Tras unos interesantes segundos de hacer cálculos en el papel, el empresario tomó de nuevo la palabra:
—Caramba, es sorprendente. Con estos datos en la mano, tendría que desembolsar por ti unas seiscientas mil pesetas. Chica, eres un auténtico tesoro de valor incalculable.
—Y creo que te has quedado corto. A veces, me salen varios servicios en la noche, aunque no tan caros como el tuyo. Sin embargo, ya lo ves, esa es una buena cantidad para orientarte.
—En otras palabras, me estás diciendo que esa Madame me va a exigir por ti al menos, lo que ella ganaría durante un año con tu trabajo.
—En verdad, se trata de una aproximación. De ahí hay que descontar mi parte. Entonces, prepárate, querido. Es muy probable que mi «liberación» no te vaya a bajar del medio millón de pesetas que, pensándolo bien y desde mi punto de vista, supone una fortuna. ¿Qué te parece el sacrificio económico que tendrás que hacer por mí?
—Increíble. Si no fuera porque estoy acostumbrado a moverme en cifras elevadas, dado el volumen de mis negocios, esto sería tan solo un sueño imposible de alcanzar. ¿Sabes una cosa? Vales más que un piso normalito, de esos que una familia mediana tardaría en pagar varios años.
—Claro. Voy a ser un poco materialista, pero ya te advierto que si tengo ese precio tan alto es porque lo valgo —afirmó la joven entre sonrisas—. Ten en cuenta que trabajo en el único club francés de Madrid de alterne regentado por una Madame extranjera de gusto exquisito. No todas pueden alardear de eso. Es curioso que mi rescate valga lo que un piso, porque el mundo de la construcción y la prostitución se parecen tanto como un huevo a una castaña.
—Ja, ja —rio con fuerza el hombre—. Has estado graciosa, las cosas como son. Tu Madame va a pretender ganar contigo lo mismo que si supiera qué numero de la Lotería de Navidad va a salir este año.
—Sí, es lo más probable. Muy triste, pero muy adecuado a la realidad. Entonces, te pregunto, mi amor… ¿estás dispuesto a entrar en ese juego, en esa subasta por pagar por la chica bonita de la que te has encaprichado?
—Por supuesto, aunque esas palabras no me gustan mucho. Esto es más bien un «flechazo» y no un encaprichamiento. Tendré que someterme a la idea de que un ser humano se puede «adquirir» a través de un buen fajo de billetes. Ahora mismo eres mi máxima prioridad, desde un punto de vista racional y emocional. Compara: me voy a introducir en una tienda y el vendedor me está esperando porque sabe que llevo un tiempo asomándome al escaparate pues he visto un «objeto» que me encanta y que estoy dispuesto a comprar, valga lo que valga.
—Pues sí, sonará extraño, pero esa es mi situación salvando las comparaciones.
—Anda, vámonos, Eva. Ya he pagado. Tomemos un café por aquí cerca. Conozco un sitio magnífico donde te puedes acomodar sobre mullidos asientos y beber café de diversas partes del mundo. Es una maravilla. ¿Me das un abrazo, querida?
—Cómo no, Armando. Ven a mis brazos, que te estás portando conmigo como un verdadero caballero, de esos que ya escasean.
Mientras que se besaban ya en la calle, la chica le susurró al hombre en la oreja un mensaje que le salió del corazón:
—Cariño, disfrutemos de este día. Es posible que estemos viviendo los momentos más trascendentes de nuestra vida.
—Tienes razón, Eva. Es muy posible.
Al día siguiente, martes, en torno a las seis de la tarde.
Tras el correspondiente día de descanso semanal, todo se estaba organizando en el club para su apertura en unos minutos. Eva le había pedido durante la mañana a Giselle poder hablar con ella en privado sobre las siete, cuando aparecería por allí el señor Armando Ramírez. Sorprendida por las prisas y el nerviosismo que mostraba la joven, la Madame se dirigió aquella tarde a la habitación que ocupaba una de sus chicas favoritas, Jessica. Tras llamar dos veces a la puerta…
—Pase.
—Ah, Madame. Es usted. No la esperaba —comentó la chica mientras que se ponía de pie—. ¿Ocurre algo? ¿Ha venido algún cliente importante antes de tiempo?
—No, todo lleva hoy su horario normal. He venido a tu cuarto por otro asunto. Sé que hace solo unos días te hice un encargo muy especial, pero me interesa conocer si ha habido algún tipo de novedad al respecto.
—Claro, lo tengo muy en cuenta. Como usted ha dicho, llevo siguiéndola desde el primer instante. Aunque es pronto, le voy a dar dos datos que yo los veo como interesantes.
—Vamos a comprobar lo que tú consideras como «interesante». Venga, desembucha por esa boquita —afirmó la señora mientras que se sentaba en la cama de Jessica.
—Oui, Madame. Primero, anteayer me fijé bien en su actitud. La observé bastante nerviosa, lo que no era habitual en ella. Dio muchas vueltas por el pasillo y ya por la tarde se bajó hasta el salón, donde está instalado el teléfono.
—¿De veras? ¿A quién iría a llamar esa entrometida?
—Como notaba que aquello podía darme datos sobre lo que estaba tramando, me quedé quieta en el descansillo de la escalera, para escuchar algo sin ser vista sobre su conversación pues está muy cerca del aparato. Está claro que, si usted pretendía espiar alguna llamada de nosotras, ese es el lugar perfecto para situarse allí y oír. Es curioso, pero hablaba bajito, como queriendo preservar la intimidad de su charla.
—Bien, esa es una buena señal de que algo importante se traerá entre manos. Seguro que quería ocultar la identidad de su interlocutor. Continúa, chica, esto se está poniendo emocionante.
…continuará…