—Bien, Armando, hagamos una apuesta. Cuando acabe con la faena en la habitación que le están preparando, yo le veré bajar por las escaleras con su chica cogida de la mano, esa jovencita que ahora le voy a recomendar. Estoy segura que luego, los dos se tomarán una botella de champagne para hablar y hablar durante el tiempo que haga falta. Pues bien, si esto sucede de la forma que yo he previsto, usted invitará a bebida a la mesa que yo le indique. Y si fallo en mi previsión, usted ganará la partida y entonces, la siguiente botella que tome, correrá a cargo de la casa. ¿Qué me responde, don Armando?
—Pues qué quiere que le diga. Cualquiera diría que nos conocemos de toda la vida. Un momento, Giselle: imagine que soy un hombre astuto y que, para no pagar, disimulo y hago justamente lo contrario de lo que usted me ha indicado.
—No hará falta. Mi corazón me dice que puedo tener plena confianza en usted. No creo que sea una persona traicionera o que haga cosas simplemente para aparentar. No es de esos. Me arriesgo a afirmar que, si la chica que le voy a buscar le gusta, hará lo que le he comentado. Verá lo contentos que se van a poner en la mesa seis…
—De acuerdo, Giselle. Tiene mi palabra y mi compromiso de no faltar a la verdad. Me comportaré con total honestidad. A mi edad, ya no me gustan los jueguecitos estúpidos de niños. Lo que tenga que ser, será.
—Genial. No esperaba menos de usted, Monsieur. Y ahora, vayamos al asunto. En mi cabeza ya está la foto de la mujer que le conviene. Para irle preparando… ¿le gustaría que le adelantase algo de ella? Sin duda, está hecha para el caballero y encaja a la perfección con el tipo de chica que el señor demanda.
—Esto me resulta tan divertido que, en efecto, le agradeceré que me cuente algo sobre ella —comentó el hombre con brillo en sus ojos.
A otro gesto de la dueña del local, una camarera se acercó con rapidez a la mesa…
—Madame, dígame…
—Que baje ahora mismo Eva —expuso en voz baja la propietaria—, como queriendo incrementar el interés de Armando por la jovencita.
Poco después, una chica de tierno aspecto y dominada por un aire de timidez se dirigió a la mesa tras descender con lentitud los escalones que daban acceso a la planta baja.
Al contemplarla, Armando se sintió complacido, se levantó como un resorte y ofreciéndole la mano, se la besó en vez de estrechársela haciendo uso de una inusitada galantería. Al fijarse en su mirada, el hombre notó cómo su corazón se iba acelerando y un extraño sudor inundó su piel. Incluso se dio cuenta del calor que hacía en el local, detalle en el que antes no se había fijado. Por unos segundos, percibió que la calefacción quizá estuviese demasiado alta.
—¡Madame Giselle! No me lo puedo creer.
—Dígame, caballero.
—¿Es usted pitonisa? Me parece que la adivinación forma parte de su carácter. Es como si me hubiera leído el pensamiento acerca de con qué chica quería pasar un buen rato.
—Ya le indiqué antes que mi gran experiencia hace que complazca con facilidad a mis clientes. No va a hacer falta que le comente nada de ella. La verdad es que lo dice todo con su presencia.
—Ya, aquí hay algo más que se escapa a mis sentidos —afirmó Armando con una expresión de sorpresa en su rostro—. Da igual, no voy a perder el tiempo buscando explicaciones. Solo le puedo decir, aunque eso infle su orgullo, que usted ha acertado plenamente. Por favor, señorita, señorita…
—Me llamo Eva, señor. A su disposición.
—Muy bien, gracias. Yo soy Armando. Señorita Eva, ¿podría sentarse aquí en la mesa entre nosotros?
La chica miró a Giselle y esta le hizo un gesto afirmativo con su cabeza. A continuación, se acomodó donde Armando le había propuesto.
—Eva, ¿querrías tomar una copa de champagne con nosotros?
De nuevo, se repitió el ritual, como si la joven necesitase en todo momento de la aprobación de la Madame. Una vez llena la copa con la bebida…
—Muy agradecida por la invitación, señor. Me apetecía tomar algo en su compañía. El caballero es muy amable.
—Bueno, señor, creo que los pronósticos se van cumpliendo. ¿No le parece? —preguntó Giselle con una sonrisa en sus labios—. En fin, yo ya he cumplido con mi trabajo de presentación que es esencial para que el cliente vuelva. Le agradezco su buen gusto al visitarnos. Por cierto, no se olvide de la apuesta. Perdone por lo que le voy a decir, pero bajo mi criterio, le aseguro desde este momento que usted pasará a engordar la lista de clientes especiales.
—¿De veras? Caramba con su sexto sentido.
—Sí. Eso le supondrá ciertas ventajas en el futuro. Ya lo verá. Au revoir, Monsieur y disfrute con Eva. Ella es muy especial.
El sorprendido cliente y la joven que le habían ofrecido se quedaron por fin a solas en la mesa cinco. Como ella no se separaba de él ni un centímetro, Armando realizó un pequeño movimiento hasta quedarse en una posición que le permitiera fijarse en la cara y en la mirada de la chica. Se dejó llevar por la agradable sensación que le transmitía Eva y se puso a pensar en la gran ayuda que le había proporcionado la Madame a la hora de acertar con su acompañante.
—No me gustan las prisas, Eva. Quiero que te tranquilices, porque te veo un poco nerviosa. ¿Me equivoco o estoy imaginando cosas de más?
…continuará…