LOS OLIVARES (47) El juez perverso

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—Y, en este caso ¿qué es lo que ha ocurrido? —preguntó Alicia.

—Esa entidad que permanecía junto a Carlos llevaba puesto un traje negro con una corbata oscura y una camisa blanca. Lo he reconocido perfectamente. Creedme, es difícil olvidar una mirada de odio como esa. Por desgracia, se ha unido a él como una lapa a una roca. He de deciros una cosa importante: en otras ocasiones que le he visto, se me aparecía vestido como si fuese un juez, de esos que van vestidos con una toga que les alcanza hasta los pies. Siempre predomina en él la ropa oscura.

—Dime una cosa, Rosarito —indagó el marqués—. Antes te has referido al corazón de esa criatura que está con mi hijo. ¿De qué color es ese corazón?

—Más que color, yo hablaría de su sombra, padrino. Es tenebrosa, rebosante de negatividad. Esa negrura que emite me produce escalofríos, Alfonso. ¿Comprendes ahora por qué esta tarde tenía ese dolor de cabeza tan horrible? Menos mal que cuando Carlos salió por la puerta ese ser también hizo lo mismo al seguirle.

—Dios mío, mi pobre hijo. Qué mala suerte ha tenido con el desgraciado de ese juez.

—No te confundas padrino. Los espíritus se acercan a nosotros, pero para caer bajo su influjo, es necesario que nosotros le hayamos abierto la puerta de nuestra casa, que es el alma. Ese sujeto oscuro no lo abandona nunca porque es tu propio hijo quien le está llamando con sus vibraciones y con su voluntad. Los he observado hoy, Alfonso. Los dos se complacen, se necesitan para poner de manifiesto su concepción de la vida y sus intenciones.

—Pero, ¿cómo puede ser eso, Rosarito? —intervino Alicia.

—Veamos, «hermana». Imagina que alguien de este mundo te propone hacer algo malo a cambio de una suma de dinero. ¿Qué harías?

—Pues es evidente. Lo rechazaría y procuraría alejarme de esa persona para siempre.

—Claro que sí, Alicia. Digamos que, por tus principios morales, repudiarías ese macabro ofrecimiento. Es que tú no eres así; un comportamiento de ese tipo no entra en tus esquemas debido a tu carácter, a tu concepción de la existencia.

—Por supuesto. Sería una locura rebajarme a ese tipo de actos.

—Sin embargo, en el caso de tu hermano, digamos que existe una afinidad con ese juez o lo que sea, aunque por desgracia, esa relación está orientada hacia la malicia.

—Ah, claro, ahora lo entiendo —dijo la hija de don Alfonso—. Ellos, tanto Carlos como ese ente se atraen y actúan conjuntamente porque ambos desean lo mismo: expandir la maldad.

—Dios mío, aunque se hallen a kilómetros de distancia de «Los olivares», puedo percibir sus vibraciones.

—¿Cómo es eso, Rosarito? —preguntó con curiosidad el noble.

—Padrino, el pensamiento no entiende de distancia. Seguro que los dos se están comunicando, disfrutando de las sensaciones perversas que cada uno emite. No me extrañaría que estuviesen urdiendo algún plan endiablado para el futuro más próximo. Lo siento mucho, pero ese ser no abandona en ningún momento a Carlos y lo peor de todo es que, prácticamente, le dicta a tu hijo en su mente lo que tiene que hacer y cómo debe comportarse.

—Es increíble. Cuánto sabes, Rosarito. Espero que algún día nos puedas dar buenas noticias al respecto de mi hermano. Su vida debe ser una pesadilla.

—Él no es muy consciente de ello y eso no es bueno. Para resolver un problema, primero tienes que darte cuenta de que lo tienes. Si no, es imposible cambiar, Alicia.

—Ya, supongo.

—Es como tener una mala sombra a tus espaldas que te dirige y te controla —afirmó don Alfonso—. Y si encima, él no se da cuenta de ello, contamos con un doble problema. Y, ¿te ha dicho su nombre? ¿Tenemos más datos sobre ese individuo tan nefasto?

—No, padrino. Esa entidad ha desarrollado unas defensas inaccesibles. No se deja penetrar, es listo y da la impresión de que es una criatura experimentada.

—¿A qué te refieres, «hermana»?

—Yo creo que ha realizado este tipo de trabajos con anterioridad, me refiero a apoderarse de la voluntad de una persona para tenerla bajo su influjo, con la vista puesta en su gran objetivo: perpetrar el mal.

—Dios mío, qué pena siento por mi hermano. Es malo y actúa mal porque le están empujando a ello.

—Alicia, te diré lo mismo que le he dicho a mi padrino. Solo con querer desvincularse de ese influjo, ese espíritu ya se alejaría de él. Pero, yo me pregunto, ¿tiene esa intención Carlos? Perdona que esté dudando acerca de sus pretensiones.

—De todas formas, ¿tanta fuerza posee esa entidad como para absorber el pensamiento de mi hijo?

—Ojalá le hubieseis visto actuando hace unas horas. Es rotundo, concentrado, no deja nada al azar. Domina la mente de Carlos con maestría. Entre uno que quiere y el otro que se deja… no le veo buen aspecto a esa relación entre un vivo y un «muerto».

—Y ¿no existe una solución a ese enredo? —preguntaron al alimón el marqués y su hija.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (47) El juez perverso»

  1. Pelas suas atitudes, Carlos é uma alma perturbada, sente rancor, inveja e ódio. Carlos e seu obsessor tem prazer na maldade, possuem essa afinidade.
    Carlos precisa de apoio emocional e espiritual.
    Penso que nesse momento ele não aceitará ajuda já que sua mente é dirigida pelo obsessor. Espero ver sua mudança com o passar do tempo.

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