LOS OLIVARES (129) El recibimiento del marqués

2

A la mañana siguiente, el marqués de Salazar se despertó con una claridad inusual. Llevaba días sumido en sueños, a veces, hablando cosas sin sentido. Cuando estaba muy dolorido, la sustancia que se le suministraba calmaba en parte su suplicio. A esa hora, se dirigió directamente a la enfermera que por turno se encargaba de sus cuidados y preguntó por su amada Rosarito. La mujer, al principio desconcertada, luego se apresuró hasta localizar a la joven.

—Uy, padrino, ¿cómo ha sido esa mejoría tan repentina? Hoy tus ojos están llenos de certezas y de vitalidad. Qué buena noticia, Alfonso ¿no lo crees?

—Hija, escúchame con atención. He tenido un sueño y ya sé que no me queda mucho en este valle de lágrimas. Tengo que decirte algo importante. Ven, acércate. Ahora que estoy consciente, quiero que sepas que me acordé mucho de ti cuando hice testamento. Ya sé que dispongo de dos herederos, pero para mí, tú siempre has sido y siempre serás la niña pequeña de mi casa. Y como tal, he reflejado ese hecho en los papeles que firmé. Cuando yo haya abandonado esta tierra, nada me hará más feliz que te acuerdes del amor que te tuve. Por favor, ¿dónde está Alicia? También quiero verla.

—Sí, claro, ahora mismo la traigo aquí —afirmó Rosario entre sollozos.

—Y mi hijo, ¿es que no va a venir a despedirse de su padre? Hemos tenido muchos encontronazos y su carácter es arisco, pero yo ya le he perdonado. Lo he pensado mucho, ahijada y le he pedido a Dios no sé cuántas veces, que cuando yo me vaya su vida se convierta en un proyecto de mejora.

—Lo siento mucho, padrino. Él no está aquí ahora. Se encuentra en Badajoz y quizá aún existan esperanzas y se acerque por «Los olivares». Estate tranquilo que, con estas cosas, sucederá lo que tenga que suceder.

—Mi niña —manifestó don Alfonso ignorante de lo ocurrido con su hijo—, tengo una última petición que hacerte. No rehúses mi pregunta.

—Puedes preguntar lo que quieras, tal y como hiciste conmigo a lo largo de toda tu vida.

—Contéstame con sinceridad, hija —imploró el aristócrata mientras que apretaba la mano de su ahijada—. Esta es mi despedida del teatro de la existencia. ¿Cómo representé mi papel?

—Es fácil responder a esa cuestión, padrino. Has sido el mejor actor. Durante veintidós años he permanecido a tu lado y también he estado en las butacas, observándote, analizando con atención tu representación en el escenario de la vida. Confieso que no puedo estar más orgullosa de ti. Has dado lo mejor. Diste amor a todos tus espectadores que disfrutaron con tu papel. Cuando llegaron los momentos de risa, reímos contigo. Cuando llegaron los instantes de sufrimiento, tratamos de consolarnos. No solo he reído o llorado contigo, me llevo tu aprendizaje y tu gran amor, tu ejemplo de dignidad, esas lecciones tuyas grabadas en el cuaderno de mi memoria y que, a partir de ahora, trataré de aplicar para que siempre vivas en mi corazón. Alfonso, sin tu intervención ¿qué habría sido de mí? Cambiaste mi destino desde el primer minuto en que nací, ambos lo sabemos y por ello, solo puedo proclamar en voz alta el más sublime de los mensajes: te quiero y gracias.

—Rosarito mía, Rosarito —expresó el marqués mientras que sus pupilas de ojos claros se dilataban al máximo—, veo a mi mujer, ahí enfrente, justo en la pared. Por favor, dime que es ella, que es cierto, que no es la alucinación de un viejo que se acerca a su final.

—No es una ilusión, padrino. Es cierto, es ella. Esta es la realidad de quien ha acumulado suficientes méritos como para ser recogido por el ser al que más ha amado. Bienvenida, Teresa, que has velado por tu marido como una madre con su hijo. Consuélale en esta hora tan decisiva.

—Rosarito, mi esposa me ofrece su mano. ¡Dios mío, qué luz tiene! ¿Qué debo hacer, hija?

—Dile que sí, padrino. Ella sabe lo que hace; es una emisaria de las alturas. Recuerda que no se despegó de ti durante más de treinta años, una vez que abandonó aquí su cuerpo. Confía y sigue sus sabios consejos. Quién mejor que ella para guiarte en esta situación. Eres afortunado, Alfonso, pero te has ganado a pulso este encuentro luminoso.

Justo en ese preciso instante, la enfermera y Alicia entraron en la estancia para acompañar al moribundo.

—Les dejo a solas, señoras —comentó la sanitaria—. Son circunstancias difíciles y la intimidad resulta necesaria. Estaré fuera de la habitación.

—Alicia, has llegado en la más bella oportunidad. Estate atenta. Tu madre está aquí. Ha hablado con tu padre y viene a recogerle. ¿Se puede disponer de mayor privilegio que el de cambiar de mundo acompañado por un ser tan luminoso como doña Teresa?

—Debe ser así, Rosarito —comentó Alicia rota por la fuerte emoción—, pero yo solo veo a mi padre en la cama y con eso, me basta. Mira cómo se fija en mis ojos —acertó a pronunciar la hija mientras que las lágrimas bañaban de sal su mirada.

—«Hermanita», agarra la otra mano del marqués. Su nobleza no ha sido de títulos sino de su corazón, de su actitud ante la vida, de sus actos guiados por la bondad. Yo he sido testigo directa de su increíble altruismo. Tranquilo, Alfonso, los habitantes del cielo se sonríen y te esperan para abrazarte por cada una de tus buenas acciones. Tu conciencia está en paz. Relájate y sigue a Teresa. Ella sabrá dónde llevarte. Gracias por todo, Alfonso y que Dios te bendiga.

—Padre, que Dios te bendiga siempre —afirmó serena Alicia—. Te deseo lo mejor. Gracias por tu enorme ejemplo, por tu grandeza, porque siendo aristócrata de cuna fuiste el ser más humilde que he conocido, porque supiste hacer de tu condición la mejor oportunidad para practicar el bien. Algunos no te entendieron, porque siempre fuiste un adelantado a los tiempos, pero hoy, solo puedo mostrarte mi respeto y mi eterna gratitud, como hija, pero también como un simple ser humano.

…continuará…

2 comentarios en «LOS OLIVARES (129) El recibimiento del marqués»

  1. É realmente admirável encontrar uma pessoa assim em um mundo tão rude e cruel. Esse fidalgo é verdadeiramente um exemplo de humildade. Sua presença ilumina o Céu, pois sempre esteve disposto a ajudar. Sua generosidade e compaixão são dignas de elogio e inspiração para todos nós. Que sua trajetória continue a ser marcada por essa nobreza de espírito e que suas boas ações sejam reconhecidas e recompensadas.
    No entanto, é importante lembrar que cada pessoa tem o seu próprio caminho de evolução e crescimento. Nem todos estão no mesmo estágio de consciência.
    Estou emocionada com esse belíssimo capítulo, e penso que é natural sentir-se emocionado diante de tamanha demonstração de afeto. Cada palavra pronunciada recebo como um presente, ao deixar meu coração aquecido pela gratidão e admiração.

    1. O marquês é uma pessoa admirável. Acho que ele tem claro o seu caminho de evolução. É por isso que gosta tanto da companhia de Rosarito. Merece o melhor. Abraços e Feliz Ano, Cidinha.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada siguiente

LOS OLIVARES (130) El otro «lado» de la vida

Lun Ene 1 , 2024
Tras aquella escena conmovedora, vivida a partes iguales entre las dos dimensiones, con la presencia de un hombre, dos mujeres y un ángel, Alfonso de Salazar y Agudo cerró sus ojos lentamente. La paz se había alojado en su última mirada y un ambiente de serenidad inundaba la atmósfera de […]

Puede que te guste