aquella fecha. Esa mañana, Isabel, la enfermera jubilada que tanto había colaborado con su intervención en […]

Puede que te guste