LOS OLIVARES (37) Los maquis

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Pasados unos segundos, se oyó en la lejanía el motor de un coche aproximándose a la finca…

—Caramba, qué puntualidad —dijo asombrado el marqués mientras que miraba su reloj—. Así da gusto. Anda, pues traen dos coches, lo que significa que vienen más guardias de los que me imaginaba.

Una vez que los vehículos quedaron aparcados junto a la entrada, uno de los guardias civiles del segundo automóvil se apresuró para abrirle la puerta al teniente coronel, quien después de bajarse, realizó el típico gesto militar saludando a los presentes.

—Bienvenidos a mi casa —se adelantó don Alfonso mientras que descendía por los escalones hasta situarse a la altura del oficial—. Saludos a todos y esperemos disfrutar de una buena tarde. Por cierto, don Antonio, ya tenía ganas de conocerle. Me han hablado muy bien de usted.

—Muchas gracias, señor marqués —respondió sonriente el militar—. Aunque aquí las distancias no son largas, el calor penaliza los desplazamientos y estas carreteras no siempre se encuentran en el mejor estado.

—Claro, le entiendo. Aun así, han sido puntuales. Es un honor que haya aceptado mi invitación. Tenemos muchas cosas de las que hablar.

—Faltaría más. He traído a varios de mis hombres porque las circunstancias así lo requerían. No queremos correr riesgos. Aunque no fuese probable, nunca puede descartarse un ataque por parte del enemigo. Hemos de permanecer en alerta. Más de un año acabada la guerra, todavía estamos combatiendo a estos maquis que se esconden en las montañas o donde pueden. De ahí la preocupación.

—Sí, desde luego. Conviene protegerse. Esa gente pretende dar golpes audaces para que las autoridades no se duerman. No se preocupe por su gente. Ahora mismo, mis empleados se encargarán de ellos y de atenderles como se merecen. Pero suba, por favor, le presentaré al resto de comensales.

Tras alcanzar el porche de la mansión…

—Mire, don Antonio, estos son mis hijos. Carlos es el primogénito de la familia.

—Encantado, teniente coronel. Un placer.

—A su servicio, don Carlos.

—Y esta es la señorita Alicia, mi hija.

—Mucho gusto, don, don…

—Antonio Romero, a sus órdenes. Es un placer conocerla, señorita.

—Supongo que sabe que mi esposa nos dejó hace ya muchos años. Pero tengo a mi Teresa muy presente en el recuerdo todos los días del año.

—Sí. Fui informado de ello. Una gran pérdida para usted y los suyos, pero la vida ha de continuar para los que nos quedamos aquí.

—Desde luego, señor. Y aquí tenemos al párroco de la localidad, don Cosme. Con muchos años de servicio y con una gran experiencia a sus espaldas cuida de los feligreses.

—Ah, muy bien. Siempre es bienvenida la presencia de la Iglesia. Necesitamos sus sabios consejos, que son tiempos difíciles.

—Será un placer compartir mesa con usted —respondió de inmediato el sacerdote—. Y todo gracias a la generosidad del marqués. Su gentileza es de sobra conocida. Y por supuesto, muchas gracias a la Guardia Civil. Su labor desinteresada a la hora de protegernos no está pagada.

—Todo por la patria, don Cosme. Para defender a España y a la gente de bien. De eso se trata.

—Bueno, después del protocolo vayamos a comer —afirmó don Alfonso—. Doña Concha, indíquele a los señores guardias donde se hallan los aseos y después, los acomoda donde usted sabe. Nosotros, si ya están preparados, podemos pasar al gran salón.

Pasados unos minutos, los cinco comensales ya estaban sentados en torno a una mesa rectangular de grandes dimensiones que permitía un generoso espacio entre ellos a fin de sentirse más cómodos. Con la relajación de las bebidas y de los entrantes, abrió la conversación el anfitrión…

—Don Antonio; le dije antes que tenía ganas de hablar con usted. Lo cierto es que me gustaría poseer una visión realista de la lucha que se está desarrollando contra los maquis. ¡Quién mejor que usted para aclararnos esa coyuntura! Por desgracia, parece que nuestra región no es la única donde se producen incidentes de ese tipo.

—Pues así es, don Alfonso. La situación es difícil, pero nada que no se pueda resolver. Hemos de detener a los cabecillas. El problema es que no se van a rendir fácilmente, por lo que habrá que luchar. Se han visto muy perjudicados por la ofensiva alemana de mayo sobre Francia que provocó su caída. Muchos se concentraron junto a los Pirineos. Si la cosa les iba mal, siempre podían escapar. Y ahora, con la ocupación del país vecino, ya no cuentan con ninguna garantía. A menudo se esconden en zonas montañosas, donde se sienten menos vulnerables. Con sinceridad, señor marqués, es solo una cuestión de tiempo el que desaparezcan. Por aquí, cuentan con algún apoyo de vecinos o de familiares, pero se lo aseguro: les barreremos. La mayoría de ellos combatirán hasta la muerte porque conocen su futuro si son arrestados. Eso dificulta las cosas, pero no las hace imposibles de solucionar. Se pueden ocultar, mas no es un modo de vida que se pueda prolongar durante años.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (37) Los maquis»

  1. Dom Alfonso recebeu seus convidados gentilmente. Esses chegaram com guarda-civil para se protegerem dos maquis. Tempos difíceis, mesmo após a Guerra Civil, esses ameaçavam a ordem social, logo, segundo eles, amedrontavam a população.

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