ESQUIZOFRENIA (24) ¿Cuánto vales?

—Yo no me sorprendo de nada porque sé de lo que estamos tratando. Sé además que lo que te molesta no es el precio que vas a pagar por mí sino el mismo hecho de tener que negociar por vivir conmigo y sacarme de aquel tugurio de lujuria y corrupción.

—Sí, has dado con la clave de esta humillante operación —expresó el hombre bajando ligeramente su cabeza.

—Guarda tus recelos y tu desconfianza, cariño —dijo la chica mientras acariciaba las manos del empresario—. Mantente racional y frío. Lo vas a necesitar. Habrás de pagar y no va a pasar nada anormal. Evita reflexionar sobre este proceso porque a cada instante te sentirás mal. ¿Lo comprendes? Añadiré una última cosa: ¿estás dispuesto a dar ese paso y todo lo que conlleva? Por favor, responde. He de saberlo o no dormiré tranquila esta noche.

—Duerme tranquila, Eva. Por ti haría cualquier cosa, lo que hiciese falta —manifestó un emocionado Armando.

—De acuerdo. Una vez definida la premisa fundamental, evita ahora la ofuscación.

—¿De qué hablas, Eva?

—Sé que te resultará repugnante negociar sobre cuánto vale una mujer como yo, discutir un precio sobre mí. Sin embargo, eso que afectaría a cualquier alma sensible, a ella le dará igual. Piensa solo en que va a liberar a alguien que le aporta dinero. Es normal que busque una buena compensación a esa pérdida. No des muchos datos sobre ti, no aportes ninguna información sobre dónde vives, a qué te dedicas o cuáles son tus ingresos mensuales. Eso se lo pondría muy fácil; sabría que dispones de recursos y que te has encaprichado conmigo. Ya lo ves: en la vida, los caprichos hay que pagarlos a precio de lujo. Considera algo: Giselle es una vieja zorra, por tanto, cuanto menos sepa de ti y de tus negocios, mejor para nosotros dos.

—Sí, eso que dices responde a la lógica de cualquier negocio. Solo de pensar en esa mujer le estoy cogiendo manía. Una cosa importante, Eva; aunque me dé vergüenza, debo preguntártelo. ¿Cuál crees que es tu «valor» de mercado? No estoy dispuesto a que esa vieja se salga con la suya, a que se vuelva loca pensando que se me ha antojado poseer a una excelente chica de alterne. Tengo que estar preparado para hacer frente a sus técnicas manipuladoras. En el ámbito de la prostitución, ella debe llevar muchos años y por eso, debe ser una experta. No pretendo que me mangonee con sus artes sibilinas. La calé la noche en que te conocí, aunque su discurso y su presencia no me cogieron por sorpresa.

—Dalo por seguro. Esa mujer realizó un largo viaje desde Francia a España. Ya trabajaba allí cuando era más joven y pensó que podía trasladar su negocio a un lugar más barato aquí en España.

—Venga, por favor, solo te pido una cifra aproximada. ¡Dios mío, es como si tuviese que pesar oro para conocer cuánto vales!

—Tampoco debe ser tan complicado. Es cuestión de hacer cálculos.

—Pues vamos a hacerlos. Después de todo, soy un hombre de números.

El hombre se sonrió y procedió a sacar de su chaqueta una buena pluma y una libreta pequeña en la que anotaba sus operaciones.

—Anda, refréscame la memoria. La noche que te conocí, ¿cuánto pagué por «fornicar» contigo? ¿Lo recuerdas?

—Por supuesto que me acuerdo; incluidas las botellas de champagne que nos bebimos, dos mil pesetas.

—Vaya —comentó un tanto sorprendido Armando por lo que había pagado aquel día en el prostíbulo—. Está claro que la bebida me afectó, pero, sobre todo, el hecho de haber dado contigo. Creo que la impresión por nuestra charla me nubló el recuerdo de lo desembolsado.

—Fue un negocio redondo para la Madame. Un club como esa gana mucho con la bebida y encima, su chica no se desgastó copulando, porque lo único que hicimos fue «conectar» y conversar de nuestras cosas.

—Sí, fue lo más hermoso de la jornada. Gracias a ese encuentro estamos hoy aquí. Haciendo números, esa cantidad no la cobra un trabajador medio ni en un mes. Pero me da igual, porque resultó la mejor inversión de mi vida. Tú me entiendes, ¿verdad?

—Sí, mi amor. Estoy de acuerdo contigo. Te gastaste el sueldo de un mes en poco más de dos horas, pero mereció la pena. Por cierto, ¿qué me dices de mi lenguaje?

—¿A qué te refieres?

—Que me pongo a pensar y para ser una fulana, poseo la capacidad de hablar como una mujer de cierto nivel cultural. Me encanta hacer eso contigo, solo contigo y no con los que me reclaman en «Le Paradis», porque para ti, solo puedo tener palabras especiales. Eso también indica algo ¿no lo crees?

—Supongo que me tratas como a una persona que merece un especial respeto, no a uno de tus clientes que se conforman con un lenguaje más básico. Bueno, sigo con las cuentas.

—Vale. Multiplica la cifra de antes por un año.

—¿Cómo lo hago?

—Hagamos cálculos aproximados. Si un año tiene más o menos unas cincuenta semanas y yo solo descanso una vez a la semana… entonces, multiplica esas dos mil pesetas por trescientas jornadas de trabajo. He quitado de ahí jornadas de fiesta y otras más de vacaciones. Venga, haz números y dime cuánto te sale.

…continuará…

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