—La única realidad que existe en la existencia humana es la presencia del sufrimiento —aseguró con aplomo Martín.
—Desde luego que sí. Estoy de acuerdo. Me cuesta recordar a algún ser humano exento del sufrimiento. Me temo que resulta inevitable por nuestra condición. Sin embargo, coincidirás conmigo en que también existen los buenos momentos…
—Oiga, usted me ha preguntado. Espere a que termine mi exposición. Luego y si quiere, me dirá su punto de vista.
—Disculpa, Martín. Venga, continúa —afirmó el psicólogo con una ligera sonrisa que trataba de amortiguar el ligero momento de tensión.
—Una vez que el sufrimiento es aceptado como el principio rector de la vida, Buda expone de dónde procede ese sufrimiento. Hay dos razones. Primero, pensar que las cosas son permanentes, que no cambian. ¿Por qué nos apegamos a los recuerdos, a los sentimientos, incluso a las personas? Porque pensamos que siempre van a estar ahí. Por ejemplo, usted cree que su esposa siempre va a estar ahí. Error, señor mío. Esa mujer, por muy buena compañera que sea, mañana puede enfermar e incluso morir. O… puede que ella decida libremente cambiar de pareja, en definitiva, que cabe la posibilidad de perderla. ¿Es consciente de todo el sufrimiento que se genera por ese proceso? Es como creer que somos inmortales. Se trata de una ilusión de la mente. Menos mal que el día a día nos recuerda, por muy cruel que resulte, que la ilusión de la permanencia es solo eso cuando en verdad, todo muda. ¿Cómo apegarse a algo que tarde o temprano va a desaparecer? En segundo lugar, tenemos la conexión que existe entre todas las cosas, entre todo. No somo criaturas solitarias. Todo lo que hacemos, absolutamente todo, se halla conectado. Es lo que los orientales denominan «karma». Supongo que el señor habrá oído hablar de esa palabra.
—Sí. Cada vez es más popular.
—Entonces, a cada acción le sigue una reacción. Todo lo que hacemos genera unas consecuencias. Buscamos a menudo el placer, adquirir cosas por el hecho de tener más, pero mirándolo bien, todo eso es absurdo. Algún día todo ello acabará con la muerte. Pensar que vamos por libre nos deja una extraña sensación. Figúrese usted: si hacemos el bien, recibimos el bien y con el mal, pues pasa exactamente lo mismo. El hombre sufre tan solo de pensar que haga lo que haga eso va a producir unos efectos. No habitamos en una montaña como seres aislados. Por tanto, lo que haces, se recibe en esa extraña pero auténtica conexión que se da entre las cosas y entre las criaturas que habitan el planeta. En conclusión: la única realidad palpable es el sufrimiento y este viene causado por la ilusión de la permanencia; es decir, por el apego a las cosas y luego, porque creemos que vivimos aislados y sin estar conectados. Esa es precisamente la raíz del sufrimiento.
Se hizo un breve silencio en el despacho.
—¿Has terminado? —preguntó con curiosidad Sergio.
—Sí.
—Admito que me has sorprendido de un modo positivo, Martín. Incluso has usado palabras técnicas en tu exposición, esas que emplean los entendidos cuando hablan de alguna cuestión. ¿Me lo puedes explicar?
—¿Explicar? ¿El qué? Señor psicólogo: hay libros de esta temática que los he revisado más de dieciocho veces. Bueno, el primero que cayó en mis manos, el de «Introducción al budismo» quizá lo haya releído más de veinticinco veces. Aún así, ¿se sorprende? Para mí, ha sido fácil de asimilar por el tremendo interés que ha despertado en mi cabeza. En ocasiones, me divertía memorizando al pie de la letra algunas afirmaciones que, por su importancia, para mí resultaban esenciales. ¿Entiende ahora que mis palabras parezcan tan «adecuadas»?
—Claro, es comprensible. Por cierto, ¿cómo se llama el autor de esa primera obra que leíste más de veinticinco veces?
—Saddhatissa, ese es su nombre.
—Lo apuntaré. Tal vez resulte interesante leer algo de este señor.
—¿Usted no sufre, doctor? —preguntó el joven con toda la naturalidad del mundo.
—¿Sufrir? Primero habría que acotar el significado de ese término, porque puede indicar muchas cosas.
—¿Se ha hecho alguna vez una operación con anestesia general?
—Sí, una vez.
—Y… ¿no se le pasó por la cabeza que a lo mejor nunca iba a despertar?
—Hombre, dejándome arrastrar por el pesimismo, lo admito, sí que lo pensé.
—Claro. Es natural, pues esa posibilidad existía. Si usted se aferra a la vida como algo que nunca va a acabar, ya sabe cuáles son las consecuencias.
—Dímelas tú.
—Es sencillo. Usted sufrirá, porque tiene asimilada en su mente la idea de que es inmortal. Si piensa en que podría morir, preferirá pasar a otro tema de reflexión, porque se obsesionará con la idea de desaparecer. Sin embargo, si asume que la muerte es una posibilidad como otra cualquiera y que, como todo, se halla sometido al cambio y no dura eternamente, entonces usted se quedará más tranquilo. Si resulta inevitable morir, entonces, ¿por qué obsesionarnos con el concepto de una vida eterna cuando la realidad nos demuestra a cada momento lo contrario?
—Vale. Eso significa que, en aquella fecha de la operación, yo podría haber relajado la tensión que experimentaba con la idea de que nada permanece y que todo está sometido al cambio.
—Sí, parece mucho mejor aceptar esa experiencia del sufrimiento cuando decidimos no apegarnos a las cosas, incluida la existencia. Y cuando hablo de ella, me refiero a todo lo que implica: una familia, unos amigos, un trabajo, unas aficiones, una casa, un coche y todo aquello que desee añadir.
—Bueno, parece que todo ese razonamiento a ti te ha servido, ¿no?
…continuará…