ESQUIZOFRENIA (86) Estar con una mujer

Transcurrieron unos días. Martín le reveló al psicólogo de «Los Girasoles» la sorprendente conversación que había mantenido con Nicasio y cómo, por fin, se había convencido de que en el futuro no volvería a recibir ningún otro ataque por parte de su antiguo enemigo. Sergio empezó a pensar que todo ese asunto estaba cobrando una nueva dimensión y que lo acontecido se estaba moviendo hacia una meta más que anhelada: la normalización en las conductas y en la vida del joven paciente del que se había hecho cargo fechas antes.

Si su existencia, hasta ese momento, había constituido una interminable racha de sucesos caóticos que se inició con su llegada al mundo, su abandono a las puertas de un convento, la ausencia de unos padres o de una familia que le amaran y educaran y su interminable paso, a partir de la pubertad, por diversos psiquiátricos donde fue diagnosticado como enfermo esquizofrénico, ahora, con la reciente despedida de unos de los actores principales del drama que no era otro que Nicasio, una nueva realidad se abría paso ante la vista de Martín.

Todo ese acoso y esa violencia psicológica padecida durante años había llegado a su fin. La oportunidad para él de hallar un nuevo equilibrio y de poner un orden en su vida surgía en el horizonte y eso solo podía ser considerado como una excelente noticia. Ese criterio personal que observaba el psicólogo también era compartido por el director del centro, Ildefonso. Conforme pasaban las semanas, el comportamiento del joven se encauzaba y ya no quedaban rastros de aquellos ataques de «locura» que incluían alucinaciones visuales o auditivas o reacciones agresivas contra el personal de la institución. Una vez confirmada la citada mejoría, el psiquiatra se planteó incluso la posibilidad de darle el alta a su antiguo y perturbado paciente.

Así, una mañana en «Los Girasoles» …

—Sergio, buenos días.

—¿Qué tal estás, Martín? ¿Animado?

—Sí, desde luego. Hay motivos para estarlo. Para mí, la vida ha tomado otro color y eso hay que valorarlo en su justa medida. Fíjate, ayer por la tarde estuve meditando y empecé a preocuparme por un tema.

—Uy, por un instante te ha cambiado la expresión de tu rostro y eso, aunque no te hayas dado cuenta, significa que se trata de un asunto que se ha vuelto de tu interés. Bueno, te invito a mi despacho para que puedas desahogarte. Lo bueno de todo esto es que empiezan a ocuparte la mente cuestiones que a cualquiera le afectarían. ¿Y qué implica eso? Pues simplemente que estás retornando a esa normalidad a la que siempre has aspirado.

Una vez que el psicólogo y su paciente se acomodaron…

—Verás, Sergio. Tengo ya veinte años y… seré directo porque esta materia me interesa.

—Vaya con la trama del renacido Martín. Te escucho.

—No te vas a llevar ninguna sorpresa, pero es que nunca he estado con ninguna mujer. ¿Lo comprendes, doctor? Por razones que tú conoces, mi vida ha sido un experimento barato donde diversos médicos y especialistas realizaban pruebas conmigo, con mi cuerpo y con mi mente; a tanto llegaban, que nunca me sentía con confianza sino bajo los efectos de neurolépticos, ansiolíticos, antidepresivos y no sé qué más pócimas. No era yo, ni mi organismo era él, sometido mañanas y noches a los efectos de la distorsión producidos por las pastillas o las inyecciones. ¿Te das cuenta de lo que ha sido hasta ahora mi juventud? ¿Cómo se llama eso que importa tanto en el tema sexual y que se apaga cuando te obligan a estar bajo tratamiento psiquiátrico?

—Ah, claro. Estás hablando de la libido, es decir, del impulso sexual que los seres humanos presentan una vez que llegan a la pubertad y luego a la adultez.

—En efecto, esa libido o como se llame permanecía escondida dentro de mí, como puedes imaginar. Ahora, una vez liberado del tratamiento para mis males, ha aflorado en mí como una flor que se manifiesta en primavera.

—Desde luego, amigo. Digamos que te hallas en la edad más propicia.

—Eso es. Ya sé que tú no tienes nada que ver con este asunto, pero te haré una pregunta que espero no te moleste.

—¿Molestar? —indicó Sergio con gesto de sorpresa—. ¿A estas alturas y luego de las experiencias que hemos vivido?

—Bien. Entonces, te seré franco: ¿cómo podría yo estar con una mujer? Lo deseo tanto, sobre todo por saber lo que es eso. He leído y dicen que es maravilloso.

—Pues es una buena pregunta, lo admito y es la primera vez que me la hacen. El enamoramiento, con todo lo que ese proceso conlleva, es algo más lento y progresivo. Creo que tú te estás refiriéndo a algo más concreto, a algo más vinculado con la fisiología que con el amor, es decir, satisfacer tu impulso sexual y punto. ¿Es así?

—Supongo que sí. Por mi trayectoria, no se me ha permitido gozar de esa experiencia y ahora que me lo he planteado, deseo perder mi virginidad y saber en qué consiste eso de estar con una mujer.

—Vale, lo has dejado muy claro.

—Yo lo que siento es como una fuerza interior que habita dentro de mí, como algo que nunca había notado antes y que desea manifestarse hacia fuera. Es como una necesidad de desahogo. Por eso te pregunto: ¿podrías ayudarme? Para mí, todo esto resulta completamente nuevo.

—Caramba, qué prisas se aprecian en tu cara y en tus palabras. Como profesional, podría prepararte en el entrenamiento de determinadas habilidades sociales que influyen en la capacidad para conocer chicas, lo que llamamos cortejar o más vulgarmente, ligar. Y luego, pues ya se sabe. Y, sin embargo, creo que lo que percibo en ti son urgencias. En ese caso y dadas las circunstancias en las que nos movemos, tal vez…

—Tal vez, ¿qué? —expuso Martín con cierta ansiedad mientras que miraba con atención a Sergio.

…continuará…

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