ESQUIZOFRENIA (11) Válvula de escape

—Mira, no soy tonta ni pretendo parecerlo. A un hombre tan guapo y tan galán como tú, le estará esperando una bella dama en su hogar. No te estoy juzgando, simplemente es lo habitual en buena parte de los tíos que aparecen por aquí a desfogarse. Es más, tras varios años de servicio en este negocio, aún no encontré a un hombre soltero. Qué casualidad, ¿verdad? Si te lo quieres creer, pues bien, y si no, pues no pasa nada. Es la realidad que hallas en cualquier prostíbulo. No nos llegan hombres sin compromiso, todo lo contrario; no sé lo que les pasa a ciertos caballeros o qué les piden a sus esposas. Sin embargo, terminan aquí buscando lo que no encuentran en casa.

—¡Vaya con la reflexión! —añadió Armando mientras que agitaba su mano derecha de arriba a abajo.

—¿Qué? No me mires así. Quizá no sea bueno que yo te cuente todo esto, pero no sé si te has percatado de que me estoy desahogando.

—Uy, cualquiera que te escuche diría que ya no quieres seguir trabajando en «Le Paradis». Es más, rectifico. No solo aquí sino en cualquier otro local de alterne. ¿Me equivoco?

—Armando, no puedo ni debo responder a esa pregunta. ¿Quieres que pierda mi sustento, esa profesión tan antigua que me permite comer todos los días?

—Ante todo, quiero tu sinceridad, Eva —afirmó el hombre mientras que le daba a la chica otro beso cariñoso en su mejilla.

—Tú, veamos —afirmó la joven en tono serio—. ¿Quieres dejar de «probarme»? ¿A qué viene tu estúpido juego?

—Vale, vale. No te enfades, mujer. No es mi intención, te lo aseguro.

Mientras que Eva, cada vez más afectada por la bebida, mostraba más y más sus emociones, Armando logró fijar su mirada en los ojos de ella.

—Está bien hombre. Lo confesaré todo, pero solo por la confianza que de repente nos une. Me importan una mierda las consecuencias. Debes ser un tío listo, porque has logrado algo increíble: no has desnudado mi cuerpo sino mi alma. Tienes valor y habilidades, lo reconozco. Nunca un cliente me había sacado de mis casillas con solo utilizar su lenguaje…

—Ah, curioso, no lo sabía. ¿Y qué es eso tan importante que me vas a decir?

—No te hagas el listo, por favor. Eres lo bastante inteligente como para pedirme que verbalice lo que tú y yo sabemos.

—¿De veras?

—Sí, de veras. Esta mujer que tienes delante de ti está harta.

—¿Harta, cariño? Pero si solo tienes veinte años…

—¡Harta de este trabajo! Ya llevo tres años aquí, ejerciendo, pero te aseguro que odio esta profesión. La odio con toda mi alma. Que ya sé que mi madre me dijo de niña que yo no podía aspirar a otra cosa en mi triste existencia. No, este no es mi papel en la vida, por mucho que mi madre me lo repitiese. Sí, ya sé que todos estamos destinados a algo, pero yo quiero salir de mi terrible guion. ¿Ves? Lo has conseguido. Con tus provocaciones, me has soltado la lengua y debería estar utilizándola de otro modo y para otros fines. Pero, maldita sea, Armando ¿por qué no puedes ser un cliente normal y corriente, como el resto?

—Pues baja un poco la voz, no vaya a ser que Giselle crea que te estoy torturando.

—Sí, llevas razón. Es que no es la primera vez que me viene este pensamiento a la cabeza. Mi hartazgo no implica que no esté dispuesta a darte placer, que es para lo que has venido de visita a «Le Paradis».

—Bien, bien —contestó el hombre mientras que aplaudía silenciosamente con sus manos.

—Ya veo que sigues con tu escarnio, Armando.

—Caramba con tu lenguaje, qué refinado. Me sorprende en una chica de tu condición. ¿Me lo puedes explicar?

—Anda, no seas cruel conmigo. Tengo mis ilusiones. Desde hace años, en medio de este ambiente tan sórdido, me he dado cuenta de que solo podía satisfacer mis sueños a través de la lectura, sobre todo con las novelas, que es mi género favorito. No dispongo de otra opción, es mi particular forma de escapar de esta tortura que supone vender mi cuerpo todas las noches. Es mi válvula de escape y no pienso renunciar al placer que me proporcionan los libros. ¿Qué? ¿Satisfecho con mi explicación?

—Puede. Ahora entiendo mejor ese vocabulario tan selecto, nada frecuente en tu mundillo. Mira, Eva, cambiemos el guion porque sé que te gustará. Ya está bien de tanto interrogatorio policial. Ahora es tu turno. Te dejaré que me hagas las preguntas que desees y que hierven en tu cabecita. Venga, adelante, no te ocultaré ningún dato sobre mí. Adiós a los secretos.

—¿De verdad que me permitirías preguntarte por lo que yo quisiera?

—Sí, pero por favor, no bebas más. Puede que en minutos te quedes dormida o que ya no tengas fuerzas ni para hablar y eso no me interesa.

—Ahora me dices que no beba y creo que serás consciente de por qué lo hago. La gente que bebe normalmente huye de algo, incluso de sus propios pensamientos. Cuando tengo a algún caballero encima, es la única salida que me queda. Mientras espero a que el cliente acabe rápido, me refugio en mis fantasías, muchas de ellas extraídas de esos libros que devoro y que son mi escapatoria. Al menos y durante un rato me olvido de mi condición de prostituta. Está bien, Armando: ya no beberé más esta noche. Eh… a ver… la primera pregunta es obligada, como puedes suponer.

—¡Cómo no, Eva! La cuestión es si estoy casado ¿verdad?

—Pues claro, cariño; contesta.

—Ja, ja, sorpréndete. Soltero y sin compromiso.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

ESQUIZOFRENIA (12) Un vacío que llenar

Sáb Mar 2 , 2024
—Increíble, aunque ya me había fijado en la ausencia de anillo en tu mano. De todos modos, eso no significa nada. Hay caballeros que antes de entrar aquí, se desprenden de esos objetos que delatan su estado civil o que les incomodan. En serio, Armando… ¿es cierto que no estás […]

Puede que te guste