ESQUIZOFRENIA (37) La aparición de Martín

Un día del mes de febrero de 1971, en un convento del centro de Madrid…

—Hermana Virginia, pase, quería decirle algo.

—Dígame, madre —expresó una monja de bello y joven aspecto.

—¿Sabe por qué la elegí de entre todas para hacerse cargo del niño?

—Supongo que se debe a que soy la hermana más joven. ¿Es por eso, madre Teresa?

—Bueno, sí, eso tiene relación, pero no es exactamente el motivo por el que he pensado en usted.

—Ah, perdone, ahora caigo. Llevo aquí solo un año, pero en numerosas ocasiones, cuando surgía en las conversaciones, le he manifestado que adoro a los críos. La verdad es que sí. Cuando era adolescente, me encargaba de dos de mis sobrinos. Mi hermana mayor tenía un trabajo muy absorbente y cuando ella se iba a la oficina, pues alguien se tenía que responsabilizar de los niños.

—Eso es. Ha discurrido usted muy bien y a diferencia de otras, creo que tiene un buen entrenamiento en esa delicada labor que es la crianza. No parte usted de la nada y todo eso hay que considerarlo.

—Pues sí, madre. Tiene toda la razón y le agradezco que haya pensado en mí. No sé de la experiencia de las demás, pero yo sí que la tengo.

—Se nota a distancia que podría haber sido una magnífica educadora.

—No guarde ninguna duda, madre. Ellos son el futuro de la nación y al mismo tiempo, una bendición para las familias.

—Por eso he pensado tanto en ese bebé. ¡Dios mío, qué mala suerte ha tenido el pobre!

—Es posible. Todavía no entiendo cómo su madre ha podido abandonar a esa criatura inocente a las puertas de nuestro convento. ¡Qué brutalidad! De todas formas, convendría estudiar la situación en la que se encontraría esa mujer. Estoy convencida de que sus circunstancias deben ser muy difíciles. Alguien normal no haría eso, salvo que se vea obligada. A saber…

—Es cierto. Podemos especular, pero no conocemos las causas exactas de este incidente. No sabemos nada de ella, suponiendo que fuese quien nos dejó al crío. ¿Sería una madre soltera? ¿Tendría problemas económicos acuciantes que la harían caer en la desesperación? Y ¿qué me dice sobre si esa mujer tal vez haya sido víctima de la violencia sexual y el embarazo fuese forzado? No podemos descartar ninguna hipótesis.

—Es verdad, madre. Por desgracia, carecemos de todos esos datos.

—Ya le digo yo que ninguna madre abandonaría a su hijo salvo por circunstancias de extrema gravedad. Quién sabe, a lo mejor es un problema de salud mental, ha perdido el juicio y como no se ve en condiciones, ha preferido donarlo porque se siente incapaz de cuidar de él. A menudo, este tipo de actos tan duros se relaciona con la economía de la mujer y su desesperanza. Mire que si su marido la ha echado de casa porque es un sinvergüenza…

—Se trata, madre, de un caso preocupante que causa un mal en un ser desprotegido y que nosotras, en la medida de nuestras posibilidades, debemos aliviar.

—Sí, eso es lo más claro. El bebé ha sobrevivido y precisa de acogida. Nosotras resolveremos esta urgencia, pero no podemos responsabilizarnos de la criatura por mucho tiempo. La persona que ha dejado aquí al niño debe tener un pensamiento anticuado. Igual cree que esto es un orfanato o que las monjas de nuestra orden nos dedicamos a la noble tarea de educar a los niños. Hemos de buscar una pronta solución a este asunto, hermana. Sé perfectamente que el tiempo que usted ocupe en cuidar del niño lo restará de sus auténticas labores, pero nuestro corazón ha de inclinarnos a la realización del bien.

—Es verdad, pero por unos días que yo me haga cargo de la criatura no va a pasar nada y el bebé se beneficiará de mis atenciones.

—Está bien, hermana Virginia. Con esa mirada, usted podría doblegar hasta la voluntad del mismísimo arzobispo. Solo será esta semana. El lunes próximo llamaré a los de Auxilio Social. Ellos son los encargados de evaluar a la criatura y decidir por su futuro. Que Dios les inspire en su dificultosa tarea. Ojalá que algún día esa criaturita pueda ser acogida en adopción por una buena familia cristiana.

—Que Dios lo permita, madre. Entonces, ¿me da permiso para retirarme? Estoy ansiosa por atender al crío cuanto antes. Igual Martín ya está reclamando mis atenciones.

—Muy bien. De todas formas, antes de que se vaya, quiero que me ayude. Me gustaría identificar a ese bebé con unos apellidos. Usted es joven y quizá le inspiren los santos.

—Veamos. Sabemos que su madre quería ponerle ese nombre. Llevaba un jersey con ese nombre a la altura del pecho. Seguro que fue ella quien lo tejió y se lo colocó a su niño. Más claro, agua. No sabemos el motivo, pero creo que es de justicia respetar la voluntad de quien lo trajo al mundo.

—Desde luego. Nos corresponde ponerle unos apellidos, salvo que, en breve, alguien como un familiar o la misma madre se acerquen por aquí a recogerlo.

—Dudo que eso vaya a ocurrir, pero… ya lo tengo, madre —exclamó la monja mientras que daba un saltito de alegría—. ¿Recuerda usted el día que nos lo encontramos al amanecer?

—Si no recuerdo mal, creo que fue el martes.

—Exacto. Entonces, ya lo tenemos. ¿Ve? Ha sido más fácil de lo que pensábamos.

—Ah, ya sé por donde va usted, hermana Virginia. Se refiere a la festividad de San Blas, ese gran santo torturado por los romanos y que fue obispo en la Antigüedad.

…continuará…

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ESQUIZOFRENIA (38) Buscando un nombre

Sáb Jun 1 , 2024
—Es perfecto. ¿Ve? Ya casi le tenemos: Martín San Blas. Nos restaría el segundo apellido. ¿Qué opina, madre? —Pues sigo bloqueada. No se me ocurre nada; pero… un momento —dijo pensativa la superiora—. He tenido una idea que no es original, pero que nos puede servir. Cuando salga, consulte cuál […]

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