ESQUIZOFRENIA (55) La estrategia de Martín

—Pues entonces, toma nota —añadió el director—. Hacemos nuestro trabajo, esa es nuestra obligación. Ahora bien, eso de los «milagros» déjaselo a Jesús y a los santos. En este mundo de la psiquiatría, los milagros no existen. Seamos realistas. Haz tu labor, pero no te compliques la vida en retos innecesarios. Nada de llevarte los problemas de aquí a casa. No sería bueno que tu mujer y tu hijo absorbiesen la atmósfera contaminada de la mala salud mental. Cuando salgas de «Los girasoles», tu cabeza a otra cosa. Concéntrate en tus aficiones, en tu familia, en tus deportes y olvídate de la psicopatología. Venga, hombre, no pongas esa cara de incrédulo ante mi discurso. Cada uno cumple con su función. Aunque tenemos que coordinarnos, yo nunca me voy a entrometer en tu trabajo. De todas formas, si se produjesen novedades acerca del caso de Martín, pues ya lo hablaríamos y lo valoraríamos. Bueno, ahora tengo que hacer una llamada… disculpa.

—De acuerdo, Ildefonso. Entonces, te dejo con tus asuntos. Que tengas un buen resto de jornada.

—Vale, Sergio. Ya seguimos en contacto.

A la mañana siguiente…

—Anda, siéntate. ¿Todavía estamos con esa timidez? Coge confianza, para que luego, cuando te interese expresarte con libertad, tengas menos problemas. ¿Qué me dices?

—Puede. ¿No dicen que en el medio está la virtud? Pero… ¿qué es el medio y qué es la virtud? Además, ¿quién establece eso? ¿La gente o el gobierno? ¿Los filósofos o aquellos que no piensan porque solo tienen fuerzas para sobrevivir?

—Vaya, ya veo que has empezado el día con ganas de debate. En ese caso, lo moderaré yo. Si no fuera así, esto sería una conversación normal que se establece entre dos personas que se cruzan en la calle.

—De acuerdo, señor. Entiendo ese criterio.

—Martín, he comprobado que no logras distinguir entre las formas del «tú» y del «usted» cuando te diriges a mí. ¿Se trata de algo que haces deliberadamente? Te indiqué al principio de conocernos que me tuteases.

—Ah, no. Cuánto lo siento. Es inconsciente. Lo único que sé es que cuando me siento más cerca de una persona, entonces mi intimidad con ella aumenta.

—¿Y le hablas de tú?

—Sí, eso es.

—Entonces… cuando me tratas de usted, ¿qué ocurre? ¿Te caigo mal, estás en desacuerdo conmigo o es que no te quieres comprometer conmigo en lo emocional?

—Todo podría ser. La verdad es que usted es el experto y creo que se dará cuenta de ello antes que yo.

—Bien. Encuentro tu respuesta muy razonable. Volviendo a tu historial, ayer dejamos pendiente el tema del budismo. Que te llamasen «Buda» en el hospital ha de contar con un argumento.

—Sí, me acuerdo. Cuando acabé de leer ese libro pequeño tan pedagógico de «Introducción al budismo», fui a hablar con el doctor Rosado.

—¿Con el director? ¿Sobre qué?

—Solo le hice una humilde propuesta.

—¿Humilde?

—Sí, conforme leí aquella obra, yo adopté la ilusión de aplicar mis nuevos conocimientos sobre el tema a mi propia realidad. De ese modo, permanecí durante varios días bastante tranquilo. No di problemas; a él, como encargado, era lo que más le interesaba. Comprobé que él se sentía más cómodo conmigo por mi nueva actitud. Reflexionando, yo pensé: «ahora es un buen momento para hacerle mi petición, porque seguro que la acepta».

—Y, ¿qué fue lo que te respondió?

—Pues acerté con mi pronóstico, Sergio. Es gracioso, pero me sentí poderoso. Hasta yo mismo, un loco esquizofrénico, podía saber lo que me iba a responder todo un psiquiatra. Ja, ja… ¿quién era en esa coyuntura el auténtico especialista? ¿No le resulta curioso?

—Sí, tal vez.

—Yo le comenté al director que la lectura de ese pequeño manual me había causado mucho bien y que su mensaje me había permitido reducir la agresividad y estar más en paz conmigo mismo. En ese sentido y dada la mejoría experimentada, le pedí al doctor que me comprase varios libros sobre el budismo.

—Muy hábil tu táctica, sí señor.

—Dicho y hecho. A la semana siguiente, ese doctor tan listo me había comprado más de diez libros sobre la materia. Casi le beso las manos y me arrodillo ante él. Con el tiempo, me los estudié todos, por lo que mis conocimientos sobre Buda y su filosofía se instauraron en mí. Usted sabe que hay por ahí mucho inculto suelto que aún cree que el budismo es una religión.

—¿Eh? Entonces, ¿qué es? ¿No es una religión?

—Para nada, señor mío. Solo es una filosofía, que ya es bastante. El gran Buda dijo que ya tenía suficiente con resolver los asuntos diarios del hombre como para introducirse en cuestiones tan trascendentes como la religión o el más allá.

—Vaya, qué interesante. Y, ¿podrías esclarecerme por tu boca, sin leer nada, cuál es el principio fundamental de esa filosofía?

—Cómo no, señor. Pero atiéndame bien, porque no quiero repetírselo mañana.

—De acuerdo. Te escucho.

…continuará…

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