LOS OLIVARES (116) La herencia

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—Y… ¿de verdad crees que esa es una cuestión tan esencial como para que yo me desplace a «La yeguada»?

—Es un tema importante que te afecta, hermano —respondió la mujer disimulando como podía la rabia que invadía su pensamiento—. Y tú, que eres hombre de leyes ¿no tienes nada que decir sobre su testamento?

—¡Ah, el testamento! Pues vaya novedad, entre otras cosas porque no pienso que el viejo lo revele hasta después de su muerte.

—Ya, eso es lo que tú crees porque sigues con tus viejos y caducos esquemas. Te voy a dar una primicia informativa que solo te ampliaré si vienes por mi finca. Al parecer, la cercanía de su adiós le ha soltado a padre la lengua.

—Venga, Alicia. Deja de hacerte la interesante. Se ve que ya no sabes cómo acaparar la atención. Tu falta de afecto te provoca delirios. Todo lo que has expresado hasta ahora me parece una vulgar palabrería para reclamar mi interés. Necesito detalles o creeré que todo lo que dices es simplemente una argucia de tu intelecto para Dios sabe qué. Prefiero no planteármelo.

—Bien, Carlos, continúa con tu actitud paranoica de sospecha total. Solo te diré que papá, en uno de sus ataques de sinceridad, me ha adelantado las líneas generales de su voluntad.

—¿En serio? Y ¿esperas que me lo crea, hermanita?

—Tú no sabes lo que puede afectar a una persona la cercanía a la muerte. En esos momentos tan importantes, muchos optan por desahogarse, algunos desean liberarse de sus culpas y otros, revelan a los más íntimos sus más profundas inquietudes. Son las ventajas de ser alguien que lo ve casi todos los días y que guarda con él una confianza ilimitada. No sé de qué te extrañas, porque tú, la verdad, no das señales de vida por aquí. Así es difícil manejar la información que otros sí tenemos.

—Sí, te entiendo. Es el precio que debo pagar por mi alejamiento. Antes de decidir si voy o no por tu casa, ¿son buenas noticias para mí?

—Ni buenas ni malas noticias. Todo está correcto. Creo que eso es lo mejor. Conociéndote, no creo que te puedas quejar después de tus antecedentes de mal comportamiento con padre. Al final, la generosidad de un gran aristócrata como él se ha impuesto sobre otras cuestiones.

—Hum… oír eso resulta alentador. ¿No me puedes adelantar nada por teléfono?

—No. Ahora ya sabes por qué te he invitado a mi casa. ¿Ves? Te conviene venir a mi territorio, aunque solo sea para recibir satisfacciones.

—Pues sí, la cuestión se pone interesante. Aun así, tengo un problema. Este sábado tengo una reunión fijada de antemano en el Colegio de Abogados. Supongo que por retrasar la reunión veinticuatro horas tampoco se acabará el mundo. Es que no puedo faltar, ¿sabes? Espero que lo entiendas, hermanita.

—Vale. Es un deber inexcusable. Entonces… ¿te parecería bien el domingo?

—Encantado. Ya imagino ese día festivo con las mejores noticias saliendo de tus labios, siempre según tu versión. Ya veremos luego si tan altas expectativas se corresponden con la realidad. A veces, se producen chascos, ya que tu versión de las cosas está en las antípodas de las mías. Aunque tengamos percepciones diferentes, por esta vez no te voy a juzgar antes de tiempo.

—Ah, pues tendrás que arriesgarte o quedarte desinformado. Tú verás.

—Bueno, digamos que correré ese riesgo. Tal vez merezca la pena.

—Seguro que sí. Ya te lo he dicho, Carlos. Cuando papá ya no esté en este mundo, solo quedaremos nosotros dos. Reconócelo. Constituiría un gran fracaso que, siendo hermanos, hubiese diferencias entre nosotros y más disputas en la familia. ¿No crees?

—Supongo que es mejor llevarse bien, aunque contigo no es nada fácil. Debe ser que, en la vida, a veces conviene efectuar sacrificios para aspirar a cosas más provechosas.

—Pues lo dicho. Vente el domingo antes del almuerzo y así nos dará tiempo a tomar un buen aperitivo.

—De acuerdo. Oye, antes de colgar, tengo una curiosidad.

—Pues el señor dirá…

—¿Está al corriente del testamento la entrometida de Rosario Gallardo? ¿Conoce ella algo sobre las últimas voluntades de mi padre?

—Para tu tranquilidad, te diré que no.

—Ah, es bueno saberlo. Siempre sospeché que esa arpía haría lo posible para quedarse con una parte de la herencia de los Salazar.

—No vayas por ese camino, Carlos. Ella será la ahijada de papá, pero nunca manifestó ningún deseo por su herencia y, además, no comparte nuestra sangre. Padre estará viejo, pero no está loco. ¿Vale?

—Bien. Esa información me causa una gran satisfacción. Y ella… ¿te ha hablado sobre mí últimamente? —preguntó el hombre tratando de sonsacar a su hermana algún dato de Rosario—. Mira que está obsesionada conmigo desde que era una cría y solo porque no me gustaba que sacase libros de la biblioteca sin ningún control, como si fuese una aprovechada que es dueña de una casa que no es la suya. Y pensar que se trata tan solo de la hija natural de unos sirvientes…

—¿Sobre ti? ¿Debería acaso hablar sobre ti? Pero si hace años que no coincidís ni os tratáis. Además, ella está muy cambiada. Desde que se echó de novio a ese veterinario que entró nuevo a trabajar aquí está como desconocida. Pasa casi todo el tiempo en su compañía y todo eso que trata con su Rubén le ocupa el tiempo. Supongo que es lo normal en las parejas y más a su joven edad.

—Ya —respondió el abogado con una invisible sonrisa de satisfacción—. Vale, entonces me quedo más tranquilo. Si te digo la verdad, no sospechaba que mi hermana me fuese a despertar la ilusión con sus buenas noticias. Lo admito: después de oírte, me ha gustado tu llamada. Hasta pronto, Alicia.

—Hasta el domingo, Carlos. Cuídate.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (116) La herencia»

  1. Como Alícia é sensata e conhece bem o irmão, ao ligar para ele já tinha seus objetivos traçados e, soube conduzir a conversa necessária com uma pessoa corrupta e sem sentimentos sobre a ida de Carlos à sua casa, para tratar de assunto de seu interesse. Como quem não quer nada Carlos tentou saber sobre Rosário, mas Alícia se manteve sensata sem dizer o que ele gostaria de ouvir.

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