—Siendo directo y muy práctico y considerando tus prisas, siempre puedes acudir a los servicios de una mujer.
—Pero… psicólogo, ¿acaso me estás hablando de prostitución?
—A pesar de todas las vicisitudes por las que has pasado a lo largo de tu vida, espero que ahora no te asombres por esa palabra. Es una realidad que existe y que está ahí. No le des más vueltas al asunto. Si pretendes tener una experiencia sexual rápida, me temo que no dispones de otra opción. No creas que vas a ir caminando por la calle y que de repente, por un impulso mágico, una chica se te va a acercar, te va a invitar a su casa y luego a su dormitorio para acostarse contigo. Eso no funciona así ni tampoco vivimos en un mundo de ficción.
—Ya; lo dices porque todo eso de los enamoramientos lleva más tiempo.
—En efecto, se trata de un proceso más o menos amplio que no se resuelve en unas horas o días, que es justo lo que tú estás reclamando.
—Te entiendo. Entonces, seré directo. ¿Me podrías buscar a una de esas mujeres?
—Bueno, bueno…—afirmó Sergio entre risas—. Cuando me crucé contigo por primera vez desconocía que nuestra relación iba a alcanzar este grado de intimidad. Ahora tengo la sensación de ser una especie de intermediario al que se le encarga la búsqueda de un encuentro sexual. Te diré algo: desde este mismo instante, quítate la idea de la cabeza de que una prostituta vaya a venir hasta «Los Girasoles» a hacer su trabajo contigo. Esta institución no funciona así ni ese fenómeno se contempla en sus reglas. Otra cosa bien diferente es que eres libre de acudir a cualquier club de alterne y allí, satisfacer tus deseos.
—Pero, amigo, tú bien lo sabes. Si no tengo ni una peseta ahorrada —afirmó el joven con determinación—. No podría pagar ni un servicio de esos. ¿A quién voy yo a contratar si estoy vivo porque aquí me lo dan todo? Me refiero a una cama, una habitación y la comida.
—Si algún día le cuento esto a mi mujer, me mata.
El psicólogo se calló, miró al suelo y durante unos segundos permaneció pensativo. Estaba claro que, en su silencio, pretendía dar con una solución a aquel extraño reto planteado por Martín.
—Vale, está bien. Tú ganas. Voy a realizar mis averiguaciones y me aseguraré de encontrarte ese servicio que, al parecer, tanto precisas. Y lo voy a hacer por la confianza que he desarrollado contigo.
—¿De veras? —exclamó el chico muy ilusionado—. Me harías el favor de mi vida. Es una cosa que se me ha metido en la cabeza y que, solo haciéndola, se me irá del pensamiento. Caramba, no pensaba que podías ser tan amable conmigo, en serio.
—Lo haré porque tengo un compromiso contigo. Has sido un cliente digamos que muy «especial» y hemos superado duras batallas. Aunque solo sea por esta ocasión, te organizaré el encuentro y como no dispones de presupuesto, yo abonaré ese servicio para te quedes tranquilo. ¿Algo más, señor Martín?
—Pues no, Sergio. Me has apoyado y me has dado «facilidades» de pago. No puedo pedir más y de veras que te lo agradezco. ¡Qué Dios te bendiga, amigo!
—Hum, no sé, no sé si estoy seguro de la conveniencia de lo que voy a hacer… —expresó entre dudas el psicólogo—, pero ya he llegado a un acuerdo contigo y ahora no me voy a echar hacia atrás. En fin, déjalo de mi cuenta. Te informaré de mis actuaciones. No pienso demorarlo.
Pasados unos días y tras las gestiones oportunas, se produjo una escena curiosa. Durante una caminata por las calles de aquel barrio de Madrid, ambos alcanzaron la puerta de un local donde se ofrecía ese tipo de servicios…
—En fin, chaval, en cuanto a mí, he cumplido con mi palabra. ¡No pretenderás que te acompañe a la entrada de la habitación! Vendré a recogerte dentro de un rato. Como no sé lo que vas a tardar… mira, ¿ves aquella cafetería de enfrente?
—Sí, claro.
—Bueno, pues cuando termines, cruzas la calle y me localizas allí dentro. Estaré tomando algo en una mesa y me llevaré algo para leer. Si quieres, hablaremos sobre cómo te ha ido la experiencia.
—Pues sí, estaré deseando comentar eso contigo.
—Vale, pues mucha suerte ahí adentro y que lo pases bien.
—Gracias por tu trabajo —se despidió Martín entre animado y nervioso.
Al cabo del rato, Sergio le hizo un gesto con su mano al joven, que acababa de penetrar en la cafetería para que se aproximase hacia él. Tras un abrazo protocolario entre los dos hombres…
Y bien, querido amigo —intervino expectante el profesional—. ¿Cómo te han ido las cosas? La verdad es que me sentiría mal si lo realizado no hubiese cumplido con tus expectativas. En fin, tú dirás… te escucho.
—La verdad es que no sé ni lo que responder, psicólogo. No quiero alargarme en explicaciones, pero después de pasar por esta interesante experiencia, me gustaría destacar algo.
—Vaya con el budismo y tus continuas lecturas sobre el tema. ¿Acaso vas a abrir un debate filosófico sobre la «impermanencia» de tu primer encuentro sexual?
—No, no es eso.
—Entonces, ¿la chica se adaptó a lo que tú requerías?
…continuará…