ESQUIZOFRENIA (31) El valor de una mujer

—Ya le he dicho que esta decisión no se basa en la impulsividad. Me considero un hombre de cabeza fría. Suelo meditar acerca de mis determinaciones y vea bien que no me estoy precipitando. Entienda que, en mi trabajo, actuar así, sería del todo ruinoso.

—Desde luego. Aunque tenga una mala impresión de mí, le aseguro que mi máxima prioridad es actuar a favor de los intereses de mis chicas. Cómo se lo diría… no me gustaría verla por aquí en breve arrastrándose como una cucaracha porque usted la ha abandonado y ella suplicándome luego por reincorporarse a su antigua ocupación. Monsieur, tengo una edad y una experiencia y créame: he visto de todo. Conozco muchos casos de prostitutas que le han cegado la visión a sus clientes y después, en cuanto estos han recobrado la vista y se les ha pasado la corta etapa de deslumbramiento, se han arrepentido de su decisión.

—Me da la impresión de que es usted bastante pesimista en sus apreciaciones. ¿No le parece?

—No, soy realista, que es un concepto bastante distinto. Si yo fuera pesimista, las puertas que yo he debido atravesar en mi existencia jamás se habrían abierto.

—En fin, me voy a centrar —expresó Armando con convicción—. No vamos a perder nuestro precioso tiempo con este asunto porque resultaría interminable. Dígame, por favor, ¿cuánto quiere por Eva? Usted ganará, se lo aseguro. Ella, también. Y yo, me quedaré más que satisfecho. Esa es la filosofía de cualquier negocio: que todas las partes, a su manera, salgan beneficiadas.

—¿Y quién le ha dicho que yo le vaya a poner precio a Eva?

—Bueno, esto está empezando a ser más complicado de lo que pensaba. Estoy dispuesto a pagarle con generosidad por su chica, pero que quede claro que, si me pide la luna, evidentemente a ese precio no voy a llegar. Y tenga la bondad de no volver a insinuarme por qué me intereso tanto por ella. Eso nos conduciría a un círculo cerrado de discusión. Una cosa es interesarse por una persona y otra bien diferente es pagar algo que no está al alcance de un bolsillo que se desenvuelve por criterios racionales. De veras, Madame, no estoy bromeando.

—Dios, cómo me duele pensar en esa posibilidad. No sé quién le trajo aquí ni qué recomendación siguió para penetrar por primera vez aquella noche en «Le Paradis». Bueno, será mejor no dramatizar. Si me da unos minutos, tal vez las cosas se aclaren.

—Claro, cómo no, organícese. Aun así, no se demore. Verá, no pretendo comprar la piedra filosofal, solo darle a Eva una vida digna y de libertad.

—Ya, no dudo de las buenas intenciones del caballero. He de reconocer que es usted un buen negociador.

Giselle se movió tan solo unos metros hasta la mesa de su despacho donde realizó una serie de cuentas. La expectación era máxima y también la tensión hasta que, pasado un rato, ella se levantó y se volvió a sentar en el espacioso sofá granate junto al empresario.

—Está bien, caballero. Me ha convencido con sus argumentos. Veamos qué le parece: traiga mañana a esta hora un millón de pesetas y le «regalo» a esa criatura de solo veinte años.

—¿Un millón de pesetas? —dijo con asombro el hombre mientras arqueaba sus cejas—. Con todos los respetos, Madame, pero creo que está usted delirando.

—¿Cómo ha dicho? —respondió indignada Giselle.

—Perdone, no me refiero a que Eva no merezca que se pague ese precio por ella o incluso más. Solo me refería a que se trata de un precio desorbitado, que no pertenece al mundo que habitamos ni a la realidad en la que vivimos. Le rogaría que me hiciese una propuesta más razonable acorde a lo que yo me puedo permitir.

—Esto se está poniendo mal. No imaginaba que un señor de su categoría quisiese regatear en este delicado asunto. Le recuerdo que estamos hablando de un ser humano, no de un televisor o de una de esas aspiradoras que usted venderá en sus tiendas. A menudo, cuando los acuerdos se encallan es bueno realizar la pregunta que yo le voy a hacer a continuación: ¿cuánto ofrece usted? Así, al menos, conoceremos nuestras cartas y comprobaremos si no estamos locos.

—Bien, Madame, ya veo que no es la primera vez que hace una de estas operaciones. Veamos. Le ofrezco de inmediato un cuarto de millón de pesetas. Esa cantidad es lo que Eva le podría ofrecer de ganancia durante los próximos años. Porque digo yo, que no pretenderá que su chica trabaje hasta la vejez.

—Ja, ja, qué cantidad más ridícula. Es usted un perfecto tacaño, señor. Cederle a mi niña por ese valor desborda el límite del sentido común. ¡Sería un escándalo! —manifestó la mujer alzando considerablemente su tono de voz—. Usted no ha hecho una rebaja, simplemente se ha limitado a pulverizar la cifra que le he expuesto. Veamos, ¿cómo es posible que de repente, usted divida por cuatro la cantidad que yo le he pedido por una persona tan especial como Eva? Perdone, don Armando, porque sabrá mucho de televisores, radios o lavadoras, pero de este negocio, creo que no tiene mucha idea. Habrá de admitir que yo sé más que usted del valor de mis muchachas.

—No es mi intención enredar ni comparar el precio de sus trabajadoras con el de unos simples electrodomésticos. ¡Dios me libre!

—Con sinceridad, me da mucha pena el tono de sus palabras. Es increíble. O sea, el caballero penetra en mi casa, se encapricha con una de mis empleadas y pretende llevársela para siempre, justo cuando se halla en el cenit de su carrera por unas ridículas doscientas cincuenta mil pesetas. De veras, no me parece seria su actitud. No obstante, y considerando lo «enamorado» que estará usted de Eva, dejaré mi exigencia en novecientas mil pesetas. Todo sea por mantener la concordia entre nosotros.

—No, Madame. Justo por eso y considerando mis sentimientos, subiré mi oferta hasta las trescientas mil pesetas.

…continuará…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

CUARTETOS DE AMOR IMPOSIBLE

Jue May 9 , 2024
CUARTETOS DE AMOR IMPOSIBLE Mi amor por ti es imposible como un incendio en mi boca que arde cual llama que evoca no prende en tu alma invisible Ya esquivas mis argumentos ojalá vistieses de luna nueva para así escapar de mi cueva tú, éter en mis pensamientos En las […]

Puede que te guste