ESQUIZOFRENIA (21) Almuerzo feliz

Esa comida tan especial transcurrió entre sonrisas, besos y miradas cómplices. Realmente, parecían dos adolescentes enamorados. Llegados los postres, la conversación se volvió más trascendente.

—Eva, una cuestión importante. ¿Tú crees que somos conscientes de lo que hemos hecho?

—Ja, ja… qué previsible, cariño. Sabía que a lo largo de hoy me harías esa pregunta. Me extrañaba que te retrasaras tanto en plantear ese tema. No sabría que contestar a eso. Ese prolongado minuto de silencio en tu terraza con nuestros ojos dirigidos al cielo presagiaba lo que luego sucedió.

—Aunque sea un empresario de éxito en los negocios, solo te estoy pidiendo tu opinión. Me gusta ver cuál es tu punto de vista.

—Insisto, querido. Tal vez sea demasiado pronto como para realizar un balance o una reflexión sobre lo ocurrido. Ha sido todo tan rápido… pero desde mi reducto emocional sí que hay terreno para valorar.

—Te escucho con mis dos orejas.

—Para eso solo has de mirar al corazón y oír sus latidos. Él te expresará la verdad. Caramba, estaba riquísimo mi mousse de chocolate. Qué delicia.

—Pues mi mousse de limón me ha servido para llevarme la mejor impresión de este almuerzo en tu compañía.

—Con este sabor tan agradable en el paladar, ¿qué te parece si hacemos juntos el ejercicio que te dije antes?

—Estoy de acuerdo. Venga, empieza tú, Eva. Si hay algo que me gusta de ti es que eres capaz de aislarte de ese sórdido mundo en el que por desgracia vives, y con tus alas, visitar otros paisajes que te convierten en un tipo de mujer que sabe volar.

—Sí, esa gimnasia de contemplar la realidad desde arriba me permite seguir soñando y esperar un mañana mejor para mí. Trataré de resumir: he subido a tu piso, nos hemos amado entre las paredes de tu hogar y he llegado a rozar las puertas del paraíso mientras que disfrutábamos de momentos inolvidables. Y ahora, he disfrutado con plenitud de una comida compartida, como cuando llamas a la puerta y te invitan a penetrar en un hermoso edén.

—Me ha encantado tu reflexión. En serio y no pretendo incomodarte, pero eres la prostituta con un acento más refinado de todo Madrid. Después de haberme encontrado contigo, lo admito: se me han quitado por completo las ganas de acceder a cualquier local de esos o de alternar con otras mujeres. ¿Por qué lo iba a hacer después de conocerte? ¿No se trata de una consideración maravillosa?

—Gracias, Armando. No obstante, recuerda siempre que por encima de fulana soy persona, algo que no tienen en cuenta la inmensa mayoría de los hombres, excepto tú, que has sabido leer lo que hay detrás de mi trabajo, lo que me identifica como ser humano. Esto es más sencillo de lo que parece: desde la noche en la que entraste en «Le Paradis» o incluso hoy mismo al penetrar en tu ático, yo me he dejado guiar por mi corazón, solo por eso. No sé si ese es tu caso.

—Yo… desde mi corazón… solo puedo afirmar que nunca antes había conocido a una mujer como tú. Describir con palabras lo que eres y lo que significas para mí resultaría imposible. Eso quiere decir que existe en mí una sensación de agradecimiento total hacia el destino o hacia quien haya permitido nuestro encuentro. Lo que va a permanecer en mi recuerdo será sublime: la memoria de nuestro acercamiento y luego, de nuestra fusión en un lunes cualquiera de enero. Con franqueza, estoy en disposición de sonreír a la eternidad. Esa es mi sensación.

—Excelente discurso y excelente sensación que comparto —afirmó la chica mientras que aplaudía tímidamente con sus manos—. Viniendo de ti, es lo mejor que he oído en toda mi vida. Digamos que de tanto soñar, me han ofrecido la bendita oportunidad de alcanzar alguno de mis sueños y qué mejor sueño que el que se relaciona con el amor a otra persona. ¿Puede darse un día más feliz que este? Lo dudo, cariño.

—Estoy de acuerdo contigo: si reúnes los merecimientos suficientes, es posible que alguno de tus sueños se pueda realizar. Esto es frecuente en las películas y en muchas obras de la literatura universal. De todas formas, no eres tú la única que se puede permitir el lujo de soñar. Es cierto que soy mayor que tú, que me acerco peligrosamente a la cuarentena, pero, a tu lado, me siento tan joven… como si compartiéramos la misma edad; eso no deja de ser otro estupendo sueño.

—Ja, ja… pues entonces ¡bienvenido al club de los soñadores! —expresó la mujer acariciando con dulzura el rostro del empresario—. Somos aquellos elegidos que recibimos la justa recompensa a nuestra desbordante imaginación.

—Hablando de proyectos, Eva, me gustaría decirte algo importante —expresó Armando cogiendo la mano de la chica y poniendo un gesto serio—. Más que un mensaje, se trata de una petición.

—Bueno, hoy me siento resplandeciente. De entrada, concedida. Sería imposible negarme ante algo que me pidieses, sobre todo porque jamás me pedirías algo que pudiese perjudicarme.

—Cuidado, sé prudente, que nunca está de más. Te lo comento por experiencia. Todavía no me has escuchado. ¿Tan segura te ves?

—Claro que sí. ¿No dicen que el amor permite traspasar las barreras de lo imposible? Lo dicho, petición concedida, Armando; sea lo que sea.

—Asombroso. Es increíble la fe que me tienes. Vale, presta atención. Este es mi ruego hacia ti: quiero que abandones tu trabajo, ese lugar infernal donde has recibido los peores latigazos para tu alma.

…continuará…

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