—En absoluto, Martín —afirmó Sergio con una sonrisa—. Si para ti, la presencia de ese tal Nicasio es real, para mí lo es también. Mi deber es meterme en tu cabeza, compartir lo que te pasa. En caso contrario, me resultará imposible conocerte, saber cómo eres y tu historia. Por ahora, me estás dando un montón de información.
—Ya. ¿Y tiene que apuntarlo todo en esa libreta? ¡Qué pesadez! ¿Tanto vale mi testimonio?
—Es el procedimiento, amigo. La memoria, a veces, nos juega malas pasadas. En cambio, si lo anoto aquí, ya no se me olvidará. Si quiero acordarme de algo, me voy a alguna de estas páginas, lo reviso y ya está. ¿Ves cómo tiene su lógica?
—Sí, pero… ¿la lógica ha de aplicarse a todo?
—En principio, sí. Los seres humanos disponemos de un cerebro para pensar y aplicamos esos razonamientos a la vida. Eso es la lógica.
—Pues yo creo que se equivoca, señor.
—Mi nombre es Sergio, si no te importa. Esto no es un cuartel. A ver, explícate mejor.
—Verá, es que debo acostumbrarme. Han sido muchos años en ese hospital y…
—Vale. Ya te habituarás.
—Entonces, Sergio —dijo el joven mientras que agachaba su cabeza—, para mí es muy importante que me digas si crees que estoy loco.
—Uy, esa palabra, además de muy general no me gusta nada. Se usa para muchas cosas y fuera de su contexto. Además, no me resulta muy científica.
—Sí, pero cuando yo pedía explicaciones en el psiquiátrico, algunos me decían que estaba loco de remate y otros me contaban que cada uno está loco a su manera. ¿Qué piensas?
—Martín, los diagnósticos no se elaboran en una hora. Hay que tener paciencia y observar durante un tiempo. Acabas de llegar; no pensarás que por un rato de charla ya voy a sacar conclusiones sobre ti.
—Pues yo tengo mucho que contar. Ni te lo imaginas. ¿Te vas a cansar de mí? A veces me quedo callado porque no tengo confianza, pero si la cojo, entonces puedo estar horas desahogándome y puedo ser insoportable.
—¿Nunca has oído aquella frase de que «en el medio está la virtud»?
—Puede que sí. Pero… ¿qué es el medio y dónde se sitúan los extremos? Además, ¿quién establece lo que es la virtud?
—Hum… interesante debate. Mi opinión es que todas las cosas se pueden discutir. Estoy convencido de ello. Por ejemplo, hay conceptos que el tiempo va cambiando. Es lógico, el ambiente se transforma y las personas también lo hacen. Las cosas no permanecen estáticas.
—Pero, Sergio, ¿por qué no me contestas? No me voy a enfadar por lo que me respondas.
—Es que no sé si puedo responderte. Cuando reúna más datos sobre ti te prometo que te daré una respuesta.
—Seguro que te olvidarás.
—Espero que no. Por cierto, hablando de memoria, a ver esos recuerdos que tienes de tu biografía. Cuéntame cosas sobre tu pasado, aunque no te parezcan relevantes. Te escucho.
—La verdad es que no tengo muchos recuerdos. Dicen que cuando nací, me entregaron a unas monjas y que luego me trasladaron a un edificio para ver si me adoptaban. Se ve que el invento resultó un fracaso. Claro, si no, no estaría aquí. Menuda estupidez que he dicho. Luego, cuando fui adolescente, empezaron las visitas de Nicasio y claro, eso me ponía agresivo y me hacía perder los nervios. Normal, él me insultaba y su compañía me agobiaba. ¿Qué podía hacer yo? No me iba a quedar quieto y sin responder. No. Toda la gente se defiende cuando es atacada. ¿No? Como entraba en crisis, fue por eso por lo que me ingresaron en el hospital. Ya está.
—¿Cómo que ya está? No me digas que no te ocurrieron más cosas…
—No, solo rutina.
—¿Rutina? ¿Qué rutina?
—Pues la habitual. Pastillas, gente vestida de blanco haciendo más y más preguntas y ese imbécil ofendiéndome cuando le daba la gana.
—¿Cuándo comenzaron esos «ataques», Martín?
—¿Y yo que sé? Tendría doce o trece años.
—Eso significa que llevas viviendo siete u ocho años en la compañía de Nicasio.
—Mira, hablando de ese individuo, te seré sincero. Porque, ¿te gusta la sinceridad? Dicen que eso es bueno en las relaciones entre las personas. Bueno, lo que quería decir es… si tú puedes hacer algo para quitarme a ese sujeto de encima. Te lo agradecería enormemente.
—Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano. No obstante, debería conocerlo antes que nada. Así sabría mejor de quién estamos hablando.
—Si yo le contase, pero eso nos llevará mucho tiempo.
—Pues es mi trabajo, o sea, que disponemos de todo el tiempo del mundo —expuso el psicólogo abriendo sus brazos de par en par.
—Es que estoy harto, la verdad. Y aquí nadie ofrece soluciones. Resulta difícil aguantar a alguien que lleva riéndose de mí durante años.
—Bueno, explícame eso con más detalle.
…continuará…