Tras aquella escena conmovedora, vivida a partes iguales entre las dos dimensiones, con la presencia de un hombre, dos mujeres y un ángel, Alfonso de Salazar y Agudo cerró sus ojos lentamente. La paz se había alojado en su última mirada y un ambiente de serenidad inundaba la atmósfera de la habitación. Allí no reinaba una percepción de despedida, sino de reencuentro, de la armonía que sigue a cualquier manifestación de amor.
Era la una y cuarto de la tarde, exactamente, cuando el marqués dejó de respirar. Su alma ya no se hallaba allí. Todo se había desarrollado conforme a la ley de los justos, aquellos que tratan de orientar su vida por sus ansias de acercarse a Dios.
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Pasadas unas fechas, un hombre se «despertó» en una zona gris, plomiza, de niebla perpetua, donde la luz tiene muchas dificultades para mostrarse.
—Ja, ja… por fin, ya era hora —manifestó la voz de un señor vestido de oscuridad—. He respetado tu período de turbación, pero tarde o temprano, tenías que abrir tus ojos para contemplar tu nueva realidad.
—¿Nueva realidad? ¿Qué es esto? ¿Acaso vivo en una mina o es que estamos en el siglo XIX?
—Oh, se ve que el caballero sabe un poco de historia y de sus escenarios. Tranquilo, Carlos, estás en el sitio justo y en la época adecuada. Te estaba esperando y la paciencia siempre rinde sus frutos. Tenemos mucho por hacer. Veamos, después de tu despedida… ¿qué esperabas? ¿Acaso un cielo azul lleno de angelitos? Ja, ja… no me hagas carcajearme. ¡Menuda ridiculez! Te conviene adaptarte cuanto antes a este nuevo marco vital.
—Uf, qué pesadez me provoca tu discurso. Mucha palabrería y nulas explicaciones. Pero… ¿quién diablos eres tú?
—Ah, perdona, aún no he pronunciado mi nombre. Qué desagradecido, con la de momentos que compartimos juntos. ¿Así retribuyes todos mis esfuerzos? Con la energía que empleé para que obtuvieses tus fines… algunos muy perversos, je, je… Desde luego que no te podrás quejar por falta de apoyo. Yo te ayudé a materializar tus pensamientos, idiota. Mi nombre es Diogo y he vivido mucho, tanto como para enseñarte y adoctrinarte en las artes más oscuras. Calma, al principio es fácil despistarte en estas tierras. Relájate y abandona esa actitud de incertidumbre y de incredulidad. Soy tu mentor y como tal, estarás siempre ligado a mí y a mi influjo.
—Diogo o como te llames, no me noto el rostro bien. ¿Cómo es posible? ¿Qué me está pasando?
—Bah, nada que no se pueda arreglar, aunque deberás aguardar por un tiempo a que todo se vaya reajustando. Luego, recuperarás tus antiguas sensaciones. No te alarmes. A tu lado, hay un charco. Mírate en él, en su agua se reflejará quién eres realmente.
—¡Desgraciado! ¿Qué le has hecho a mi cara? No soy un hombre, sino un monstruo. ¿Por qué estoy tan arrugado? ¿Cómo voy a moverme por estos parajes con esta mierda de semblante?
—Si serás imbécil… ¿Pues qué esperabas?
—¿Eh? ¿Y mi ojo izquierdo? Está vacío, tengo un hueco repugnante.
—Evita los espejos, cualquier superficie donde puedas mirarte. Será lo mejor… al menos durante un tiempo. Así no te dará tanto asco de ti mismo.
—Esto es inaudito. No puedo entenderlo ¡Maldita sea!
—Te he dicho que no te angusties más. Aquí estamos acostumbrados a esa clase de fenómenos. Mira, Carlos, te aseguro que he visto a habitantes de este lugar con peor aspecto que el tuyo.
—Pues vaya consuelo. Y tú, ¿por qué vas vestido con esa túnica negra? Pareces un juez o un abogado. ¿Es que vas a asistir a algún juicio?
—No. Es que esta toga es muy cómoda para desplazarme. Deja de hacer tantas preguntas. No sé de qué te sorprendes. Estuve a tu lado durante mucho tiempo, velando por ti y por tus sueños, para que todos tus pensamientos pudiesen materializarse. Ya veo que tienes la memoria muy frágil. No seas ingrato, con todo lo que te ayudé. Los favores hay que pagarlos o cuando menos, devolverlos. Es de justicia, ¿no crees?
—Si tanta confianza desarrollaste conmigo, ¿tienes por ahí un parche para tapar el boquete de mi ojo? Noto tanta repugnancia…
—Aquí no lo necesitarás. Nos vemos como somos y punto. Recuerda, porque no deseo insistir en ello, pero la bala que te disparaste atravesó tu cráneo y salió por esa zona que ahora te da tanto asco. Supongo que no pensabas que ibas a «despertar» con el aspecto normal de antes, sin rastro de tu acción.
—No sé si soportaré esto mucho más, pero creo que me mostrarás algo más que me distraiga de esta sensación de vacío, de haber llegado al lugar más siniestro de mi existencia. Dame alguna esperanza con la que emplear mi tiempo.
—Tendremos que profundizar en algunos usos y costumbres. Nada desconocido para ti, por fortuna. En tu antigua dimensión, ahora están en 1942, una época infame de guerras y necesidades. Como me lo has preguntado, te adelantaré unas líneas del nuevo guion de tu discurrir, del próximo libro que, con tus actos, habrás de escribir. Además, estoy seguro de que aprenderás rápido, pues sabes de esta dinámica. ¿Es que no la aplicaste contigo mismo? Ahora tu tarea resultará más sutil, pero no te preocupes por tu trabajo, que te reportará satisfacciones.
—Vaya con el discurso de bienvenida. No estoy entendiendo hacia qué camino pretendes llevarme. Lo único que me preocupa es no morirme de aburrimiento aquí. Sería el colmo.
…continuará…