—Ahora que hablas de bendiciones, Eva, ¿cómo funciona tu mente en tu nueva situación? Desde enero te has alejado para siempre de una labor penosa que te absorbía. Es verdad que no ha pasado mucho tiempo, pero me gustaría conocer lo que pasa por tu pensamiento con tu nueva vida, una vez que han transcurrido seis meses de tu último «contacto» con algún tipo de cliente.
—Gracias por tu interés por mi historia más íntima. Lo cierto es que no hallo palabras. Si supieras lo que ha supuesto para mi existencia liberarme de esa auténtica mierda que cargaba en mis espaldas… Es una profesión que solo se puede afrontar desde la fortaleza, tragando mucha saliva, ya que no ves otra forma de sobrevivir. La inmensa mayoría de los hombres que acuden a los prostíbulos van a satisfacer sus instintos más primitivos, no nos engañemos. Eso significa que ninguno se pone en la perspectiva de nosotras, en el punto de vista de la mujer que se tumba en la cama para recibir en su silencio las «embestidas» del cliente.
—Bueno, gracias a mí, ya no tienes que aguantar ese espectáculo. Me imagino lo penoso que debe ser entregar tu cuerpo, no por amor, sino por pura necesidad. Quizá por eso, aquella fantástica noche en la que te conocí, me percaté de que eras un ser diferente, lo que cautivó mi atención. Estabas en tu trabajo de todos los días, cierto, pero tu mente, tus gestos y tu conversación revelaban unas inquietudes distintas. Incluso tu mirada me decía que, pese a ser una profesional de lo tuyo, aquel no era tu mundo. Era como si tu actividad te carcomiese por dentro, reflejo de una tristeza más profunda de la que ansiabas salir. Y yo tuve digamos que la habilidad de darme cuenta de toda esa lucha que habitaba en ti. Haber hecho el amor contigo en esa habitación y en aquellas circunstancias habría constituido un gran error.
—Cuánta razón tienes, cariño. Me di cuenta de cómo eras al instante y también de nuestro flechazo. No podía decírtelo con palabras, pero sí con el lenguaje de las miradas y de los gestos.
—Digamos que aquel golpe de intuición se fue reconduciendo minuto a minuto hasta alcanzar el sentido común. Qué cosas, ¿verdad?
Mientras que Eva se acomodaba una y otra vez en el sofá, denotando muestras de intranquilidad, el empresario se atrevió a preguntar…
—Perdóname, Eva, pero te noto un tanto nerviosa esta noche. ¿Ocurre algo? Recuerda la promesa que nos hicimos al poco de llegar a casa: sin secretos y complicidad máxima. Esa es la clave de la satisfacción en cualquier pareja. Me gustaría que siguieras siendo transparente conmigo.
—Caramba, demuestras que tus instintos se mueven en el mejor de los terrenos. No se te escapa nada, mi amor. Anda, sírveme otra copa de tinto. Este vino que has traído hoy está exquisito.
—Faltaría más. Es curioso lo que sabes apreciar un buen vino de reserva —comentó el hombre mientras que le servía otra copa a la joven—. Creo que te sabe mejor incluso que el champagne.
—Muchísimo, lo admito. ¡Qué fácil es acostumbrarse a lo bueno!
—Me alegro. Pues muy bien, dale un trago y cuéntame lo que te inquieta.
—De acuerdo. Se trata de un tema que no quiero demorar más. Si no te lo he dicho antes es porque albergaba alguna duda en mi cabeza. Y cuando me siento confusa, lo normal en mí es que me guarde las novedades para mi propia intimidad.
—En ese caso, serénate y habla. Y no pongas esa cara de extrañeza que me estás asustando.
—Uy, ¿tanto se me nota? Lo cierto es que no sé tu opinión al respecto.
—Por favor, Eva, no te hagas más de rogar. Me estás contagiando esa intranquilidad con tanto misterio.
—Vale, Armando. No estoy segura al cien por cien, pero si mis cuentas no me fallan, creo que estoy embarazada. Yo siempre he sido muy regular con mis ciclos y, sin embargo, el retraso que ahora acumulo, solo puede tener una explicación.
—Pero… ¿cómo es eso posible? —expresó el sorprendido empresario.
—Tiene su lógica. Hay otros embarazos extraños, pero esos son los descritos en la Biblia. Seguro que pronto saldremos de dudas.
—Pues esas dudas las vamos a despejar pronto. Hay cerca de aquí una consulta de ginecología cuyo doctor es cliente mío. Mañana le llamaré para que nos dé cita. Quiero que te haga las pruebas pertinentes para asegurarnos de todo.
—Armando, quería aclararme contigo, pero por tus gestos parece que esta posibilidad que ha surgido no te ha hecho mucha gracia. ¿Es posible?
—Más bien me ha incomodado por lo sorpresivo de la noticia. Será que me gusta lo planificado y no lo inesperado. Confieso que esa novedad no estaba entre mis proyectos. No lo sé, porque hemos procurado ser prudentes.
—Piensa una cosa. Desde que yo salí de «Le Paradis» hemos tenido mucho sexo. En alguna ocasión, arrebatados por la pasión, es posible que hayamos sufrido algún desliz, no a conciencia, sino porque parecía que estábamos viviendo en un sueño. En esos momentos de frenesí, a veces, no se miden bien las consecuencias, ya sabes, una caricia, un descuido, una noche de relax y ya está. La vida no espera a abrirse camino; surge cuando surge.
—Sí, es posible. No lo descarto. Disculpa por mi seriedad. Solo pasa que no estaba en mis planes la llegada de una criatura, al menos en estos momentos. De todas formas, el diagnóstico aún no es definitivo. En caso de que se confirmen las sospechas que tú tienes, siempre podemos recurrir al aborto. Creo que los errores han de corregirse. Como estoy bien relacionado, sé de algún que otro médico en Madrid que podría interrumpir ese embarazo sin levantar sospechas. Si así fuese, ya me ocuparía yo de la cuestión. No debes preocuparte, Eva.
…continuará…