—Todo el tiempo, yo les contaba a los médicos lo que me pasaba… y me ignoraban. O no entendían o, peor aún, no querían entender.
—Es que lo que tú afirmas puede tener muchas interpretaciones.
—¿Cómo? —preguntó irritado el joven—. Solo existe una conclusión. Por simple lógica, ¿alguien va a saber más de lo que me pasa que yo mismo?
—De acuerdo, te comprendo. Pero… te lanzo un reto… ¿y si ese Nicasio solo estuviese en tu cabeza? ¿Y si no existiese realmente?
—¡Bah, qué desilusión! Y yo que creía que me habían trasladado hasta aquí para mejorar y en nuestra primera entrevista, usted repite con exactitud los mismos argumentos que otros me han dado. Dios mío, qué tormento más espantoso. Da igual a quien le exponga mi problema, que siempre van a contraatacar con ese manido guión de que me estoy inventando una realidad paralela y todas esas tonterías. Te pregunto: ¿cómo te sentirías si intentases durante años explicar algo que te ocurre y nadie te hiciese caso?
—Coincido contigo: me sentiría fatal.
—¿Entonces?
—Bueno, mi trabajo consiste precisamente en tratar de entender a mis pacientes. Por supuesto, no me importa que me lo recuerdes. Así tomo una mayor conciencia de a quién tengo enfrente. ¿Me comprendes, Martín?
—Sí, pero no. ¿Por qué me han traído hasta aquí? Venga, conteste y no disimule.
—«Los girasoles» es una institución intermedia a la que envían pacientes que sufren de una psicopatología determinada a fin de que los preparemos para una vida normalizada.
—Ya. Entonces, ¿cuánto tiempo voy a permanecer aquí? ¿Un año quizá? ¿O tal vez otros ocho años como en el psiquiátrico?
—A ver, Martín. Esto no es una cárcel donde se cumple condena. Tú estás bajo control institucional porque en su día, fuiste diagnosticado de esquizofrenia. Esa evaluación no es estática ni para siempre. Las personas van evolucionando y hay que efectuar más análisis. Esto es solo nuestro primer encuentro. No pretendas obtener en una mañana las respuestas que quizá nos lleven meses de trabajo. ¿Quién sabe lo que ocurrirá en unas fechas? ¿Acaso alguien conoce el futuro de lo que va a suceder mañana o dentro de una hora?
—No, nadie.
—Nosotros hacemos previsiones, pronósticos acerca de la evolución de las enfermedades mentales, pero no se trata de una fórmula matemática que se escribe en un papel. Esto no es una ecuación sencilla que se resuelve despejando la incógnita. Esto es algo mucho más complejo que atañe a personas, no a objetos o materiales. Cada individuo es un mundo, cada enfermedad es llevada de forma particular por cada paciente. Incluso una misma enfermedad se manifiesta de forma diferente en cada sujeto. Esa es la realidad. ¿Nunca has oído ese dicho popular que dice que «no hay enfermedades sino enfermos»?
—Vamos mal, como siempre. Lo único destacable de toda esta sarta de mentiras es que ya estoy acostumbrado a que nadie me haga caso. De todos modos, si lo hubiera sabido, habría sido mejor no venir hasta aquí. Menuda pérdida de tiempo para ustedes y para mí. En fin, que vaya viaje más estúpido.
—Lo siento de veras, Martín. Ni la psiquiatría ni la psicología se mueven en unos parámetros tan deterministas. Te diré algo seguro: si te han mandado aquí es porque hay una razón. Seguro que han apreciado en ti una mejoría y eso es motivo más que suficiente para que cambies de estancia. Creo que este aspecto resulta positivo. Aquí no admitimos a pacientes que estén muy mal. Ya es algo. Ah, considera que este lugar es un punto intermedio entre el hospital y la calle. Digo yo que eso puede sonar a esperanzador.
—Yo, de lo que verdaderamente estoy cansado es de ser una especie de conejillo de Indias donde se experimenta conmigo, pero bueno, si usted afirma todo eso que suena tan bonito de cara a la galería… Mire, estoy cansado. ¿Podríamos seguir con este absurdo interrogatorio otro día?
—Sí, claro. Mira, para que no te alarmes. Tu traslado ha supuesto para ti un estrés añadido, algo que no sienta bien a nadie. Todo eso cansa. Ahora te dejaré marchar. Si te parece bien, mañana vendré a buscarte y seguiremos con nuestra charla.
—Entonces, adiós —dijo Martín con prisas y levantándose de la silla, como si aquella conversación le hubiese agotado.
—Vaya, parece que huyes de un peligro —respondió el psicólogo mientras que le ofrecía la mano.
Martín parecía haber desconectado de la situación. Ni siquiera le devolvió el gesto al profesional. Solo se mostraba impaciente por volver al cuarto que le habían asignado.
Veinticuatro horas después, la escena se repetía.
—Buenos días, Martín. Anda, pasa y siéntate. ¿Qué, cómo estás? ¿Has podido descansar?
—Sorprendentemente, sí. ¿Sabes por qué? Porque ese desgraciado de Nicasio ni ha aparecido.
—Entonces, estamos hablando de una buena noticia…
—No sé. Con el paso del tiempo, he aprendido a desconfiar. Yo no sería tan optimista. Está ausente porque debe estar haciendo sus planes para torturarme de nuevo. De ese tío se puede esperar cualquier cosa menos algo bueno.
—Sea lo que sea, me alegro de que por lo menos ahora estés más tranquilo. Así estarás de mejor ánimo para conversar. Me interesa saber de ti, recoger información acerca de las circunstancias en las que te has movido. Debemos afinar con tu tratamiento, tanto con el farmacológico como con la terapia psicológica.
…continuará…
Interesante. Me interesa muchísimo el tema pues mi padre está diagnosticado con esquizofrenia 😕
Puedes seguir todos los episodios aquí. Quizá te aporten otra perspectiva. Abrazos, Batzaida.
Muchas gracias ☺️
Muchas gracias, Betsaida. Abrazos.