—Bueno, me siento bien, lo admito. Estamos en el camino de la mutua confianza, esencial en cualquier proceso terapéutico.
—Di que sí, psicólogo.
Transcurrió algo así como un minuto, tiempo en el que Sergio estuvo revisando unos apuntes mientras que anotaba algunas cosas en una página en blanco.
—¿Me puedo ir ya, doctor?
—¿Por qué tanta prisa, Martín?
—Ah, no sé. Le he visto tomando notas y leyendo y al verle callado, pensé que ya habíamos acabado por hoy. ¿Me equivoco?
—De acuerdo. Cada vez nos queda menos trabajo teórico de aproximación y pronto, comenzaremos con nuestras prácticas.
—Entonces, ¿qué hemos hecho hasta ahora?
—Creo que ya hablamos de esto. Al principio, se trata de recoger información y luego, cuando ya nos hemos acercado al paciente, se establece un diagnóstico y se trabaja sobre ello.
—¿Me puedes poner un ejemplo?
—Vale. ¿Sabes lo que es un bar?
—Nunca he estado en ninguno, pero sí lo he visto en la televisión. Se supone que la gente va a los bares para beber o comer algo y también para discutir sobre diversos temas.
—Bien. Entonces, yo te enseñaré a manejarte en un bar. Cómo pedir algo, cómo pedir la cuenta para pagar, cómo dirigirte a un camarero o a otra persona… en definitiva, cómo socializar.
—Dicho así, parece una actividad interesante, pero no sé si me motiva mucho esa idea.
—Y… ¿por qué no te iba a motivar?
—No estoy seguro. Es que llevo veinte años sin vivir o, mejor dicho, sin vivir como hacen los demás. Lo resumiré: durante toda mi existencia he pertenecido a un sistema institucional que me ha acogido, que me ha quitado la posibilidad de llevar una existencia normal y ahora, usted, en su sano juicio, me habla de la oportunidad de reintegrarme a una sociedad que me ha mantenido «secuestrado» durante veinte años. Esto… ¿no es una contradicción?
—Mira, Martín, la palabra «sistema» es muy compleja y complicada. Yo mejor pensaría en la capacidad para desarrollar una forma equilibrada de convivir.
—Con sufrimiento, claro.
—Supongo que, como tú expresabas antes, el sufrimiento resulta indisociable de la existencia y que esa circunstancia hay que aceptarla.
—Psicólogo, te diré algo: no me compliques la vida. Tengo miedo. Han sido veinte años. Tal vez, yo sea irrecuperable. Es por eso por lo que, en ocasiones, me pregunto por lo que hago aquí y si vale la pena vivir.
—Vaya, eso ha sido muy profundo. Tendrás que agarrarte a algún valor que dé sentido a tu vida. Se trata de algo que te empuje a vivir plenamente, algo que te permita levantarte con alegría por las mañanas. No es fácil, pero te aseguro que yo puedo ayudarte.
—Mira, si esto es un experimento que vas a hacer conmigo, por muy buena intención que tengas, te ruego que me mantengas informado del ensayo. O, contémplalo de otra manera: si yo soy el protagonista de esta nueva película, tendrás que revelarme los detalles del papel que voy a desempeñar.
—Te lo prometo, Martín. Por mi parte, te mantendré informado al respecto.
A la semana siguiente, ocurrió algo inesperado. Uno de los celadores, visiblemente alterado, llamó con premura a la puerta del despacho de Sergio.
—Doctor, doctor, por favor ¿puede venir?
—Claro, pero ¿qué sucede? ¿Algún problema serio?
—No estoy seguro. Eso tendrá que valorarlo usted. He tratado de avisar al psiquiatra, pero no me acordaba que había salido a una reunión. Por eso, he acudido a preguntarle.
—De acuerdo. ¿Me puede resumir la incidencia?
—Es el chico ese que ingresó el otro día, ese que trajeron del psiquiátrico y que me parece a mí que no está bien de la azotea. Yo estaba andando por el pasillo que da a su habitación y de repente, escuché voces.
—Ah. Se refiere a Martín.
—Sí, ese que se cree Buda o que te habla del budismo en cuanto te cruzas con él. Menuda matraca que te da el tío con sus mensajes.
—Ya. ¿Y qué le ha pasado?
—Como escuché una especie de conversación en su cuarto, me aproximé a la puerta. Iba a abrir para ver qué le sucedía, pero antes, me fijé un poco para escuchar de lo que se hablaba. Me alarmé porque ya sé que su estancia es individual y que ahí no puede haber nadie más.
—¿Y?
—Pues que debe tener uno de sus ataques. Cuando vi el historial que nos pasan de cada paciente, comprobé que ese chaval llevaba hablando con un tío desconocido desde hacía años. Vamos, que digo yo que será una de sus alucinaciones, pero hasta ahora, no se había manifestado.
—Bien, pues venga conmigo y antes de entrar nos pondremos a oír, a ver si captamos algo de lo que dicen «esos dos».
…continuará…